ROMA, lunes, 13 noviembre 2006 (ZENIT.org).-Con una declaración publicada por el «Sunday Times» el 5 de noviembre pasado, el Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos (RCOG) del Reino Unido anunció haber solicitado «la posibilidad de matar a los neonatos minusválidos».

El Colegio envió el documento de solicitud al Consejo de Bioética Nuffield, organismo encargado de examinar los asuntos éticos suscitados por los nuevos desarrollos de la Biología y la Medicina.

El Consejo de Bioética Nuffield es una influyente Comisión privada que está a punto de publicar un informe sobre las decisiones críticas en medicina fetal y neonatal.

En el documento citado, el RCOG pide que se abra un debate sobre la eutanasia activa de los niños minusválidos (en definitiva, quitarles la vida tras el nacimiento), sosteniendo que de este modo se ahorraría el peso emotivo y económico del cuidado de un niño o niña gravemente minusválidos.

La asociación de ginecólogos británicos afirma que el permiso para realizar la eutanasia activa limitaría el recurso al aborto tardío porque, en caso de hipótesis de un grave handicap del feto, los padres podrían llevar adelante el embarazo y decidir sólo una vez nacido si dejarle en vida o suprimirlo.

Frente a tal petición se ha elevado en el Reino Unido la voz contraria del Consejo Británico de Minusválidos.

Para comprender el asunto y sus implicaciones de naturaleza bioética, Zenit ha entrevistado al neonatólogo Carlo Valerio Bellieni, directivo del Departamento de Terapia Intensiva Neonatal del Policlínico Universitario «Le Scotte» de Siena, Italia.

--¿Qué piensa de la petición del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos del Reino Unido?

--Bellieni: La petición de suprimir a los neonatos con graves minusvalías no deja insensible a ningún pediatra, es decir, a quienes mañana estarán llamados a realizar las «eliminaciones», pero no es nueva: ya Michael Gross escribía en 2002 en «Bioethics» que «hay un consenso general en el “neonaticidio”, según el parecer del progenitor sobre el interés del neonato, definido en modo amplio, considerando tanto el daño físico como el daño social, psicólogico y financiero a terceros». Y es siempre el interés de terceros del que hay que partir para comprender lo que se puede esconder tras un pietista intento de «poner fin a los sufrimientos del niño».

--¿Cuáles son los aspectos más inquietantes de la propuesta británica?

--Bellieni: Lo que inquieta a los pediatras son tres cosas:

En primer lugar: tener que convertirse en ejecutores de una condena a muerte: no somos médicos para esto, sobre todo en una época en la que la condena a muerte es estigmatizada por un número cada vez mayor de Estados.

En segundo lugar: considerar a los propios pacientes como no-personas: hay autores que sostienen que los neonatos no son personas porque no tienen todavía una autoconciencia (y es una lógica consecuencia de quien no considera personas al feto o el embrión por el mismo motivo): y de esto llegan a decir que los neonatos ni siquiera son capaces de sentir dolor, siendo la autoconciencia justamente un requisito para esta sensación. Afirmaciones desmentidas ampliamente por la ciencia y la experiencia.

En tercer lugar: considerar la minusvalía no como una vida a socorrer y respetar sino, con una actitud fóbica, como una vida de segunda división (serie B).

--Algunos médicos británicos han mantenido que no hay que escandalizarse, porque el aborto tardío es asimilable a la eutanasia activa. ¿Cuál es su parecer al respecto?

--Bellieni: No me ha sorprendido esta noticia. Comprendo el horror pero no comprendo el estupor: quien ha estudiado anatomía y biología, quien es experto en fisiología humana, sabe bien que no existe ninguna diferencia sustancial entre feto y neonato, aparte de pequeñas modificaciones en el círculo sanguíneo; por tanto, no se comprende por qué horrorice matar a un neonato y no matar a un feto. ¡A menos que no se crea que la entrada de aire en los pulmones tenga un efecto «mágico» capaz de transformar el ADN o la conciencia del individuo!

La foto del pequeño feto muerto dentro de la madre asesinada, publicada hace algunos meses por un diario italiano, ha impresionado no porque se hacía ver a un cadáver (lamentablemente hemos visto también recientemente en TV y en los diarios a muchos niños muertos en guerra y nadie ha protestado) sino porque se hacía ver la realidad: que un feto no es otra cosa que un niño que todavía no ha gozado del aire exterior. Y esto, cada madre sabe que es verdad, como lo sabe cualquiera que por trabajo cuida a los pequeñísimos fetos precozmente salidos del útero materno, llamados «niños prematuros». Lo saben también los cirujanos que operan a los fetos todavía en el útero.

Repito: el drama es que nos sorprende, mientras que hay que iniciar un trabajo cultural, hecho de investigación y de divulgación seria y no sólo ya de «reacciones» (a la última «trasgresión», al último horror). El verdadero esfuerzo bioético de hoy no es el de afirmar un vago sentimiento de misericordia hacia el prójimo (también los programas televisivos están llenos de lágrimas), sino de buscar la evidencia, la realidad; afirmar que un embrión es un embrión y no una célula cualquiera, que un feto de pocos centenares de gramos experimenta dolor, que el ADN muestra que la vida de cada uno inicia desde la concepción. ¡En definitiva, es como demostrar que una flor es una flor y no un jarrón!