CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 13 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Para Benedicto XVI la búsqueda de la paz es «más que nunca» una prioridad en las relaciones internacionales.
Así lo explicó este lunes al recibir en audiencia al nuevo embajador de Japón ante la Santa Sede, Kagefumi Ueno, nacido en Tokio, en 1948, diplomático de carrera.
Después de pedir al diplomático que hiciera llegar sus mejores auspicios para el emperador Akihito, el Papa reconoció que «más que nunca, la búsqueda de la paz entre las naciones tiene que ser una prioridad en las relaciones internacionales».
«Las crisis que experimenta el mundo no pueden encontrar una solución definitiva en la violencia; se resolverán por el contrario por medios pacíficos en el respeto de los compromisos asumidos», subrayó.
«Como sabemos –siguió diciendo–, y la experiencia no deja de demostrarlo, la violencia no puede ser nunca una respuesta justa a los problemas de las sociedades, pues destruye la dignidad, la vida y la libertad del hombre al que pretende defender».
«Para construir la paz, los caminos de orden cultural, político y económico son importantes», pues como él mismo añadió: «en primer lugar la paz tiene que ser edificada en los corazones».
«El reconocimiento de la dimensión espiritual de la sociedad, suscitando un auténtico diálogo entre las religiones y la culturas, sólo puede favorecer una vida común fraterna y solidaria, único camino que permite el desarrollo integral del hombre».
Entre los campos de la colaboración interreligiosa e intercultural, el obispo de Roma mencionó el compromiso en «la lucha contra la pobreza, con una solidaridad creciente».
En este sentido, aplaudió la asistencia que Japón ofrece a los países en vías de desarrollo.
«Es necesario que los lazos de interdependencia entre los pueblos, que se desarrollan cada vez más, vayan acompañados por un intenso compromiso para que las consecuencias nefastas de las grandes diferencias que persisten entre países desarrollados y países en vías de desarrollo no se agraven, sino que se transformen en una solidaridad auténtica, estimulando el crecimiento económico y social de los países más pobres», concluyó.