CASTEL GANDOLFO, domingo, 18 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI aseguró este domingo al rezar el Ángelus que en la Eucaristía está el secreto de la santidad, en particular para los sacerdotes.
Al saludar a los peregrinos desde el balcón del patio interior de la residencia pontificia de Castel Gandolfo, el Santo Padre dedicó sus palabras al sacramento de la presencia real de Jesús, pues ya quedan pocas semanas para que concluya el Año de la Eucaristía.
El obispo de Roma explicó que Juan Pablo II convocó esta iniciativa, que se clausurará en Roma con el sínodo de obispos del mundo previsto para octubre, para subrayar «la relación entre la santidad, camino y meta del camino de la Iglesia y de todo cristiano, y la Eucaristía».
En particular, se dirigió a los sacerdotes para subrayar que «en la Eucaristía está precisamente el secreto de su santificación».
Las palabras de Benedicto XVI recogen una de las preocupaciones más profundas de Joseph Ratzinger, quien como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tuvo que afrontar graves denuncias contra sacerdotes.
«¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!», constataba el cardenal Ratzinger en la meditación para la novena estación del Vía Crucis celebrado el pasado viernes santo en el Coliseo, que compuso por encargo del mismo Papa Karol Wojtyla.
Al dirigirse bajo un estupendo sol a los miles de fieles reunidos en la localidad situada a unos 30 kilómetros de Roma, el sucesor del apóstol Pedro recalcó que «en virtud de la sagrada ordenación, el sacerdote recibe el don y el compromiso de repetir sacramentalmente los gestos y las palabras con las que Jesús, en la Última Cena, instituyó el memorial de su Pascua».
«Entre sus manos se renueva este gran milagro de amor, del que está llamado a convertirse en testigo y anunciador cada vez más fiel», afirmó.
«Por este motivo el presbítero tiene que ser ante todo adorador y contemplativo de la Eucaristía a partir del mismo momento en que la celebra», indicó.
«Sabemos bien que la validez del sacramento no depende de la santidad del celebrante –reconoció–, pero su eficacia para él mismo y para los demás será mayor en la medida en que él lo vive con fe profunda, amor ardiente, ferviente espíritu de oración».
Para encarnar sus palabras, el Papa puso a los sacerdotes el ejemplo de tres presbíteros santos.
El primero fue san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla a finales del siglo IV, cuya celebración litúrgica se celebró el 13 de septiembre pasado.
«Fue definido «boca de oro» por su extraordinaria elocuencia, pero también se le llamaba «doctor eucarístico» por la amplitud y profundidad de su doctrina sobre el santísimo sacramento», recordó.
«La «divina litúrgica» que más se celebra en las Iglesias orientales lleva su nombre y su lema –«basta un hombre lleno de celo para transformar a todo un pueblo»– manifiesta la eficacia de la acción de Cristo a través de sus sacramentos».
El segundo ejemplo para sacerdotes presentado por el Papa fue la figura de san Pío de Pietrelcina (1887-1968), a quien recordará la liturgia el próximo 23 de septiembre, día de su fallecimiento.
«Celebrando la Santa Misa revivía con tal fervor el misterio del Calvario que edificaba la fe y la devoción de todos. Incluso los estigmas que Dios le donó eran expresión de íntima conformación con Jesús crucificado», dijo el Santo Padre hablando del franciscano capuchino.
Y, «pensando en los sacerdotes enamorados de la Eucaristía», habló en tercer lugar de san Juan María Vianney (1786-1859), humilde párroco de Ars en tiempos de la revolución francesa.
«Con la santidad de la vida y el celo pastoral logró hacer de aquel pequeño pueblo un modelo de comunidad cristiana animada por la Palabra de Dios y por los sacramentos», explicó.
El pontífice concluyó deseando que los sacerdotes de todo el mundo «saquen de este año de la Eucaristía el fruto de un renovado amor al sacramento que celebran».
En sus saludos a los peregrinos, antes de despedirse, el pontífice dirigió unas breves palabras a las familias del Movimiento de los Focolares procedentes de varios países de Europa que celebran en Castel Gandolfo un encuentro de formación sobre los valores y tareas ligados al sacramento del matrimonio.