Benedicto XVI: El cristiano vive con los pies en la tierra y el corazón en el cielo

Ángelus en la solemnidad de todos los santos

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 2 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este miércoles a mediodía a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro desde la ventana de su estudio con motivo de la oración mariana del Ángelus, tras haber celebrado la misa de la solemnidad de todos los santos.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de todos los santos y mañana conmemoraremos a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones litúrgicas, muy queridas, nos ofrecen una oportunidad singular para meditar en la vida eterna. El hombre moderno, ¿sigue esperando esta vida eterna o considera que pertenece a una mitología ya superada?

En nuestro tiempo, más que en el pasado, vivimos tan absorbidos por las cosas terrenales, que en ocasiones es difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra misma vida.

La existencia humana, sin embargo, por su naturaleza, está orientada hacia algo más grande, que le trasciende; en el ser humano no se puede suprimir el anhelo por la justicia, la verdad, la felicidad plena.

Ante el enigma de la muerte, muchos sienten el deseo y la esperanza de volver a encontrar en el más allá a sus seres queridos. Y es fuerte también la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de un esclarecimiento definitivo en el que a cada quien se le dé lo que le corresponde.

Ahora bien, para nosotros, los cristianos, «vida eterna» no sólo indica una vida que dura para siempre, sino también una nueva calidad de la existencia, sumergida plenamente en el amor de Dios, que libera del mal y de la muerte y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y hermanas que participan en el mismo Amor. La eternidad, por tanto, puede estar ya presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, se une a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios no cambia. Un Salmo dice: «Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!» (Salmo 72/73,26). Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente aferrados a esta «Roca», tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el Cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.

Queridos hermanos y hermanas: Meditemos en estas realidades con el espíritu dirigido a nuestro destino último y definitivo, que da sentido a las situaciones diarias. Renovemos el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro, cara a cara, con Dios. Recemos para que ésta sea la herencia de todos los fieles difuntos, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de todas las almas, especialmente de las más olvidadas y necesitadas de la misericordia divina.

Que la Virgen María, Reina de todos los santos, nos guíe para escoger en todo momento la vida eterna, la «la vida del mundo futuro», como decimos en el «Credo»; un mundo que ya ha sido inaugurado por la resurrección de Cristo y cuya llegada podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad.

[Al final del Ángelus, el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos, hoy celebramos la belleza de la santidad de Dios, que brilla de modo especial en sus Santos. Que la intercesión de la Virgen María nos ayude a vivir en plenitud nuestra vocación de hijos de Dios, identificándonos cada vez más con Nuestro Señor Jesucristo. ¡Feliz Fiesta para todos!

[En italiano, añadió:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua italiana, en particular al grupo que lleva la «Antorcha del Diálogo», siguiendo las huellas de san Agustín. Procedente de Tagaste, en Argelia, la Antorcha ha pasado por Hipona, Túnez y Malta; llegada a Ostia y después a Roma, se dirigirá a Pavía donde se encuentra la tumba del santo. Con gusto bendigo esta iniciativa de la Orden Agustiniana y esta «Antorcha», símbolo de fe y de paz.
A todos los presentes y a cuantos nos siguen por radio y televisión les deseo una feliz fiesta de todos los santos.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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