CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI se hizo este domingo portavoz de más de 800 millones de personas que sufren en el mundo de hambre, alertando de las responsabilidad de todos, instituciones y ciudadanos, para derrotar este flagelo.
Miles de personas desafiaron la lluviosa mañana de Roma para escuchar al Santo Padre, quien, con ocasión de la celebración en Italia de la Jornada anual del Agradecimiento, profundizó en el tema de la convocatoria: «La tierra: un don para toda la familia humana».
Y aludió a una cuestión «muy dolorosa: el drama del hambre», que aún habiéndose afrontado recientemente «en las más altas sedes institucionales, como las Naciones Unidas y en particular la FAO [Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Ndr], sigue siendo siempre muy grave» e incluso empeora.
«Más de 800 millones de personas viven en situación de desnutrición» y «demasiadas personas, especialmente niños, mueren de hambre»: una realidad que «la Iglesia sabe muy bien por las experiencia directa de las comunidades y de los misioneros» y que así ha confirmado el último informe anual de la FAO, alertó el Papa.
Para enfrentar esta tragedia, Benedicto XVI recalcó la necesidad de «eliminar las causas estructurales ligadas al sistema de gobierno de la economía mundial, que destina la mayor parte de los recursos del planeta a una minoría de la población», una «injusticia» que ya habían denunciado Pablo VI y Juan Pablo II.
En síntesis, de acuerdo con el Papa, «para influir a gran escala es necesario “convertir” el modelo de desarrollo global».
Y ello lo exige «ya no sólo el escándalo del hambre, sino también las emergencias ambientales y energéticas», advirtió.
Asimismo apuntó hacia la responsabilidad de cada persona y de cada familia, que «pueden y deben» actuar para aliviar el hambre en el mundo.
Y les propuso, para ello, adoptar «un estilo de vida y de consumo compatible con la salvaguarda de la creación y con criterios de justicia hacia quien cultiva la tierra en cada país».
De ahí su exhortación general a un compromiso concreto «para derrotar el azote del hambre» y para «promover en toda parte del globo la justicia y la solidaridad».
«A sus discípulos Jesús enseñó a orar pidiendo al Padre celestial no «mi», sino «nuestro» pan de cada día –indicó a los peregrinos-. Quiso así que cada hombre se sienta corresponsable de sus hermanos, a fin de que a ninguno le falte lo necesario para vivir».