ROMA, miércoles, 21 febrero 2007 (ZENIT.org ).- Las obras de caridad, la oración, y el ayuno son «armas» espirituales para combatir el mal, afirmó Benedicto XVI en la celebración eucarística de este Miércoles de Ceniza.
En la homilía, pronunciada en la Basílica de Santa Sabina, en la colina romana del Aventino, el Papa presentó estos «instrumentos útiles», propuestos por Jesús, como condición «para vivir la auténtica renovación comunitaria».
«Son las tres prácticas fundamentales, apreciadas también por la tradición judía, porque contribuyen a purificar al hombre ante Dios», reconoció.
«Estos gestos externos, que deben ser realizados para agradar a Dios y no para ganar la aprobación y el consenso de los hombres, son de su complacencia si expresan la determinación del corazón para servirle solo a Él, con sencillez y generosidad».
«El ayuno, al que nos invita la Iglesia en este tiempo, no nace de motivaciones de orden físico, o estético, sino que brota de la exigencia que experimenta el hombre de una purificación interior, que lo desintoxique de la contaminación del pecado y del mal», aclaró el Santo Padre.
De este modo, aseguró, el ayuno educa en «esas renuncias saludables que liberan al creyente del propio yo, que lo hagan más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos».
«Por esta razón, el ayuno y las prácticas cuaresmales» de la oración y las obras de caridad, en particular la limosna, «son consideradas por la tradición cristiana “armas” espirituales para combatir el mal, las malas pasiones y los vicios», afirmó.
En una tarde de lluvia, Benedicto XVI se trasladó del Vaticano al Aventino, una de las siete colinas de Roma, para recorrer en procesión, como es tradición, el trayecto que va desde la basílica de San Anselmo hasta la de Santa Sabina para recibir e imponer las cenizas.
En la procesión participaron cardenales, arzobispos, obispos, los monjes benedictinos de San Anselmo y los padres dominicos de Santa Sabina, así como algunos fieles.
El Papa recibió la ceniza de manos del cardenal Jozef Tomko, prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, purpurado titular de Santa Sabina. Después él Santo Padre la impuso a purpurados, obispos, religiosos y fieles.