TOLEDO, sábado, 4 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso de apertura de la Semana Social de España, que se celebra del 2 al 5 de noviembre en Toledo, pronunciado por el cardenal Antonio Cañizares Llovera. El tema de la Semana es «Propuestas cristianas para una cultura de la convivencia».
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No es casual que se celebre en Toledo esta Semana Social, que va a tratar una importantísima cuestión, nada menos que: «Propuestas cristianas para una cultura de la convivencia», tan urgentes y necesarias en los tiempos que corremos. Digo que no es casual porque aquí tuvo lugar, en el año 589, el Tercer Concilio de Toledo, «dato histórico, eclesiástico y europeo de primer orden», en palabras de quien hoy es el Papa Benedicto XVI, en una conferencia en Madrid en uno de los actos programaos para conmemorar el XIV centenario de este Concilio,
El entonces Cardenal Ratzinger añadía en aquella ocasión: «La España de aquel tiempo estaba dividida internamente en un doble sentido. Al enfrentamiento étnico entre la población románica y la germánica, se sumaba la correspondiente oposición religiosa entre las versiones católica y arriana del cristianismo. Las contraposiciones de la sangre sólo podían ser salvadas por la unidad del espíritu; ambos pueblos podían crecer y caminar juntos, por senda de la unidad en la fe… No volvemos nuestro pensamiento a estos acontecimientos Históricos para refugiarnos en el pasado. El Concilio de Toledo ha creado futuro ha construido Europa, produciendo unidad a partir de la fuerza del espíritu. En el Encuentro con el Concilio, buscarnos modelos de unidad, al no que pueda reunir a unos y otros y abrir caminos para avanzar» (J. Ratzinger), En esta Semana Social también buscamos y esperamos hallar, en las fuentes y propuestas cristianas, caminos por los que avanzar por las sendas de la unidad y de la convivencia entre los pueblos, las razas, las religiones, las gentes, en definitiva.
En esta Semana van a estar presentes preguntas como éstas: ¿Qué puede dar unidad y edificar convivencia entre los hombres y los pueblos? ¿Que fuerzas pueden servir a la edificación de un nuevo futuro para una cultura de la convivencia? ¿Es todavía la fe cristiana, también hoy, mil cuatrocientos diecisiete años después del Tercer Concilio de Toledo una fuerza así? (Cf. J. Ratzinger). Si el camino trazado y emprendido en aquel momento fue quebrado siglos más tarde de algún modo y recuperado, de nuevo en Toledo, con la llegada a Toledo y restablecimiento del rey cristiano. A partir de entonces se origina una convivencia que ha dado lugar a la denominación de Toledo, como la «Ciudad de las tres culturas», no sin una cierta carga de mito de todos conocido.
En todo caso, Toledo representa y es signo de unidad, de convivencia y de una verdadera tolerancia que tiene sus raíces y fundamentos cristianos. Hoy, una de las palabras que está más en boga en el lenguaje público es «tolerancia». Y es verdad que estamos muy necesitados de ella. Se trata de una exigencia básica para las relaciones humanas. Necesitamos vivir en la tolerancia, entendida ésta como obligado respeto a la conciencia y a las convicciones ajenas; la necesitamos como base firme para una convivencia en libertad. La necesitamos en un mundo intolerante, abundante, por desgracia, en rechazos por doquier.
Ojalá, por el bien común de la convivencia, que no se hiciese de la «tolerancia» una palabra manida, un «slogan». Con seguridad, habría que hablar poco de tolerancia y, sin embargo, ser en la realidad muy respetuosos unos de otros. Esto requiere un largo aprendizaje. Un aprendizaje que no es ajeno al reconocimiento de la verdad. Cuando la tolerancia se entiende como indiferencia relativista que cotiza a la baja todo asomo de convicción personal o colectiva, o cuando domina la persuasión de que no hay verdades absolutas, de que toda verdad es contingente y revisable y de que toda certeza es síntoma de inmadurez y dogmatismo, o cuando se estima que tampoco hay valores que merezcan adhesión incondicional y permanente entonces es muy difícil que se construya una sociedad tolerante y una cultura de la convivencia.
Estimo que uno de los enemigos más fuertes y más difíciles para una sociedad tolerante y para cultura de la convivencia es el relativismo y el desplome ético que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea. Incluso, «no falta quien considera este relativismo ético como una condición de la democracia, ya que sólo él garantizaría la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría, mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la intolerancia» (Juan Pablo II). Pero cuando faltan estas normas morales, objetivas y vinculantes para todos, por ejemplo en lo concerniente al respeto a la vida, todos somos testigos de las graves consecuencias que se originan.
«Es cierto, como señaló el Papa Juan Pablo II en su Encíclica sobre la vida, que en la historia ha habido casos en los que se han cometido crímenes en nombre de la ‘verdad’. Pero crímenes no menos graves y radicales negaciones de la libertad se siguen cometiendo también en nombre del ‘relativismo ético’. Si por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático -basado en el respeto y la tolerancia- se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos» (EV 70). Una sociedad tolerante y una cultura de la convivencia se asienta sobre la verdad que nos hace libres y se realiza en el amor. Una sociedad que destruya o disminuya la libertad, asentada en la verdad, o desvirtúe y desnaturalice la realidad del amor o la misma palabra «amor», va de camino hacia la intolerancia. Por ello, si queremos ser libres y construir una sociedad tolerante, busquemos y sirvamos a la verdad que se realiza en el amor.
La Iglesia se presenta en el mundo servidora de una verdad sobre el hombre y de una vida que ha encontrado en Jesucristo, camino verdad y vida, amor de Dios encarnado y crucificado por los hombres. Ella sabe que esta verdad es vida en libertad y en comunión y amor, en mano tendida, en acercamiento al extraño que yace malherido y despojado por otros, arrinconado y marginado, porque la libertad sólo nace del amor, y porque la única razón de ser de la libertad es hacer posible la comunión y el amor, el servicio respetuoso y atención sanante a todo hombre que es próximo a cada uno. Se trata de una libertad para buscar y adherirse a la verdad y al bien, para la comprensión y el respeto, para la longanimidad y el diálogo, para el amor y la misericordia.
Para el cristiano ser tolerante y ser factor de una cultura de la convivencia no debiera ser un añadido, pertenece a su misma entraña. Porque el cristiano es hombre de comunión, de diálogo, de encuentro; porque ha nacido del amor, de la comunión, del diálogo y del encuentro de Dios con el hombre en su Hijo Jesucristo. La tolerancia y la convivencia entre los hombres tan cercana y tan dentro de la comunión es posible si cada uno respeta la dignidad personal y humana de los demás. La comunión, la convivencia, y la tolerancia no existen cuando la colectividad se impone a los hombres; la tolerancia no es real si coexisten unos junto a otros con indiferencia y sólo buscan sus propias ventajas e intereses. La verdadera tolerancia tiende de suyo a la comunión, y sólo surge cuando uno percibe la dignidad inrobable del prójimo y la diversidad como riquezas, cuando le reconoce al prójimo la misma dignidad sin uniformidad que a uno mismo y está dispuesto a comunicarle sus propias capacidades y dones.
Esto es lo que he visto y contemplado en Jesucristo, esto es lo que he aprendido en la Iglesia y de su hi
storia, esto es lo que nos va a ofrecer con gozo y sencillez a todos esta XL Semana Social en España, en el primer centenario de su andadura, aquí, en Toledo, para la que deseo y pido todos los frutos y bendiciones de Dios.