LA LAGUNA, domingo, 26 noviembre 2006 (ZENIT.org).- La «New Age» o Nueva Era constituye un importante peligro para la vida de los cristianos, pero la mayoría de éstos todavía no se ha dado cuenta, ha constado la XXI Semana de Teología celebrada del 20 al 24 de noviembre de 2006 en la sede del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias, en la ciudad de La Laguna-
Las jornadas, que llevaron por título, «Cristianismo y New Age», corrieron a cargo Miguel Ángel Medina Escudero, O.P., profesor de la Facultad de Teología de San Dámaso y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Dámaso, especialista en sectas y en nuevos movimientos.
Estas jornadas se han desarrollado, como ya viene siendo natural, en colaboración con la Universidad de La Laguna, ofreciendo a los alumnos matriculados (en torno a setenta), dos créditos de libre elección.
Los comienzos del fenómeno que conocemos como New Age, se pueden situar en la década de los 60 o 70 del siglo XX, en California, EE. UU.
Sin embargo, dos o tres décadas antes ya las logias masónicas de esta ciudad editaban un semanario con el título «Nueva Era». Pero no será sino después de la guerra del Vietnam que comenzará una fuerte difusión de las ideas de la New Age, que cristalizarán y tendrán resonancia en todos los movimientos sociales y de compromiso que se desarrollarán en la década de los 80 y que llegarán hasta nuestros días. Las ideas de esta Nueva Era, también penetrarán en distintos ámbitos cristianos.
Esto lleva a que el Pontificio Consejo de la Cultura y para el Diálogo Interreligioso publique un documento con el título: «Jesucristo, portador del agua de la vida, una reflexión cristiana sobre la Nueva Era», en 2003, dónde se habla del fenómeno de la New Age y sus relaciones con la fe de la Iglesia.
A pesar de esto, es cierto que con anterioridad ya existían documentos del Magisterio tratando este fenómeno desde comienzo de los años 90, especialmente en los lugares más afectados por el fenómeno como México o Miami.
Según explica Miguel Ángel Medina Escudero la Nueva Era plantea un auténtico reto a la Iglesia, «pues ya engloba varios millones de seguidores. Lo particularmente importante de este movimiento no es lo que dice, sino lo que deja por decir. Es como una nebulosa que todo lo va penetrando, a la que es muy difícil oponer una resistencia, ya que no se sabe exactamente qué es».
«Tiene algo de religión, de filosofía, de ciencia, cultura, arte, educación… pero no es nada de eso y lo es todo a la vez», indica.
«En ella confluyen corrientes y materiales tomados de la mitologías más dispares; doctrinas de ciencias ocultas y de las ciencias más modernas; creencias y técnicas heredadas de la magia más primitiva y actitudes religiosas recolectadas de las religiones más universales, doctrinas gnósticas, principios de astrología, prácticas espiritistas, conocimientos esotéricos, técnicas de meditación…», informa.
«Y la Iglesia debe tomarlo muy en serio –considera–, pues se está adentrando en la mentalidad de muchos cristianos, gracias a un sincretismo que no hace saltar las alarmas de la fe».
Según el profesor, la Nueva Era plantea «muchos» peligros a la fe cristiana. «Despersonaliza al Dios de la revelación cristiana; desfigura la persona de Jesucristo, desvirtuando su misión y ridiculiza su sacrificio redentor; niega el evento irrepetible de su Resurrección por la doctrina de la reencarnación; vacía de contenido los conceptos cristianos de la creación y de la salvación; rechaza la autoridad magisterial de la Iglesia y su forma institucional; relativiza el contenido original, único e históricamente fundado del Evangelio; deforma el lenguaje dando un nuevo sentido a términos bíblicos y cristianos; se apoya falsamente en los místicos cristianos y trastorna el sentido de sus escritos; descarta la responsabilidad moral de la persona humana y niega la existencia del pecado; diluye irremediablemente la práctica de la oración cristiana».
Por eso, considera que todas las precauciones que tome la Iglesia «serán pocas». «Lo más llamativo es la poca información que hay de este movimiento entre los católicos, y la escasa importancia que le otorgan los responsables de la Iglesia».
«Todos tenemos la obligación de informarnos y educarnos para comprender este fenómeno (que tiene puntos muy aceptables) y estar preparados para rechazar lo que es incompatible con nuestra fe», concluye el profesor.