CIUDAD DEL VATICANO, martes, 27 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Un camino de renovación con gozo, pero no exento de heridas, ha recorrido la vida consagrada en estas últimas décadas, constata el prefecto del dicasterio para la vida consagrada, el arzobispo Franc Rodé.
De hacer balance y trazar las perspectivas de la vida consagrada se ha encargando un Simposio celebrado en el Vaticano entre el lunes y el martes, organizado por la Congregación vaticana para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica con ocasión del cuadragésimo aniversario de la publicación del Decreto conciliar «Perfectae Caritatis» –sobre la adecuada renovación de la vida religiosa–.
Este documento recuerda que el seguimiento de la caridad perfecta por la práctica de los consejos evangélicos tiene su origen en la doctrina y ejemplo de Jesús; trata además de la vida de los Institutos cuyos miembros profesan pobreza, castidad, obediencia, y de las necesidades de los mismos en conformidad con las exigencias de nuestro tiempo.
El encuentro que se celebra en el Vaticano reflexiona sobre el camino que la vida consagrada ha recorrido en estos años y busca signos y orientaciones que ayuden a toda las personas consagradas a ser «testigos de la presencia transfigurante de Dios» ( Cf. Homilía de Benedicto XVI en la misa de inicio oficial de su pontificado, 24 abril 2005).
Luces y sombras
Exponía este lunes su propio balance monseñor Rodé a los oyentes de «Radio Vaticana», calificando de «notable» «el camino recorrido esos años por las personas consagradas».
«Una primera etapa –describió– ha estado marcada por el gozo de volver a beber en las propias fuentes evangélicas y en el espíritu de los orígenes, de redescubrir la propia identidad carismática con los contenidos teológicos y espirituales de la propia vocación y, finalmente, de poder volver a buscar un modo nuevo de estar y trabajar en la Iglesia y en el mundo».
«Una segunda etapa ha estado marcada por el esfuerzo de renovar la normativa, adecuándola a las enseñanzas del Concilio y a las modificadas exigencias de la vida eclesial y apostólica. ¡Ha sido la etapa más difícil!», reconoció.
Y es que «las naturales tensiones entre la conservación de las sanas tradiciones y el empuje a la renovación han sido a veces exasperadas por las tensiones sociales y por el secularismo invasor que marcaron especialmente los años setenta y ochenta. Se crearon así conflictos, desalientos y también dolorosos abandonos», recordó.
«Sin embargo –subrayó el prelado– la renovación de la normativa ha preparado a los Institutos para afrontar la adecuación de sus estructuras apostólicas a las modificadas situaciones eclesiales, sociales y culturales, que representa el desafío de este tercer momento que viven hoy los Institutos religiosos».
Desafíos
En cualquier caso, para el arzobispo esloveno «el camino de estos años, aún fecundo en vida y santidad, ha sido casi una batalla que ha dejado no pocas heridas en la vida de los Institutos».
Consciente de las «pruebas y purificaciones» a las que la vida consagrada «está hoy sometida», reconoció que «a veces se tiene la impresión de que algunos consagrados han perdido el sentido profundo de su consagración como primera y absoluta entrega a Dios, sustituyendo este elemento esencial y fundamental con varias formas de activismo dentro de la comunidad eclesial o dentro de la sociedad civil».
Añadió que «en la vida eclesial el vínculo natural de los religiosos y de las religiosas con el propio Instituto y el específico servicio carismático a veces no logra conjugarse con la vida y la programación pastoral de las Iglesias particulares».
«Pero por otro lado –prosiguió monseñor Rodé– también a los obispos les cuesta trabajo considerar a las Instituciones de los religiosos como obras pastorales donadas por el Espíritu Santo a sus diócesis».
Junto a ello mencionó «la disminución de los miembros en muchos Institutos y su envejecimiento, evidente en algunas partes del mundo», una circunstancia que «plantea en muchos el interrogante sobre si la vida consagrada es aún un testimonio visible, capaz de atraer a los jóvenes».
«Si, como se afirma en algunos lugares, el tercer milenio será el tiempo del protagonismo de los laicos, de las asociaciones y de los movimientos eclesiales, podemos preguntarnos: ¿Cuál será el sitio reservado a las formas tradicionales de vida consagrada?», se interrogó el arzobispo Rodé.
«Ésta, nos recuerda Juan Pablo II, tiene una gran historia que construir junto a todos los fieles –respondió–. Es necesario un aletazo que vuelva a dar sobre todo vigor a la radicalidad evangélica propia de la vida consagrada y a la vez una fantasía de la caridad que vuelva a poner en marcha el empuje a servir al hombre ante todo con la fuerza del Evangelio».
Para discernir la propia vocación…
El arzobispo Rodé dirigió también unas palabras desde la emisora pontificia a quienes sienten la vocación a la vida consagrada: «Enamorarse perdidamente de Jesucristo es siempre la mayor aventura que puede suceder a un hombre o a una mujer».
«A quien siente en el corazón la voz del Espíritu que le llama a seguir a Cristo sobre el camino exigente, pero entusiasmante, de la vida consagrada, le digo que no tenga miedo… que contemple la experiencia de los Apóstoles, de la Virgen, Madre de Jesús… que se fíe del amor», añadió el prelado.
«Le invitaría a iniciar un camino capaz de suscitar y liberar los interrogantes profundos, frecuentemente demasiado escondidos en su corazón, a hacer brotar las expectativas más auténticas para su vida, comenzando a responder con gestos y experiencias concretas. El mejor camino de discernimiento y de respuesta para una vocación de especial consagración es el que propuso Jesús, cuando dice a Juan y Andrés, quienes curiosos se habían puesto a seguirle: “Venid y veréis”», concluyó.