TEGUCIGALPA, lunes, 17 de septiembre de 2007 (ZENIT.org). – Publicamos la intervención del arzobispo Claudio María Celli, nuevo presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, al inaugurar este lunes la décima reunión continental de la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL).
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Es una gran alegría encontrarme de nuevo en estas tierras hondureñas a las que me unen profundos lazos de historia compartida, de amistad y de hermandad en la fe. Aquí me siento realmente en mi casa, y lo mismo podrán decir todos los participantes en el encuentro ahora que pueden gustar la hospitalidad de este pueblo tan generoso y lleno de calor humano. Gracias, Señor Cardenal, por su apertura en acoger esta Reunión, y por su constante apoyo a todo lo que signifique buena comunicación en la Iglesia. El Pontificio Consejo se beneficia constantemente de su amplitud de miras y su grandeza de corazón.
Me hace aún más grata esta visita el acompañar por primera vez una Reunión Continental de la RIIAL, que además es ya la décima celebrada. Este número redondo de algún modo expresa un punto de llegada, un estado de madurez de la Red, tras un proceso largo y esforzado de quienes la fundaron: el Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales en la persona de Mons. Enrique Planas, y el CELAM, cuyo entonces Obispo Secretario General era Mons. Darío Castrillón. Puede decirse que la RIIAL es resultado de la comunión eclesial y de la amplitud de miras de estas dos instituciones. Hoy es una realidad presente en prácticamente todos los Episcopados de América Latina, es parte orgánica en la estructura el CELAM, cuenta con una enorme cantidad de servicios muy prácticos y útiles par la pastoral. Más aún, la RIIAL se ha convertido ya en una «cultura eclesial” de uso de las nuevas tecnologías, insistiendo en la primacía de la comunión y la misión, y no cediendo en el esfuerzo de llegar hasta los más necesitados.
Pero esta madurez alcanza en este encuentro un punto de inflexión hacia nuevos derroteros. Una serie de circunstancias importantes han cambiado desde la última vez que ustedes se reunieron en Cochabamba en el año 2005 y marcan fuertemente la nueva fase que ahora iniciamos. Se ha celebrado la Va. Conferencia General del Episcopado en Aparecida, que da un decidido impulso a la dimensión misionera de la Iglesia en el continente; se han renovado las autoridades del Pontificio Consejo y también las del CELAM. Asistimos a un panorama tecnológico en plena aceleración, que no puede dejarnos indiferentes y nos interpela directamente. Además, la Iglesia está preparándose para el próximo Sínodo de los Obispos, que será nada menos que sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. La comunicación de Dios a los seres humanos será el centro de nuestra atención y hemos de estar preparados con amor y disponibilidad, con apertura para dejarnos vivificar por ella y para servirla sin reservas.
Ahora bien. En estas nuevas circunstancias, ¿dónde encontramos la brújula adecuada que nos oriente en el camino a seguir? Creo que una vez más hay que acercarnos al faro luminoso que es el Concilio Vaticano II y que debe seguir orientando nuestos pasos: «La Iglesia sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido. (…) Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas.» (Gaudium et spes, 3 y 4).
El Concilio abrió un cauce muy importante en la historia de la Iglesia, recordándonos que nuestra tarea es siempre la misma y a la vez es nueva cada día; que sigue el paso de los tiempos pero tiene su norte en la Eternidad y en el Amor Misericordioso que ha irrumpido en nuestra Historia con la Encarnación del Verbo de Dios.
«El ser humano es para la comunicación y para la comunión», dice el Documento de Aparecida (n. 130).
El mundo contemporáneo es hoy más que nunca ejemplo de ello. O al menos, de su búsqueda. Nos encontramos en una sociedad marcada precisamente por la comunicación, en intensidad y en extensión, por la cantidad de mensajes que recibimos y emitimos diariamente. Muchos millones de seres humanos hoy están «hiper-comunicados», al menos con teléfonos móviles y con Internet, buscando relaciones humanas más gratificantes, discutiendo temas, encontrándose en el contexto del ciberespacio. Como bien señala el Documento de Aparecida, viven sumergidos en esa atmósfera de significados, tantas veces inconexos y hasta opuestos entre sí.
Pero hay algo nuevo dentro de lo nuevo. Las noticias ya no las dan sólo los periódicos o la televisión. Cada persona puede ser emisora, cada grupo puede crear sus propios órganos de información. La noticia puede salir de los vecinos de un barrio a través de sms o enviando fotos y filmaciones a You-Tube. La información la crean y la difunden los jóvenes a través de blogs y wikis. Las nuevas generaciones comparten música, fotografías, videos, textos, de manera inmediata y casi sin percibir la complejidad de la tecnología que les permite este modo de vida. Para ellos su hábitat normal, es el clima en el que se mueven, el lenguaje que hablan, el marco cultural en que piensan y deciden. El Cardenal Martini lo anticipaba en su famosa Carta Pastoral de los primeros años 90 «La orla del manto»: «Los medios ya no son sólo una pantalla que se mira o una radio que se escucha. Más bien son una atmósfera, un ambiente en el que estamos inmersos, algo que nos rodea y nos invade por todas partes. Estamos sumergidos en este mundo de sonidos, imágenes, colores, impulsos y vibraciones, como el hombre primitivo estaba inmerso en la selva o el pez en el agua. Es nuestro entorno. Los medios son una nueva forma de estar vivos.» (p. 11).
Este es el nuevo Areópago donde se dialoga, y donde muchos van a la búsqueda de usuarios, vistos como posibles compradores en un gran mercado de cosas, de imágenes, de ideas.
A la vez este areópago, en la medida en que se vehicula a través de medios tecnológicos, deja fuera del diálogo a millones de personas que no pueden acceder a él, tanto por falta de medios como de cultura de uso. La info-pobreza es mucho mayor cuanto más avanzan los sectores más pudientes de la sociedad y se hacen info-ricos.
El Santo Padre Benedicto XVI está impulsando a los creyentes a vivir una mayor adultez en la fe, una verdadera entrega al Señor, que haga fecunda la acción evangelizadora, en particular en las Iglesias que peregrinan en América Latina. Los Obispos en Aparecida, recogiendo esa indicación, animan a los creyentes a un encuentro personal con Cristo, a tener una auténtica vida comunitaria, y a sentirse misioneros en el mundo que les ha tocado vivir. Pues bien, parte importante de este mundo es la sociedad mediática de hoy. El anuncio de Cristo resucitado y vivo, que obra en los bautizados, no puede aceptar pasivamente las radicales transformaciones socioculturales en acto, sino más bien ofrecer al mundo contemporáneo y futuro la Palabra salvadora.
No olvidemos que «la comunión y el progreso en la convivencia humana son los fines principales de la comunicación social y de sus instrumentos» (Communio et progressio, 1); éstos también «potencian toda colaboración» (Ib., n. 7).
Todo esto nos interpela, nos hace preguntarnos qué trayecto hemos recorrido y cómo debemos emprender los caminos del futuro. Durante los cuarenta años que han pasado desde el Concilio, la Iglesia ha caminado mucho en el campo de la comunicación. En este momento en que Aparecida plantea u
na nueva fase de la Iglesia en América Latina, recojo algunos de los desafíos del momento actual:
1. El desafío de la inculturación del Evangelio.
La comunicación auténtica nunca es unidireccional, pues quedaría pobre e incompleta. La comunicación que transforma y une es la que acoge la realidad del otro.
«El mismo Cristo en su vida se presentó como el perfecto ‘Comunicador’. Por la encarnación se revistió de la semejanza de aquellos que después iban a recibir su mensaje, proclamado tanto con palabras como con su vida entera, con fuerza y constancia, desde dentro, es decir, desde en medio de su pueblo. Sin embargo, se acomodaba a su forma y modo de hablar y pensar ya que lo hacía desde su misma situación y condición» («Communio et progressio», n. 11). Hoy ese clima y condición están marcados por las comunicaciones.
Pensemos también en María de Guadalupe, señalada por Juan Pablo II como «modelo de una evangelización perfectamente inculturada». Tal como hizo el Verbo Encarnado, Ella misma se adapta a la mentalidad de su interlocutor, a su cultura, a su ritmo. Es portadora de un mensaje que no está hecho sólo de palabras. Es gesto, es forma, es imagen, es lenguaje, es idioma. Es una comunicación amorosa y llena de aceptación por el mundo del otro, a la vez que ejerce un efecto dinamizador que cambia para siempre al interlocutor. Juan Diego se ve reconocido en su profunda dignidad de ser humano, y más aún, elevado a una alta tarea: es enviado en misión para ser portador de un mensaje que le supera.
Así, la Iglesia y la sociedad están en comunicación. La Iglesia Madre y Maestra, como madre escucha, comprende, acompaña. Ha de escuchar en profundidad qué dice, qué busca esta sociedad con sus diversos ámbitos culturales, cuáles son los lenguajes que comprende y en los que se expresa, cuáles las categorías de su pensamiento. Como maestra enseña el Evangelio, instruye en la Palabra de Dios, se pone al servicio de las personas para que crezcan y se desarrollen plenamente de manera armónica según el plan de Dios.
Por su parte, la sociedad es invitada también a escuchar en profundidad para comprender el mensaje de Cristo sin reducirlo ni manipularlo, acogerlo en su integridad, transmitido por una Iglesia que necesariamente es histórica y se expresa en las categorías de su tiempo.
Este encuentro sólo será posible si el Evangelio es inculturado, y alcanza todos los ámbitos de la cultura.
2. El desafío de la armonización
Como bien señala el documento de Aparecida, «la Iglesia cuenta con más medios que nunca para la evangelización de la cultura (…). Tenemos radios, televisión, cine, prensa, Internet, páginas web y la RIIAL, que nos llenan de esperanza». (D. Ap 99 f). Todos estos medios, que el Papa Pio XII llamaba «dones de Dios» (Miranda prorsus, ) han ido surgiendo como flores en un campo, animados por un gran entusiasmo evangelizador y espíritu de servicio. Pero aún queda el desafío de sintonizarnos en un acorde común que no distraiga, sino facilite a los diversos públicos la comprensión del mensaje del Evangelio de Cristo vivo. Los medios y pueden ayudar a las personas a «alcanzar un mayor sentido comunitario» (C.p. n. 8); ¡Cuánto más debe suceder eso en el seno de la Iglesia! El desafío puede también llamarse coordinación o sintonización –que no uniformidad- de los medios eclesiales.
Esta armonización expresa nuestro espíritu de pueblo de Dios, y de algún modo contrasta con la tendencia individualista en la que es fácil caer cuando uno está absorto en realizar la propia tarea. La eclesiología de comunión que el Concilio impulsó se expresa, más que en las palabras, en la vivencia de hecho y en el testimonio de las tareas cotidianas.
3. El desafío de la formación
En una sociedad como la nuestra no podemos permitirnos ser «analfabetos mediáticos», es decir, ignorar el abecedario del lenguaje de hoy, que en cambio niños y jóvenes manejan perfectamente. A ellos hemos de ofrecerles marcos de referencia para que puedan seleccionar y asimilar esos mensajes de manera que adquieran significado; a los Agentes de Pastoral, empezando por los Obispos, sacerdotes, formadores, religiosos y religiosas, padres de familia, etc., los elementos de la cultura digital para que comprendan desde sus raíces los dinamismos de la sociedad actual.
El propio medio informático ofrece enormes potencialidades, como nunca antes, para la formación interactiva, para el diálogo fructuoso y la construcción grupal de contenidos. La Iglesia ha saltado rápidamente a este campo y existen hermosas experiencias, pero aún tenemos mucho tramo por recorrer.
4. El desafío del sentido
El Documento de Aparecida describe muy bien esos sectores de la sociedad que dan la impresión de estar confusos y no saber a dónde van. Ha detectado la crisis del significado: la carencia de criterios para seleccionar la información, puntos de referencia sobre la importancia de los temas, jerarquías de valores para orientarse en ese bombardeo de mensajes.
La Iglesia tiene el tesoro del Evangelio. A partir de él puede, de manera inculturada, ofrecer claves de comprensión, criterios para seleccionar los mensajes, espacios de reflexión y silencio para que Cristo pueda hacerse presente con su paz en medio del bullicio. Sólo así las personas podrán crecer en libertad y responsabilidad para llevar su vida adelante en la sociedad de hoy. La llamada ‘sociedad de la información’ ha de pasar a ser, como se ha dicho muchas veces, ‘sociedad del conocimiento’, y mejor aún, ‘civilización del Amor’.
El gran impulso del Concilio apuntaba ya en esa dirección, y la Communio et progressio sigue esa trayectoria: «Los medios crean un lenguaje nuevo que permite a los hombres conocerse mejor y acercarse más fácilmente los unos a los otros. Y cuanto más libremente se comprenden y más cordialmente se vuelven hacia los demás, tanto más caminan hacia la justicia y la paz, la benevolencia y la mutua ayuda, el amor y, consiguientemente, hacia la comunión» (n. 12).
5. El desafío de la información
En una de las épocas sociales con mayores facilidades para la comunicación, siguen siendo millones de personas las que están poco informadas o peor aún, desinformadas sobre la Iglesia y su mensaje. Los cauces que difunden las noticias sobre ella suelen ser las grandes agencias informativas comerciales, afanadas por abreviar y vender las noticias. Ello muchas veces reduce o incluso desvirtúa los mensajes que desearíamos comunicar.
La Iglesia ha avanzado mucho en el campo informativo; en los últimos diez años ha habido una floración de iniciativas radiofónicas, digitales, televisivas; pero tenemos aún el gran desafío de perfeccionar los lenguajes, los formatos, las estrategias de difusión y la capilaridad de nuestra presencia en los medios. Es necesario que las noticias católicas alcancen en directo a un público mucho mayor, que pueda acceder a ellas en su integridad, sin deformaciones o manipulaciones.
6. El desafío de la inclusión.
No podemos contentarnos con avivar el diálogo y la presencia entre quienes ya participan de esta cultura. Nos compete esforzarnos día a día en la inclusión de los menos favorecidos, de los olvidados, para que la sociedad no se pierda la enorme riqueza humana que ellos poseen, y para que ellos no queden ignorados y sin oportunidades de desarrollarse y crecer en igualdad de dignidad con el resto de sus contemporáneos. En esto la RIIAL realiza una tarea muy importante que ha de ser ampliada y puesta en relación con otras entidades sensibles a esta realidad. Que nadie quede excluido del banquete de la cultura y del diálogo social.
Si el Documento de Puebla señaló que la Evangelización es comunicación, los Obispos en Santo Domingo recordaron que la Evangelización, anuncio del Reino, es «para que vi
vamos en comunión» (n. 279). El Documento de Aparecida es todo él un impulso a la comunicación misionera. En Aparecida los Obispos ven ya a la sociedad y a la Iglesia en clave comunicativa para el encuentro con Dios y para la experiencia de la comunión. Esta es nuestra tarea porque es el modo como Dios mismo actúa: se revela para incorporarnos a su Vida, que es Amor y Unidad. El próximo Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia ha de encontrarnos dispuestos, vigilantes, articulados, ágiles para ponernos al servicio de esa Palabra.
La RIIAL ha sido desde sus inicios mucho más que tecnología. Es espíritu de servicio a la comunión en el campo de las nuevas tecnologías. Pues sigamos juntos en esa línea, realizando una auténtica diakonia de la cultura digital. Mantengamos un diálogo constante entre el Pontificio Consejo y el CELAM, con los Episcopados del continente, con religiosos y religiosas, con los movimientos laicos, las iniciativas de formación, con el pueblo de Dios activo y entusiasta, discerniendo los modos concretos como hemos de servir a la comunicación y la comunión en esta sociedad y a las personas realmente existentes que hoy la conforman.