PRINCETON, Nueva Jersey, sábado, 4 marzo 2006 (ZENIT.org).- Cada vez se ataca más el papel del matrimonio como institución pública. En medio de las presiones por la legalización de los matrimonios del mismo sexo, el reconocimiento formal de las parejas de hecho, y el continuo problema de los divorcios, ya no queda claro para mucha gente el punto de vista tradicional sobre el matrimonio.
Pero un volumen de ensayo publicado hace poco recoge un impresionante arsenal de evidencias de eruditos de primer orden que defienden el matrimonio y sostiene que sirve al bien común. «The Meaning of Marriage: Family, State, Market, and Morals» (El Significado del Matrimonio: Familia, Estado, Mercado y Moral» (Spence Publishing) ha sido editado por Robert P. George y Jean Bethke Elshtain, profesores de la Universidad de Princeton y de la Universidad de Chicago, respectivamente.
Elshtain observa en el prólogo del libro que nadie se puede quedar al margen del debate del matrimonio, debido a la penetración que tiene en la sociedad esta institución. No obstante, el discurso sobre el futuro del matrimonio se ha vuelto un tema cada vez más displicente con grupos como las parejas del mismo sexo que piden el reconocimiento de sus «derechos».
Un tema subyacente en el libro, continúa, es la convicción de que alterar la institución del matrimonio tendrá consecuencias profundas y quizá no buscadas para nosotros mismos como individuos, y para la sociedad en general.
En todas las sociedades analizadas existe alguna forma de matrimonio, comenta en su capítulo el filósofo inglés, Roger Scruton. No sólo desempeña un papel vital en el traspaso del trabajo de una generación a otra, sino que también protege y cría a los hijos, es una forma de cooperación social y económica, y regula la actividad sexual.
Ligado desde hace mucho a la religión, el vínculo matrimonio se ha enfrentado en épocas recientes a una constante desacralización. Además, las presiones sociales que ataban al marido y a la esposa han disminuido hasta el punto de que se ha dejado atrás la comprensión cristiana del «hasta que la muerte nos separe», y ahora se asemeja más a un contrato a corto plazo.
De hecho, esta pérdida del aspecto religioso del matrimonio ha desempeñado un papel clave en su debilitamiento. Un voto sagrado es un compromiso mucho más fuerte que una promesa civil. Y poco a poco, el estado ha ido aflojando el vínculo conyugal, hasta el punto, sostiene, de que nos acercamos ahora a una «poligamia real». Pero estas uniones civiles rescindibles no pueden llevar a cabo las funciones tradicionales. De hecho, sirven principalmente a «amplificar la confianza en uno mismo de los miembros de la pareja», y no pueden garantizar la seguridad de los hijos.
¿Qué ocurre con los hijos?
El siguiente ensayo del libro examina, de hecho, el destino de los hijos. En su contribución conjunta, Don Browning, profesor emérito de la Universidad de Chicago Divinity School, y Elizabeth Marquardt, autora de un libro reciente sobre los efectos del divorcio en los hijos, consideran los efectos del matrimonio del mismo sexo en los niños.
Tocan el tema de los defensores del matrimonio del mismo sexo, y también la posición adoptada por el Tribunal Supremo de Massachussets cuando legalizó las uniones del mismo sexo. Sostienen que hacer de la relación sexual y del afecto el centro de la institución del matrimonio, ignorando sus fines generativos, es un error.
Y redefinir el matrimonio de esta forma deja de lado el principio de que los individuos que dan la vida a los niños deberían ser los únicos que los críen en una relación duradera. Los niños tienen derecho a sus padres y a sus familias, como incluso afirma la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas. También tienen el derecho de crecer en una sociedad donde las instituciones legales y culturales ayuden a asegurar que serán criados por los padres que los concibieron, sostienen Browning y Marquardt.
Las evidencias muestran de forma amplia que, de media, les va mejor a los niños que crecen con sus padres biológicos que quienes crecen con un solo progenitor o con padrastros. Existe poca investigación sobre el destino de los niños que crecen con parejas del mismo sexo. Pero, hasta ahora, la experiencia con formas alternativas de familia sugiere que estas uniones no serán capaces de duplicar las inversiones personales hechas en sus matrimonios por parejas casadas heterosexuales, y sus efectos resultantes positivos y de solidez, afirman los autores.
«Ofende a la justicia natural dejar de lado las necesidades de los niños, las tradiciones que han comprendido estas necesidades y la evidencia de las ciencias sociales contemporáneas», observan.
Más sano
Un vistazo más detallado a cómo el matrimonio protege a los hijos es el tema de la aportación de Maggie Gallagher. Autora de varios libros sobre el tema, Gallagher observa que el matrimonio:
-- aumenta la probabilidad de que los hijos gocen de una relación con sus padres cálida y cercana;
-- reduce la pobreza infantil; y
-- estadísticamente cría a niños más sanos, a los que también es más probable que les vaya bien en la escuela y logren terminar sus estudios.
En contraste, los niños que crecen fuera de hogares que no están basados en el vínculo matrimonial son más proclives al divorcio, tienen un índice mayor de consumo de fármacos de diferente tipo y de enfermedades mentales, y sufren de abusos cuando son jóvenes.
Gallagher reconoce que los estudiosos todavía debaten sobre la proporción de ventaja que otorga el matrimonio, y los mecanismos a través de los cuales se confiere. Pero no hay duda de que el matrimonio es mucho más que sólo un arreglo privado basado en emociones. Es también un bien social que influye profundamente en los hijos.
Algunos defensores del matrimonio del mismo sexo, observa, sostienen que hay evidencias que demuestran que los niños que crecen en estas uniones no sufren desventaja alguna en relación a los niños criados por parejas heterosexuales. Pero Gallagher apunta a estudios que han demostrado fallos metodológicos en las investigaciones presentadas por los defensores de las uniones del mismo sexo como pruebas para su causa.
Entre los problemas están el tamaño de los grupos estudiados, falta de estudios a largo plazo, y el hecho de que la gran mayoría de los estudios comparan a madres solteras lesbianas con madres solteras heterosexuales, y no con parejas casadas.
El factor económico
En su ensayo, Harold James, profesor de historia en Princeton, reflexiona sobre el papel económico de la familia. Observa que se ha prestado mucha atención a la interacción entre el estado y los mercados, pero relativamente poca al impacto de la familia en la economía.
La familia, apunta James, no es sólo una fuente de estabilidad, sino también de dinamismo, creatividad e innovación. Una mirada a la historia económica, y a la situación de muchos países de hoy, revela rápidamente la importancia de los negocios familiares. Más de las tres cuartas partes de las empresas registradas en el mundo industrializado son negocios familiares y, en Europa, algunas de éstas incluyen a algunas empresas verdaderamente grandes.
La economista Jennifer Roback Morse en su ensayo toca el tema del divorcio. El hecho de que el matrimonio se haya convertido en un contrato temporal no sólo tiene graves consecuencias sociales. También ha debilitado a la misma institución, haciendo más fácil sostener el matrimonio del mismo sexo, explica.
El matrimonio, explica Morse, es una institución que ocurre de forma natural y prepolítica y juega un papel vital de intermediación en la sociedad. Su debilitamiento lleva a que el estado tenga una mayor intervención en nuestras vidas. Esto tiene lugar a través de la a
mpliación de las actividades de asistencia social al tratar las consecuencias de las familias rotas. También incita al estado a creerse a sí mismo el árbitro de las estructuras conyugales y familiares, que pueden ser rehechas de cualquier forma que él quiera.
En consecuencia, la sociedad pierde el funcionamiento de una institución social vital – el matrimonio y la familia –, que antes actuaba como mediador entre los individuos y el estado, indica Morse.
La economista también compara el contrato matrimonial con un contrato de negocios. El divorcio en realidad es un divorcio unilateral, observa, donde un socio simplemente puede romper el matrimonio, privando al otro de cualquier posibilidad de contestar. Hay que imaginar el impacto sobre la economía, si esta fuera el tipo estándar de contrato de negocios, apunta Morse. ¿Cómo podríamos hacer negocios si la ley no hiciera distinciones entre quienes guardan los términos de un contrato y los que no lo hacen?
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Mar 04, 2006 00:00