MADRID, sábado, 21 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que publicó en el diario «La Razón» el 18 de julio la periodista Cristina López Schlichting.
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El arzobispo de Pamplona ha salido descalzo a reparar el nombre de Jesucristo por las calles de su ciudad. Iban con él 8.000 personas dolidas por una pancarta blasfema que la peña Mulhiko Alaiak, ha paseado durante los Sanfermines y que representaba a Cristo en la cruz con el brazo derecho saludando al modo fascista.
Sentí dolor, admiración y orgullo al ver la magnífica estampa que daba La Razón de don Fernando Sebastián con la capa pluvial, el birrete episcopal y los pies desnudos. Ese castillo, ese pedazo de hombrón que es el prelado de Navarra llevaba el ceño fruncido y los labios apretados de impotencia y de pena por su Dios.
Era un hombre en toda la extensión de la palabra, alzándose inerme y descalzo frente a una horda de salvajes para enseñarles que las cosas tienen valor y significado. Las bestias que han escarnecido a Jesús no saben seguramente que Jesús existe pero tampoco que sus propias vidas tienen un peso infinito. Creen que lo mismo da ocho que ochenta, Jesús que Barrabás, el bien y el mal, lo recto y lo torcido.
Monseñor Sebastián no se ha molestado en insultarles ni en dirigirles filípicas, se ha descalzado y puesto a recorrer la ciudad en procesión, desagraviando a su Señor por los insultos e irguiéndose delante de los agresores con sencillez y dignidad. Con ello ha conseguido trazar una línea límpida entre la decencia y la canalla, una raya que nos obliga a todos a tomar partido.
Visto lo visto, que cada uno se descalce donde le toque y convoque a los hombres y mujeres de bien a caminar juntos en defensa del sentido común. Hay que empezar a andar en lugar de quejarse y permanecer con las manos caídas. Los pies de don Fernando me han recordado otros dos pares más.
Los retorcidos y gastados por la artrosis de Teresa de Calcuta, que tuve el honor de besar con motivo de sus funerales y los grandotes de Juan Pablo II, calzados pero reputadamente andariegos, cuyas suelas vimos todos los peregrinos con motivo de sus funerales en Roma. Pies gastados para una época dura. Trío de pies para marcarnos el camino.
Cristina Lopez SCHLICHTING