ROMA, miércoles, 8 marzo 2006 (ZENIT.org).- La fiesta de la mujer trabajadora celebrada este miércoles ha servido para verificar si ha avanzado en el mundo la emancipación femenina, sobre todo por lo que se refiere a los países pobres y en vías de desarrollo.
Para profundizar el tema relativo a la relación entre emancipación femenina y desarrollo, Zenit ha entrevistado a Anna Bono, profesora de Historia e Instituciones de África en la Universidad de Turín, y responsable del Departamento de Desarrollo del Centro Europeo de Estudios sobre Población, Ambiente y Desarrollo.
–Durante muchos años, la batalla por la emancipación femenina interesó sobre todo al mundo avanzado, mientras que la condición femenina en los países subdesarrollados es todavía dramática, con evidentes fenómenos de discriminación sexual en los campos de la educación, del derecho y del acceso al trabajo. ¿De qué manera el desarrollo económico y cultural puede ayudar a superar tales discriminaciones?
–Bono: La historia nos sugiere que ha sido la civilización occidental cristiana la que ha puesto condiciones para superar las discriminaciones de todo tipo, incluidas las sexuales.
Lo hizo elaborando el concepto de «persona humana», dotada de derechos naturales, es decir inherentes a la condición humana y por tanto universales e inalienables. Y realizando tres revoluciones –científica, tecnológica e industrial– que han permitido a la humanidad abandonar las economías arcaicas de subsistencia a las que corresponden siempre, en el plano social y político, sistemas patriarcales que confían a los varones jefes de familia el control de los recursos productivos y reproductivos de una comunidad y por tanto del destino de las mujeres y de los jóvenes varones.
Las diferentes instituciones sociales tradicionales de las economías de subsistencia tienen por objeto hacer que este control sea total. El desarrollo económico y la revolución antropológica, que afirman el valor de la persona en la historia, hacen superfluas esas instituciones y contraproducentes las discriminaciones que producen.
De este modo, gradualmente, la condición de la mujer y, no lo olvidemos, de la infancia, mejora en interés del individuo y de la colectividad.
–¿Es suficiente el desarrollo económico y social para permitir a las mujeres de los países en vías de desarrollo alcanzar la real emancipación y el respeto de la propia dignidad?
–Bono: Es evidente que el crecimiento económico en sí mismo no es suficiente para eliminar la discriminación de las mujeres y el conjunto de instituciones –desde el matrimonio forzoso a las mutilaciones genitales, pasando por la segregación doméstica, el precio de la esposa y la dote– que limitan su libertad y violan los derechos fundamentales.
Es también evidente que las discriminaciones y las violaciones de la persona sufridas por las mujeres constituyen un obstáculo al desarrollo de las potencialidades económicas de un país. Por esto hay que actuar en ambos frentes para lograr resultados duraderos y consistentes pero, en muchos contextos sociales, es incluso prioritario intensificar las iniciativas encaminadas a hacer que madure el respeto por la dignidad de la persona humana, la conciencia del valor de cada hombre, prescindiendo de su identidad sexual, y por tanto de la universalidad de la condición humana.
Sólo así es posible garantizar a las niñas de hoy igual y plena oportunidad de acceso a la educación y a los tratamientos sanitarios, condiciones necesarias para que lleguen a ser el día de mañana independientes, conscientes de sus propios derechos y capaces de hacerlos valer. De este modo podrán contribuir con el progreso económico y social y gozar sus frutos.
–¿Cuáles son los aspectos positivos de la cultura cristiana y occidental que han favorecido la emancipación femenina?
–Bono: La respuesta viene ya en parte dada por las consideraciones precedentes. Me limito por tanto a subrayar el papel fundamental llevado a cabo por la religión cristiana en la realización de los cambios culturales y económicos que han permitido la emancipación femenina.
Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, decía que la frase más revolucionaria de la historia de la cultura es la de san Pablo: «Cada criatura es un bien». Donde estas palabras no resuenan, el nacimiento de una niña sigue siendo un evento de tal manera no deseado que induce a la peor de las discriminaciones, es decir, al aborto y el infanticidio selectivos: sólo en la India, por ejemplo, en los últimos veinte años, diez millones de niñas no han visto la luz por este motivo.