CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 20 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Al recibir por primera vez en visita oficial al nuevo presidente de Italia, Giorgio Napolitano, Benedicto XVI recalcó este lunes que la auténtica libertad religiosa no es simple ausencia de violencia contra los creyentes.
Según explicó el Papa a su huésped, quien llegó al Vaticano acompañado por su esposa y por una representación gubernamental del más alto nivel, la dimensión religiosa también tiene una dimensión pública que debe ser garantizada.
«La Iglesia y el Estado, si bien son plenamente distintos, están llamados, según su respectiva misión y con sus propios objetivos y medios, a servir al hombre, que es al mismo tiempo destinatario y partícipe de la misión savífica de la Iglesia y ciudadano del Estado», comenzó aclarando.
El pontífice indicó, en este sentido, que «el hombre se presenta también ante el Estado con su dimensión religiosa, que consiste, sobre todo, en los actos internos voluntarios y libres, por los que el hombre se relaciona directamente a Dios», afirmó, citando la declaración «Dignitatis Humanae» (n. 3) del Concilio Vaticano II.
«Actos de este género no pueden ser mandados ni prohibidos por una potestad meramente humana», añadió, «que por el contrario está llamada a respetar y promover esta dimensión».
Para el Papa sería un error «considerar que se garantice suficientemente el derecho a la libertad religiosa cuando no se ejerce violencia o se interviene sobre las condiciones personales, o se limita a respetar la manifestación de la fe en los lugares de culto».
«No hay que olvidar que la misma naturaleza social del hombre exige que éste manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria», afirmó.
«La libertad religiosa es, por tanto, no sólo un derecho de la persona, sino también de la familia, de de los grupos religiosos y de la misma Iglesia», indicó en un discurso que fue transmitido por el canal público de televisión RAI 1.
«Un adecuado respeto del derecho a la libertad religiosa implica, por tanto, el compromiso de la autoridad civil por facilitar las condiciones propicias que favorezcan la vida religiosa, para que los ciudadanos puedan ejercer efectivamente los derechos de la religión y cumplir sus deberes, y la misma sociedad goce así de los bienes de la justicia y de la paz que dimanan de la fidelidad de los hombres para con Dios y para con su santa voluntad», subrayó
«La libertad que la Iglesia y los cristianos reivindican no perjudica los intereses del Estado o de otros grupos sociales y no busca una supremacía autoritaria sobre los mismos –concluyó–, es más bien la condición para que se pueda cumplir ese precioso servicio que la Iglesia ofrece a Italia y a todo país en el que está presente».