Navidad: invitados a vivir el don de la paz
1. El acontecimiento de la Navidad es el misterio del amor misericordioso de Dios que irrumpe en la historia en la persona de su Hijo. El regalo de Dios que, siendo grande, se hizo pequeño; que siendo fuerte se hizo débil; que siendo eterno habitó entre nosotros. Es el “regalo por excelencia”, nos ha recordado el Papa Benedicto.
2. El Niño Dios entra en la historia concreta de su tiempo; época de conflictos sociales y de muerte; de injusticias y llantos; pero también tiempos de esperanzas en medio de guerras y conflictos. La historia humana no se detuvo con su nacimiento. Más aún, esa historia dejó en Él las huellas de la pasión. Pero su vida, su presencia y resurrección transformaron y siguen transformando la historia. Por eso, Jesús, el Dios con nosotros, es el eterno contemporáneo de la humanidad: “pasó por la vida haciendo el bien” (Hech. 10, 38) y seguirá pasando por ella.
3. El nacimiento del Niño Dios también ilumina nuestras actuales circunstancias históricas. Son muchos los acontecimientos alegres y dolorosos que hemos vivido este año en Chile y entre ellos ha habido manifestaciones que denotan enfermedades en el tejido social. Hemos visto comportamientos que no son nobles, situaciones de violencia y agresivas descalificaciones que agrandan heridas aún no cicatrizadas. Pero, al mismo tiempo, constatamos que una inmensa mayoría de chilenos ha vivido con serenidad los acontecimientos más remotos y recientes de este año. Apreciamos la cordura, sensatez, apertura al diálogo y grandeza de muchas autoridades, dirigentes, instituciones civiles y militares, y ciudadanos de todos los sectores que sólo anhelan un país mejor para las nuevas generaciones.
4. Ante las situaciones de hoy, y también ante los dolores de ayer, invitamos de corazón a todos los hijos y las hijas de esta tierra, a contemplar el misterio del pesebre y a descubrir en el Niño Dios el don del amor, de la reconciliación y de la paz: una luz de esperanza para los tiempos que vienen.
5. Pensemos en las causas nobles que unen a los chilenos y en los tantos desafíos que nos interpelan. Pensemos en la situación de nuestros hermanos más pobres y desamparados. Hace dos décadas, cuando nos visitó el Papa Juan Pablo II, los más vulnerables de Chile no podían esperar y, sin embargo, hoy nos duele que nos sigan interpelando.
6. Un país que crece económicamente pero disminuye en felicidad, es un país que no sabe dónde están las fuentes de su alegría, o que no encamina sus pasos hacia ellas. Para pasar de las cifras a los rostros, traducir los discursos en acciones y convertir los sueños en realidad, es necesaria una pausa, y la próxima celebración del Bicentenario puede ser, desde ya, una oportunidad preciosa de encontrarnos cara a cara con aquello que somos y queremos ser. Desde la Iglesia, comprometemos el trabajo de nuestras comunidades para este propósito.
7. Hoy hacemos un alto ante la pequeñez y vulnerabilidad del Niño Jesús, porque “nos ha nacido un Salvador” (Lc 2, 10). Él mira hacia lo más profundo de cada corazón. Él le habla a nuestra existencia concreta. Les invitamos a todos a vivir esta Nochebuena como nos sugería San Alberto Hurtado: “acompañar a Jesús Niño… mirarlo con amor y pedirle algo de su espíritu”, del espíritu de las bienaventuranzas, del buen pastor, del buen samaritano.
8. A Santa María de Nazaret, Nuestra Señora del Carmen, que nos ha acompañado en nuestra Patria también en los momentos más aciagos de su historia, le pedimos su compañía maternal y su protección.
Por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario General
Santiago, 21 de diciembre de 2006