MÉXICO, viernes, 27 julio 2007 (ZENIT.org–El Observador).- La Iglesia católica en México, a través de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana, está llevando a cabo, desde mayo pasado, una intensa campaña en contra de la trata de personas, esclavitud del siglo XXI, que tiene muchas caras; entre ellas, la explotación sexual, laboral, el tráfico de órganos y la servidumbre sin respeto alguno a los derechos humanos.
La pastoral de la Iglesia ha tomado la estafeta, sobre todo a partir del tráfico de indocumentados en la frontera con los Estados Unidos, tráfico que, año con año, hace entrar de manera ilegal, en muchas ocasiones vejatoria de los derechos de las personas, a medio millón de mexicanos y que provoca un promedio de 500 muertes en el intento por llegar al «sueño americano» entre trabajadores mexicanos.
El punto de partida de esta campaña ha sido la carta pastoral que escribieron las conferencias episcopales de los dos países, «Juntos en el Camino de la Esperanza ya no somos extranjeros», en la cual los obispos mexicanos y estadounidenses hacían un llamado a los gobiernos para que por medio de esfuerzos coordinados detuvieran la plaga del tráfico de seres humano por medio del cual se transporta a hombres, mujeres y niños de todo el mundo –principalmente de México– con el fin de forzarlos a trabajar o a prostituirse.
Según ha dicho la Dimensión Pastoral de Movilidad Humana dependiente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, la trata de personas, es ya el tercer «negocio» más redituable para el crimen organizado en ambas naciones, después del narcotráfico y el tráfico de armas.
«Esto nos da la pauta para saber que es un “buen negocio” para los tratantes quienes explotan sus “mercancías” (la propia persona) tanto cuanto la persona pueda serle provechosa y vendida al mejor», dicen en un comunicado en el que dan a conocer los pormenores de la campaña contra la trata de personas y a favor de un trato digno a los que emigran.
La campaña –que está tocando no solamente las diócesis fronterizas sino, sobre todo, aquellas que son grandes productoras de migrantes– tiene dos carteles publicitarios: en uno se pide a la gente que esté atenta pues la trata de personas sí existe y es un flagelo contra el que hay que luchar de manera conjunta y coordinada. El otro cartel hace referencia a que las personas tenemos valor, pero no precio.
El primero –según dicen los animadores de la campaña– está dirigido a la sociedad civil, a los fieles y a los sacerdotes; mientras que el segundo va, directamente, a los propios migrantes, la mayor parte de las veces víctimas del espejismo de la economía estadounidense, la primera potencia mundial.
Con los meses del verano se incrementa el número de personas que mueren al tratar de cruzar la frontera, sobre todo por la creciente del Río Bravo, que divide a los dos países, o por efectos del calor, sobre todo en las grandes regiones desérticas de California, Arizona, Nuevo México y Texas.