Benedicto XVI explica la causa de la crisis que surgió en la Iglesia tras el Concilio

Una interpretación errónea de sus textos

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 22 diciembre 2005 (ZENIT.org).- La crisis que surgió en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II no tiene la causa en sus documentos, sino en la interpretación que una corriente ha hecho de los mismos.

El pontífice ofreció un largo análisis del legado dejado por aquella reunión de todos los obispos del mundo, que tuvo lugar entre 1962 y 1965, al encontrarse este jueves con sus colaboradores de la Curia romana para felicitarles por la Navidad.

«¿Qué es lo que ha habido de bueno, y qué es lo que ha sido insuficiente o equivocado?» en la aplicación del Concilio ecuménico, preguntó el Papa a los presentes.

Según el Papa la recepción tuvo lugar según dos interpretaciones, o como se dice hoy en teología, dos «hermenéuticas» «contrarias» que «se confrontaron y han tenido litigios entre sí».

La primera interpretación es la que el Papa llamó «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura» «entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar».

Según esta visión, lo importante del Concilio no son sus textos sino su espíritu de renovación traído a la Iglesia.

«Con frecuencia ha podido servirse de la simpatía de los medios de comunicación, y también de una parte de la teología moderna», reconoció.

La otra interpretación es «la hermenéutica de la reforma», que fue propuesta por los Papas que inauguraron y clausuraron el Concilio, Juan XXIII y Pablo VI, y según constató está dando frutos «de manera silenciosa pero cada vez más visible».

Según esta visión, el objetivo del Concilio y de toda reforma en la Iglesia es «transmitir pura e íntegra la doctrina, sin atenuaciones o tergiversaciones», consciente de que «nuestro deber no sólo consiste en custodiar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos únicamente de la antigüedad, sino en dedicarnos con voluntad firme y sin temor a la obra que exige nuestra época».

«Una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra venerada doctrina, y otra la manera en que son enunciadas, conservando sin embargo el mismo sentido y la misma amplitud», aclaró citando a Juan XXIII.

De este modo, el Concilio presentó una «nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno», señaló el Papa, subrayando que «la Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través de os tiempos».

«Hoy podemos volver nuestra mirada con gratitud al Concilio Vaticano II –concluyó–: si lo leemos y recibimos guiados por una hermenéutica adecuada, puede ser y será cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

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ZENIT Staff

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