BOGOTÁ, jueves, 12 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de la Conferencia Episcopal colombiana, reunida en su 83ª Asamblea General, a la vida religiosa en el país, sobre la cual ha reflexionado como «don de Dios a la Iglesia».
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MENSAJE DE
LA LXXXIII ASAMBLEA PLENARIA DEL EPISCOPADO
A LA VIDA RELIGIOSA COLOMBIANA
1. Los Obispos de Colombia, reunidos en la LXXXIII Asamblea Plenaria Ordinaria, en unión con un grupo representativo de superiores de los Institutos Religiosos que trabajan en las jurisdicciones eclesiásticas del país, hemos reflexionado sobre la Vida Religiosa como don de Dios a la Iglesia.
Hemos reflexionado juntos en íntima relación con la recién concluida V Asamblea General del Episcopado Latino Americano, en Aparecida que tuvo como tema “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que en Él nuestros pueblos tengan vida”.
Nos hemos sentido hijos e hijas de un mismo Padre, hermanos y hermanas de Jesucristo y discípulos y misioneros por el Espíritu.
Hemos orado juntos, de manera especial en la celebración Eucarística y en un clima de familia, respeto y cercanía hemos analizado las luces y las sombras de nuestras mutuas relaciones, de nuestras Iglesias particulares y de la Vida Religiosa. Nos hemos preguntado con franqueza y sencillez ¿Qué quiere el Señor hoy de nosotros? ¿Qué nos pide? ¿Cómo vamos a responder conjuntamente?.
Queremos que la experiencia vivida estos días, en la Conferencia Episcopal, se convierta en modelo de nuestras relaciones en las diócesis, en general y, en las parroquias en particular.
2. Agradecemos a Dios el don dado a su Iglesia en América Latina y de manera particular en Colombia por una presencia viva y centenaria de la Vida Religiosa.
La implantación de la Iglesia en nuestras tierras, tiene en los religiosos a sus primeros agentes. Las comunidades religiosas en el tiempo de la conquista y la colonización, se esmeraron para que a tierras americanas vinieran los mejores exponentes por su forma de vida evangélica, en contraste con los colonizadores que casi nunca fueron lo más selecto.
3. A la Vida Religiosa, Colombia debe los primeros pasos de enraizamiento del Evangelio y además muchos de los procesos que a través de cinco siglos permiten presentar una Iglesia que, caminando constantemente hacia la plena madurez, ya ofrece signos de santidad y conversión dignos de las mejores páginas que recogen la vida de la Iglesia universal.
4. La historia de la Iglesia en Colombia nos muestra cómo los religiosos en nuestra patria han buscado trabajar por la única Iglesia, teniendo conciencia de que la unidad es un signo fundamental para que los hombres y mujeres de todos los tiempos, puedan llegar a acoger la persona de Jesús como el enviado por el Padre para que el mundo crea (cfr. Jn. 17, 21).
5. Al orar y reflexionar juntos , en estos días, tanto los Obispos como los miembros de la Vida Religiosa, hemos sido llamados a demostrar de forma radical con nuestra vida la manera de vivir propia de quienes hemos experimentado un encuentro con la persona de Jesucristo, que nos lleva a una opción por la santidad. La santidad no se identifica con un quehacer sino con una manera de ser que se fundamenta en la presencia del Espíritu Santo en el corazón de cada uno. Esta presencia ha de ser acogida personalmente para que se haga viva en una experiencia comunitaria, que llama también a los otros a la santidad. Quien es santo termina dando la vida de múltiples maneras para que todo necesitado tenga vida.
6. La Iglesia que ha recibido de Dios el don de los religiosos afirma que la Vida Religiosa se fundamenta en el seguimiento de Jesús, tal como lo propone el Evangelio. Tal seguimiento tiene en el propósito de los fundadores una experiencia de particularidad que exige fidelidad al carisma que el mismo Dios ha dado a su Iglesia a través de los fundadores. El don de Dios dado a su Iglesia y que como todo “don y vocación de Dios son irrevocables” (cfr. Rm. 11, 29) ha sido concedido para que los religiosos participen en la vida y misión de la Iglesia, adaptándose a las nuevas situaciones de los tiempos y lugares.
7. La unidad de la Iglesia pide de todos los miembros que la conforman buscar caminos significativos para lograrla y evitar toda vía que lleve a la división. Discipulado, y misión serán siempre la base de una acción evangelizadora integral donde obispos y religiosos encontraremos un campo para fortalecer la unidad en su plena dimensión.
8. La Iglesia particular es el lugar donde la diversidad de los carismas de los religiosos encuentran la unidad. La diversidad se da en las formas de vida diferentes que se unifican en la misma fe, que se ocupa en la edificación de la Iglesia de Jesús, que es una, santa, católica y apostólica. Tal unidad no significa uniformidad que empobrece a la Iglesia, arrebatándole la riqueza de la múltiple diversidad de la Vida Religiosa.
9. Todo instituto religioso con su propia forma de vida enriquece a la Iglesia mientras tenga en su espíritu la lucha constante por la unidad. En esta lucha por la unidad se fundamenta la fecundidad de las vocaciones y de la vida apostólica en todas las formas de Vida Consagrada.
10. No podemos pasar por alto las normales dificultades que se presentan día a día en el anuncio del Reino de Dios. Buscar en el diálogo la solución es una tarea común de religiosos y obispos desde una opción evangélica, siguiendo los religiosos las inspiraciones fundacionales de amor a la Iglesia y nosotros, los llamados por el Señor a presidir en la caridad las Iglesias particulares a nosotros confiadas.
11. Estamos llamados a colaborarnos mutuamente afirmando nuestra igualdad fundamental como bautizados y reconociendo la diferencia en las funciones por el servicio que prestamos para que el Evangelio sea anunciado a todos los hombres y mujeres.
12. La Iglesia somos todos los hermanos bautizados con vocaciones específicas diversas, llenas de riqueza. Caminemos todos juntos por el mismo sendero. Nos necesitamos como cuerpo; si nos falta un miembro sufrimos todos. Obispos y religiosos unidos como Iglesia tenemos un compromiso ineludible, ser testigos de la misericordia de Dios. Desunirnos es arruinar la vocación de discípulos y misioneros de Jesucristo.
La Iglesia es joven y lleva en sí misma una respuesta para nuestra Colombia sufriente si avanzamos unidos; de lo contrario nuestro antitestimonio de desunión, antagonismo o paralelismo, destruirá a la misma Iglesia y Colombia se sumirá aún más en su dolor de Patria.
13. Los Obispos queremos expresar a los queridos religiosos y religiosas que trabajan en nuestras diócesis nuestra paternal y fraternal acogida. Un agradecimiento sincero por su entrega y generosidad evangélica, que aporta significativamente para la edificación de nuestras comunidades diocesanas, además de una eficaz labor apostólica, un vivo testimonio de vida como discípulos y misioneros en comunidad, que es realmente signo visible escatológico de la vida plena en la Trinidad.
De manera particular queremos agradecer a las comunidades religiosas que trabajan en los lugares de conflicto y con nuestros hermanos más vulnerables y los exhortamos a seguir trabajando en plena comunión con las Iglesias particulares, educando para la paz.
Una mirada especial nos merecen nuestros hermanos que en los monasterios se dedican de manera particular a la contemplación. Miramos la vida de estos hombres y mujeres como un testimonio plenamente evangélico que nos permiten seguir afirmando con toda la tradición de la Iglesia que ¡sólo Dios basta!.
14. Celebramos con satisfacción y alegría en el Señor la Asamblea que acabamos de realizar, convirtiéndose en un signo claro de comunión eclesial, en donde obispos y religiosos hemos caminado juntos como discípulos y misioneros tras el maestro Jesucristo , p
ara la construcción de la Iglesia en Colombia.
Con afecto de pastores agradecemos a Dios el don de su existencia y valoramos su misión que es la de Cristo, para la gloria del Padre con la fuerza del Espíritu Santo.
Bogotá, D.C., 6 de julio de 2007
+ Luis Augusto Castro Quiroga
Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal