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Oct 19, 2006 00:00
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 19 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha enviado al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el señor Jacques Diouf, con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación 2006.
Al señor Jacques Diouf
Director general de la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
La celebración anual de la Jornada Mundial de la Alimentación, patrocinada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es una oportunidad para revisar las numerosas actividades de esta organización, en particular en lo que se refiere a su doble misión: proveer alimentación adecuada a nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo y afrontar los obstáculos que se interponen en este trabajo a causa de las situaciones difíciles y de las actitudes contrarias a la solidaridad.
Este año el tema escogido, «Invertir en la agricultura para la seguridad alimentaria», pone en el centro de nuestra atención el sector agrícola y nos invita a reflexionar en los diferentes factores que dificultan la lucha contra el hambre, muchos de ellos provocados por el ser humano. No se presta la suficiente atención a las necesidades de la agricultura, y esto altera el orden de la creación y pone en peligro el respeto por la dignidad humana.
En la tradición cristiana, el trabajo agrícola adquiere un significado más profundo, tanto por el esfuerzo y la dureza que implica como porque ofrece una experiencia privilegiada de la presencia de Dios y de su amor por sus criaturas. El mismo Cristo utiliza imágenes de la agricultura para hablar del Reino, mostrando de esta manera un gran respeto por esta forma de trabajo.
Hoy pensamos particularmente en quienes han tenido que abandonar sus granjas a causa de los conflictos, de los desastres naturales y del abandono por parte de la sociedad del sector agrícola. A la Iglesia «le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien» (carta encíclica «Deus Caritas Est», 28).
Hace diez años mi venerable predecesor, Juan Pablo II, inauguró la Cumbre Mundial de la Alimentación. Este aniversario nos da una oportunidad para volver la mirada hacia atrás y constatar la atención inadecuada que se ha dado al sector agrícola y los efectos que esto tiene en las comunidades rurales. Solidaridad es la clave para identificar y eliminar las causas de la pobreza y el subdesarrollo.
Con frecuencia, la acción internacional para combatir el hambre ignora el «factor humano» y da prioridad más bien a los aspectos técnicos y socioeconómicos. Las comunidades locales necesitan quedar involucradas en opciones y decisiones que afectan a la tierra, pues las tierras de cultivo se están orientando cada vez más hacia otros objetivos, provocando con frecuencia efectos dañinos en el ambiente y para la viabilidad a largo plazo de la tierra. Si la persona humana es tratada como protagonista, queda claro que las ganancias a corto plazo deben ser enmarcadas en el contexto de una mejor programación a largo plazo para la seguridad alimentaria, teniendo en cuenta tanto la cantidad como la calidad.
El orden de la creación exige que se dé prioridad a aquellas actividades humanas que no causan un daño irreversible a la naturaleza, sino que por el contrario se integran en el tejido social, cultural y religioso de las diferentes comunidades. En este sentido, hay que alcanzar un sobrio balance entre el consumo y la sostenibilidad de los recursos.
La familia rural necesita recuperar su legítimo lugar en el corazón del orden social. Sus principios morales y los valores que la gobiernan pertenecen a la herencia de la humanidad y deben ser prioritarios para las legislaciones. Quedan afectados por la conducta individual, por las relaciones entre marido y mujer, y entre generaciones, y por el sentido de solidaridad familiar. La inversión en el sector agrícola debe permitir a la familia asumir su propio papel y función, evitando las consecuencias dañinas del hedonismo y del materialismo que pueden poner en peligro al matrimonio y a la familia.
Los programas educativos y formativos en las áreas rurales deben generalizarse, sostenerse adecuadamente y destinarse a todas las edades. Debería prestarse particular atención a los más vulnerables, en particular a las mujeres y a los jóvenes. Es importante transmitir a las futuras generaciones no simplemente los aspectos técnicos de la producción, de la alimentación y de la protección de los recursos naturales, sino también los valores del mundo rural.
Al afrontar fielmente su mandato, la FAO hace una inversión vital en la agricultura, no sólo a través del adecuado apoyo técnico y especializado, sino también ampliando el diálogo que tiene lugar entre las agencias nacionales e internacionales involucradas en el desarrollo rural. Las iniciativas individuales deben ser incorporadas en estrategias de mayores dimensiones orientadas a combatir la pobreza y el hambre. Esto puede tener una importancia decisiva si las naciones y comunidades involucradas aplican consistentes programas y obras hacia una meta común.
Hoy más que nunca, ante las repetidas crisis y ante la búsqueda del angosto interés personal, tiene que darse la cooperación y la solidaridad entre los Estados. Cada uno de ellos tiene que prestar atención a las necesidades de sus ciudadanos más débiles, que son los primeros que sufren a causa de la pobreza. Sin esta solidaridad, se da el riesgo de limitar o incluso de impedir el trabajo de las organizaciones internacionales que luchan contra el hambre y la malnutrición. En este sentido, promueven efectivamente el espíritu de justicia, de armonía y de paz entre los pueblos: «opus iustitiae pax» (Cf. Isaías 32, 17).
Con estos pensamientos, director general, quisiera invocar del Señor su bendición sobre la FAO, sobre sus Estados miembros, y sobre todos aquellos que trabajan tanto para apoyar al sector agrícola y para promover el desarrollo rural.
Vaticano, 16 de octubre de 2006
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducción del original inglés realizada por Zenit
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]