LIMA, sábado, 28 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje del presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, OFM, arzobispo de Trujillo, con motivo del 186º aniversario de la independencia del Perú.

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Estimados hermanos y hermanas:

En estos días que celebramos el 186º aniversario de la Independencia nacional, quiero compartir con ustedes esta reflexión sobre nuestra Patria.

En las últimas semanas el país ha vivido experiencias contrastantes, por un lado, hemos sido testigos de gestos de solidaridad de miles de peruanos frente a la ola de friaje que ha azotado las zonas andinas de nuestra Patria. Igualmente el Perú se ha llenado de orgullo al reconocerse a Machu Picchu como una de las nuevas Maravillas del mundo.

Por otro lado, el país ha vivido manifestaciones, huelgas, paralizaciones, protestas que más allá de la justicia, validez o legalidad de éstas, crearon un ambiente de convulsión social e inseguridad, que no es el mejor camino para solucionar los problemas de nuestra Patria.
Lo paradójico de estas protestas es que en los últimos años no habíamos tenido como ahora un crecimiento económico tan grande y sostenido, las proyecciones económicas no habían mostrado tan buen derrotero y nunca las regiones de nuestro país habían tenido tantos recursos disponibles. Pero el hecho de tener unos índices económicos favorables y al mismo tiempo un descontento social nos tiene que hacer reflexionar, por un lado, sobre la razón y sentido de estas protestas sociales y, por otro lado, acerca del tipo de ‘progreso’ y ‘desarrollo’ que queremos para nuestro país.

Ciertamente, el progreso económico de un país no implica necesariamente un progreso social, pues el hecho que la macroeconomía del Perú crezca no quiere decir que la economía de todos los peruanos esté creciendo, y menos aún en la misma proporción. Una economía despersonalizada no llega a la población, por eso la economía debe tener un rostro humano.

Debemos recordar que la mitad de los peruanos está bajo la línea de pobreza, por ello no debemos minimizarla, porque en la mayoría de los casos los daños que causa son irreversibles y tiene consecuencias en términos de políticas públicas, constituyéndose además como un grave problema ético.

Mueven esta reflexión las palabras de Su Santidad Benedicto XVI en Aparecida, en mayo último, que nos recordaba: “la Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres”[1] , por eso desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, ¿no sería mejor invertir más en promover la paz social, en reducir los índices de violencia ciudadana, en prevenir la delincuencia y en mejorar la calidad de vida? ¿Por qué no invertir en la misma proporción en proyectos sociales como se invierte en proyectos ‘productivos’? Esto podría evitar la paradoja de tener pueblos en la pobreza pero con organismos que disponen de recursos naturales y económicos, como es la realidad de muchas regiones del Perú.

Estimados hermanos y hermanas: el desarrollo de un país no sólo se mide en cuadros y estadísticas, sobre todo cuando hay hambre y frustración. El desarrollo de un país se logra cuando su gente se desarrolla, sus regiones crecen cuando sus habitantes crecen, progresan.

Es sabido que el mayor tesoro que tiene un país es su Recurso Humano y su desarrollo espiritual “porque una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores”[2], y es esto lo que debemos privilegiar en todo esquema de desarrollo; por eso la inversión en educación, en salud, en nutrición tiene que ser vista como tal, como ‘inversión’, y no como gasto. La mejor inversión que podemos hacer está en atender a las madres gestantes, al niño por nacer, a la infancia y a la juventud; fortalecer la familia, “patrimonio de la humanidad”, porque la familia es decisiva para las dimensiones básicas de la vida y para el desarrollo integral de los recursos humanos de un país.

Nosotros no somos dueños del futuro de nuestro país y menos aún de los sueños de nuestros niños y jóvenes; pero sí podemos construir aquello que les permita vivir con esperanza e ilusión. Debemos desarrollar para ello una conciencia crítica y actitudes éticas auténticas, pues la ética es el único mecanismo que puede dar dirección a un proceso de desarrollo con rostro humano.

Si no pensamos, actuamos y crecemos como discípulos de Jesús para los creyentes y personas de buena voluntad, todos juntos y equitativamente, jamás creceremos como país y menos aún como nación. Debemos tener real voluntad de crecer y generar verdaderas oportunidades para los demás, especialmente para los más desfavorecidos.

Que Dios nuestro Padre, Señor de la historia, de la vida y de la paz, les otorgue abundantes gracias y bendiciones para alcanzar, como buenos discípulos y ciudadanos, el camino del desarrollo con equidad, y del progreso económico con justicia social. Y a todos los compatriotas, que están en el Perú y en el extranjero, les hago llegar mi bendición, y les deseo en estas fechas FELICES FIESTAS PATRIAS.


+ MIGUEL CABREJOS VIDARTE, OFM
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal del Perú Presidente del Departamento de Misión y Espiritualidad del CELAM


Lima, 26 de julio de 2007

[1] Benedicto XVI. Discurso Inaugural, n, 4. V Asamblea del Episcopado Latinoamericano. Aparecida Brasil, mayo 2007.
[2] idem.