CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 octubre 2006 (ZENIT.org).- Desde el primer momento de su existencia, Dios ama a todo embrión humano, hermano de todos los hombres y mujeres. Ésta fue la conclusión a la que llegó la última videoconferencia mundial de teología.
La iniciativa, organizada todos los meses por la Congregación vaticana para el Clero, se celebró el 27 de septiembre en torno al tema «Bioética: el genoma humano y las células estaminales».
Gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, participaron teólogos desde Roma, Manila, Ratisbona, Taiwán, Johannesburgo, San Petersburgo, Sydney, Nueva York, Bogotá y Madrid.
Introdujo y clausuró el encuentro «on-line», desde el Vaticano, el cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la congregación para el Clero, quien presentó el misterio y la dignidad del embrión humano con palabras del profeta Jeremías, cuando éste dice a Dios: «Porque tú me has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente».
«Estas palabras sobre la naturaleza trascendente de la persona humana y de su altísima dignidad alcanzan una riqueza de significado particular cuando nos adentramos en los nuevos horizontes abiertos por la biología, la genética y la medicina molecular», afirmó el cardenal colombiano.
«Son horizontes científicos que abren sorprendentes conocimientos sobre la vida biológica del hombre y que abren a la libertad humana delicadas cuestiones éticas», añadió.
Tras la intervención de los teólogos, entre quienes se encontraba en esta ocasión el obispo Elio Sgreccia -presidente de la Academia Pontificia para la Vida-, el mismo cardenal sacó las conclusiones que se desprenden de las intervenciones de los diferentes teólogos.
Ante todo –dijo- «hemos escuchado la reafirmación del carácter inviolable de la naturaleza biológica de todo hombre, pues forma parte constitutiva de la identidad personal del individuo en el transcurso de toda su existencia».
En las diversas intervenciones -añadió- se argumentó teológicamente que «la manipulación genética, cuando no es terapéutica, es decir, cuando no tiende al tratamiento de una patología del patrimonio genético, debe ser radicalmente condenada».
En ese caso –aclaró- «persigue modificaciones de manera arbitraria, de manera que induce a la formación de sujetos humanos con patrimonios genéticos diferentes y establecidos según la propia discreción. La eugenesia, la creación de una raza humana superior, es una aplicación aberrante».
Basándose en las intervenciones de los teólogos que se acababan de escuchar, el cardenal subrayó que «el proyecto de clonación humana representa una terrible desviación a la que ha llegado una ciencia sin valores».
«Detener el proyecto de clonación humana es un imperativo moral que tiene que traducirse en términos culturales, sociales, y legislativos», afirmó.