ROMA, lunes, 27 marzo 2006 (ZENIT.org).- Al visitar una parroquia de la diócesis de Roma, Benedicto XVI repasó este domingo pasajes del último mensaje que había preparado Juan Pablo II y que la muerte le impidió leer.
Su sucesor releyó aquellas palabras del pontífice, en medio de la emoción de los fieles de la parroquia de Dios Padre Misericordioso, en el sector este, realizada por el arquitecto estadounidense Richard Meier para celebrar el jubileo del año 2000.
Esta iglesia, inaugurada en 2003, coronada por tres velas blancas de cemento armado, que recibe muchas visitas de estudiosos de la arquitectura, fue concebida por el Papa Karol Wojtyla, según recordó su sucesor, para condensar «de manera eficaz el significado de aquel extraordinario evento espiritual», el gran Jubileo.
Al meditar en la misericordia del Señor, «que se ha revelado de manera total y definitivo en el misterio de la Cruz, me viene a la mente el texto que Juan Pablo II había preparado para la cita con los fieles del domingo 3 de abril, domingo «in Albis» del año pasado», reconoció el Papa.
El mensaje fue leído ante las 130.000 personas que participaron al día siguiente de la muerte de Juan Pablo II en la misa de sufragio, por el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado (Cf. Zenit, 3 de abril de 2005).
Estas fueron las palabras de ese mensaje, «como un testamento», que recordó Benedicto XVI: «A la humanidad, que en ocasiones parece como perdida y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y vuelve abril el espíritu a la esperanza. El amor convierte los corazones y da la paz».
«¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia!», escribió el Papa polaco en el texto leído por su sucesor.
Benedicto XVI dejó este consejo a quienes llenaban el moderno templo: «Comprender y acoger el amor misericordioso de Dios: que este sea vuestro compromiso ante todo dentro de las familias y después en todo ámbito del barrio».
Al final de la misa, el Papa descendió al gran salón de la iglesia para encontrarse con la comunidad parroquial.
«Me siento realmente feliz al ver que Roma, la «vieja Roma», es una «joven Roma», y vive realmente en parroquias vivas… Roma es joven y la Iglesia siempre es joven de nuevo», dijo en su saludo.