HONG KONG, lunes, 23 julio 2007 (ZENIT.org).- «La Iglesia aquí en China va a crecer en gracia y conocimiento de Jesucristo. La carta de Benedicto XVI debe ser leída, explicada y comentada en pequeños grupos en todo el país. Permanecerá por mucho tiempo como un texto de referencia», afirma el padre Yihm Sihua.

El sacerdote de Hong-Kong, que se desplaza regularmente al continente chino para realizar visitas pastorales, ha aceptado responder a las preguntas de Zenit sobre la manera en que ha sido recibida la carta del Papa a los católicos de China.

--¿Con qué estado de ánimo esperaban esta carta los católicos chinos?

--Yihm Sihua: La esperaban con mucha impaciencia y curiosidad. Me preguntaban a menudo: «¿Pero cuándo se va a poder leer por fin?». Fue anunciada en enero de 2007 y muchos de ellos no entendían que hiciera falta tanto tiempo para escribirla.

--¿Y cómo ha sido recibida esta carta?

--Yihm Sihua: La inmensa mayoría de los católicos chinos no la ha leído todavía. Los medios chinos no han hablado de ella y los sitios católicos que la habían puesto en Internet a la disposición de los internautas han sido obligados, por la censura china, a retirarla. Sin embargo, circula como documento privado. Quienes tienen familia en el extranjero, en Hong Kong o en Taiwán, la reciben en su correo personal y la hacen circular a su alrededor.

Al leerla, en un primer momento, me pareció un poco larga y bastante difícil de comprender. Habría deseado un texto más asequible para los católicos chinos de base. Muchos viven en el campo y no tienen más que un nivel de educación primaria.

Pero, al releerla, me he dado cuenta de que es una obra de encaje de bolillos: el análisis de la situación de la Iglesia en China es a la vez muy fino y completo. Se ha pasado revista a todas las grandes dificultades actuales, además se subraya bien la necesidad de una mayor unidad y una comunión fuerte. El texto es directo: pide a Pekín que garantice la libertad religiosa del país, dejando entender que la que gozan actualmente los creyentes es todavía insuficiente. La carta afirma también que la Asociación Patriótica (controlada por el gobierno) no es una organización de Iglesia; recuerda que son los obispos quienes deben dirigir la Iglesia. Al mismo tiempo, el texto es respetuoso con las personas: los obispos que no están en comunión con Roma son tratados con delicadeza. Varios han aceptado contra su voluntad la ordenación episcopal, han sido objeto de un chantaje vergonzoso. No son del todo responsables de esta situación en la que se les ha metido.

Los católicos chinos que conozco han acogido la carta de Benedicto XVI con mucha alegría: alegría al darse cuenta de que el Santo Padre les lleva en su corazón, que comprende tan bien sus problemas y que les da su confianza para resolverlos. Alegría al mismo tiempo al constatar que habla alto y fuerte por el bien de la Iglesia local y de China en su conjunto. Sólo un número ínfimo de extremistas puede sentirse decepcionado: algunos esperaban una condena firme de toda colaboración con las autoridades políticas, otros habrían deseado alabanzas al socialismo.

--¿Qué frutos, en su opinión, traerá esta carta?

--Yihm Sihua: Los obispos, los sacerdotes y los laicos, que no pueden comunicar fácilmente con el exterior, se beneficiarán de las numerosas referencias que les ofrece la carta. En caso de duda o de conflictos, podrán reflexionar juntos sobre lo que está en juego y reaccionar con conocimiento de causa. Su capacidad de discernimiento mejorará. Esta será para ellos la ocasión para profundizar en el Evangelio y para aprender a resolver los problemas de manera cristiana.

La Iglesia aquí en China crecerá en gracia y conocimiento de Jesucristo (2 Pedro 3, 18). Esta carta debe ser leída, explicada y comentada en pequeños grupos en todo el país. Permanecerá por mucho tiempo como un texto de referencia.

--En su opinión, ¿esta carta puede contribuir a mejorar las relaciones entre la Iglesia Católica que está en China y el Gobierno de Pekín?

--Yihm Sihua: Yo hablaría más bien de sanear estas relaciones, rechazando la corrupción, las manipulaciones y toda discriminación basada en las convicciones personales, respetando sobre todo las leyes del país y de la Iglesia.

La mayor parte de los responsables políticos, a todos los niveles, pero también numerosos responsables de la Iglesia, no conocen la ley china; además, no distinguen entre el campo de la política y el de la fe. El gobierno chino insiste desde hace años en que la Iglesia católica no se meta en los asuntos internos del país pero, él mismo, se mete constantemente en los de la Iglesia: en algunas regiones, atiza las divisiones entre comunidades, se opone a que los jóvenes sean ordenados sacerdotes, obstaculiza los cambios de párrocos, no permite que un obispo ejerza su ministerio en otra diócesis que la suya, rehúsa permisos para celebraciones excepcionales.

Tengo mucho respeto por un responsable de la Seguridad Pública del sur del país. Llamado a dirimir un conflicto entre dos pastores protestantes que no se entendían, rehusó intervenir explicando que era un asunto estrictamente religioso. Lamentablemente, tal reacción es todavía rara en el país.

--¿Piensa que esta carta puede llevar a los católicos de la Iglesia subterránea a unirse a la Iglesia oficial?

--Yihm Sihua: Antes que nada, evitemos hablar de dos Iglesias distintas en el continente chino. No hay más que una Iglesia católica en China, pero con diferentes tendencias. Están, en primer lugar, las comunidades legales, que han aceptado registrarse ante el Gobierno, según la ley china. Lo hacen por diversas razones: porque quieren recuperar su iglesia, porque las autoridades locales tolerantes les inspiran confianza, porque los miembros de la Asociación Patriótica respetan a su sacerdote, porque el obispo de la diócesis fue reconocido por Roma.

Estos católicos, que serían hoy menos de un tercio de la cifra total, viven perfectamente en comunión con la Iglesia universal incluso si están infiltrados por el gobierno.

Están luego las comunidades que viven en la ilegalidad: es decir, que han rechazado hacer una elección que les situaría bajo la autoridad de la Asociación Patriótica y de la Oficina de Asuntos Religiosos. Su rechazo se basa en varios motivos: las autoridades locales no les inspiran confianza, el obispo del lugar no está en comunión con Roma, algunos de sus sacerdotes están en la cárcel o en residencias vigiladas.

Estos católicos quieren a cualquier precio preservar a su alrededor un espacio de libertad que permita a su comunidad cristiana vivir plenamente su fe y transmitirla a las jóvenes generaciones. Para ellos, salir ahora de su clandestinidad será una ingenuidad. Sería arrojarse en brazos de la Asociación Patriótica y perder esta libertad religiosa por la que han luchado tanto. No es deseable de ninguna manera por el momento. Es necesario todavía tener paciencia y esperar a que el Gobierno afloje su control sobre las religiones.

Para esto hará falta todavía mucho tiempo y la buena voluntad por las dos partes, como dice Benedicto XVI en su carta. Pidamos para que esta hora llegue sin tardanza y en el respeto mutuo de las diferentes personas implicadas.