ROMA, jueves, 26 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos una presentación del libro «La América Latina del siglo XXI», que acaban de publicar en español, portugués e italiano Alberto Methol Ferré y Alver Metalli (editorial Edhasa).
Alberto Methol Ferré es uruguayo. Durante veinte años fue asesor de la Comisión Teológico Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano con sede en Bogotá, Colombia. Actualmente es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Montevideo.
Alver Metalli es italiano. Periodista, antiguo director de «30 Días», durante largo tiempo trabajó como corresponsal en América Latina, donde luego se radicó.
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Para América Latina 2007 será un año importante. La Iglesia que pertenece al continente con mayor número de católicos en el mundo -más de la mitad del total, según datos autorizados- se reunirá por quinta vez en medio siglo, en la más representativa de las asambleas. Y lo hará en Brasil, el país con el mayor número de católicos, en el santuario de Nuestra Señora de la Aparecida, en mayo, el mes dedicado a la Virgen por excelencia. Los importantes y largos preparativos deberán encontrar en ese momento el punto de máxima expresión, su síntesis autorizada y enunciada con autoridad.
Desde la última asamblea, en 1992, han transcurrido catorce años. El mundo cambió; América Latina no es la misma de entonces. El siglo XX se cerró con el colapso del comunismo, el XXI se ha abierto con el sello de una guerra al terrorismo que prefigura escenarios inéditos y que preanuncia un nuevo orden.
La Iglesia de América Latina, los 400 millones de católicos que a ella pertenecen, entra en una época de nuevos lineamientos, suficientemente sugeridos en cuanto a su dirección pero no del todo inteligibles en cuanto a sus formas todavía no consolidadas.
Esta importante cita -la V Conferencia General del episcopado latinoamericano- se encuentra en los orígenes del libro que presentamos. Está en su origen como estímulo, como impulso, pero no agota su génesis. Es necesario decir que si bien la V Conferencia es una ocasión puntual que inspira este texto, no son contingentes ni su materia ni las aproximaciones, tesis, ideas, síntesis que se ofrecen al lector en estas páginas. Las reflexiones de cada capítulo, los razonamientos, los juicios que se arriesgan, son el resultado de años de encuentros, discusiones, observaciones de la realidad; de responsabilidades en organismos de importancia continental, de profesiones las que se exige un contacto permanente con diversas realidades nacionales, de viajes y de lecturas.
Este libro es un mosaico temático de la América Latina contemporánea realizado con la convicción de que la actualidad, el presente, no puede entenderse si se lo considera aislado, y mucho menos con el mero análisis de la actualidad o con la acumulación de crónicas sobre el presente. Por eso es este nuestro recorrido: desde el hoy de América Latina a su pasado más reciente y más remoto, en un viaje hacia las fuentes de las que surgen los fenómenos que hoy vemos, para volver al presente llevando un mayor bagaje de hipótesis explicativas con las que de nuevo partir para indagar el futuro. Presente-pasado-presente-futuro: si se pudiera graficar nuestro método de trabajo, estas serían sus coordenadas.
La Iglesia latinoamericana tiene la responsabilidad de ejercitar una inteligencia del tiempo presente, del momento histórico que le toca vivir. Ya lo dijo en 1955, durante la primera reunión en Brasil, Río de Janeiro, querida por tantos preclaros hombres de América Latina y aprobada, con una visión de amplias miras, por Pío XII. Lo expresó también en 1968 en Medellín, Colombia, dando ocasión al primer viaje de un Papa a tierra latinoamericana, indicando el difícil camino entre la Escila de la violencia revolucionaria y el Caribdis de los regímenes militares de seguridad nacional; lo repitió en 1979 en México, en Puebla de Los Ángeles, en un momento de grandes cambios en la estructura profunda del continente; con menos éxito lo intentó en Santo Domingo, en la República Dominicana, en tiempos quizá demasiado cercanos a los nuestros -1992- como para poder entender la arquitectura interna que iba diseñándose después del colapso del comunismo.
¿Por qué? ¿Por qué la Iglesia tiene el deber de entender el momento histórico que atraviesa el mundo y, dentro de él, América Latina? ¿Por qué quien guía el catolicismo latinoamericano no puede eximirse de un juicio sobre el tiempo presente? ¿Por qué la Iglesia, a causa de su propia misión, está llamada a evaluar el curso de la historia y la dirección de los acontecimientos?
La Iglesia es una realidad humana peculiar, que vive en los estados y en medio de sus pueblos. Un pueblo universal, «una raza sui generis», lo llamaba Pablo VI en una expresión de rara eficacia. Y es así desde los orígenes del cristianismo. Desde los comienzos de su existencia la Iglesia vive en el seno de los estados. Ya lo había percibido el anónimo autor de la famosa carta a Diogneto, cuando observaba que «Los cristianos ni por región ni por su lengua ni por sus costumbres se distinguen de los demás hombres». Y continuaba: «De hecho, no viven en ciudades propias ni tienen una jerga que los diferencie, ni un tipo de vida especial…participan de todo como ciudadanos y en todo se destacan como extranjeros. Cada país extranjero es su país, y cada patria es para ellos extranjera». Con inigualable agudeza el escritor de dicha carta nos ha dejado esta observación final: «Obedecen las leyes establecidas, y con su vida van más allá de las leyes… Para decirlo brevemente, como el alma en el cuerpo así están en el mundo los cristianos» (Se cree que es un texto posterior a los comienzos del siglo II y anterior al año 313; muy probablemente anterior a Orígenes o al mismo Clemente Alessandrino. Se piensa, fundamentadamente, que esta obra -con seguridad un discurso oral, o destinado a serlo- se compuso en Alejandría).
Obedecen las leyes y van más allá de ellas. Las leyes, es decir los actos con los que la autoridad de un estado ejerce la soberanía que le confiere el pueblo en función de los intereses de quienes lo componen. Porque el estado es la última instancia de una sociedad, y si no lo es se convierte en una caricatura de sí mismo. Es más, no existiría sociedad autónoma, independiente y soberana sin estado. La Iglesia se somete a la jurisdicción de los estados. No es un estado pero no puede prescindir de él. En este sentido, sigue el destino de los estados, en cuanto al bien y en cuanto al mal. Al mismo tiempo, siendo una realidad histórica diferente de los estados, la Iglesia está en continua tensión con ellos. Es parte de un estado y lo trasciende, se asimila a él pero no desaparece en su interior, incide en el estado y no coincide con el estado.
En esta bipolaridad de «sometida al estado» y de «ciudadanía de otra ciudad» funda sus raíces el deber, para la Iglesia, de ejercitar la inteligencia del tiempo histórico. La valoración histórica de la naturaleza de los estados y de las relaciones entre ellos, la conformidad de sus existencias con respecto a la esencia que los justifica, la posición que asumen en función del pueblo al que representan, todo esto es parte de la misión fundamental de la Iglesia en cuanto pueblo de Dios en camino dentro de la historia. Un deber que se vuelve inmediatamente una riqueza colectiva. El punto de observación desde el cual la Iglesia se sitúa, de hecho, es insustituible: el valor de la persona humana, su exaltación en cuanto hombre.
Pero también los no cristianos tienen esta misma responsabilidad de entender el movimiento de la historia contemporánea latinoamericana. Pensemos en tantos hombres de cultura, en exponentes políticos, en docentes universitarios, en periodistas y profesionales que se desempeñan en puestos de
responsabilidad. En el espacio de intersección representado por el deber de entender a América Latina en el siglo XXI se encuentran católicos y no católicos.
En este sentido, la próxima asamblea que espera la Iglesia latinoamericana concierne no sólo a sus colaboradores. Queremos decir que es interés de todos los que tienen en el corazón el bienestar material y espiritual de quienes habitan estas tierras. Los resultados de la conferencia, sus conclusiones, la claridad de sus indicaciones, la luz que arroje sobre el futuro, la energía que imprima al camino, la esperanza que deje como último análisis, conciernen a todos y a todos deben urgirles, aunque más no sea como deseo.
Este libro contribuye a la reflexión y como tal lo ofrecemos a las consideraciones de quien tenga alguna responsabilidad histórica: en la Iglesia, en las instituciones civiles, en la universidad. Podría haberse trabajado durante más tiempo, durante varios meses más, y venceríamos los escrúpulos que siempre vuelven y acompañan todo esfuerzo intelectual. En un determinado momento así lo consideraron también sus autores, pero luego prevaleció el realismo al perfeccionismo.
Alfonso Reyes decía agudamente que «la desgracia de no publicar las obras» es que «se pierde la vida rehaciéndolas» (Alfonso Reyes, «Cuestiones gongorinas», México, 1927). Es un argumento de no poco peso y que tuvo su importancia en llevar finalmente este texto a la imprenta.