Escapó de la persecución religiosa en México y murió mártir en la de España

Reginaldo Hernández Ramírez se entregó voluntariamente tras buscar refugio

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MADRID, viernes, 2 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Entre los nuevos beatos mártires en España, se da la circunstancia curiosa de un joven dominico que escapó a la persecución religiosa en México –la llama «guerra cristera» (1926-1929)- y acabó dando la vida por la fe valientemente en España. Se llamaba Luciano (Reginaldo) Hernández Ramírez y tenía 27 años.

Según cuenta su biografía, recogida por la Orden de Predicadores, a la que pertenecía, nació el 7 de enero de 1909 en San Miguel el Alto, Jalisco, México, diócesis de Guadalajara, y fue bautizado al día siguiente con el nombre de Luciano, y confirmado el 19 de julio de 1909.
Recibió educación en la escuela parroquial del pueblo, en la escuela pública y en el colegio apostólico de San Juan de los Lagos, en Jalisco.

Estudió en el seminario diocesano de Guadalajara. Debido a la persecución religiosa desatada por el presidente Plutarco Elías Calles, el seminario fue confiscado y tuvo que interrumpir los estudios.

Ayudado por el gran predicador y misionero mexicano padre Mariano Navarro, op, viajó a España para ingresar en la orden dominicana.

Profesó en Corias (Asturias) el 17 de agosto de 1927, donde tomó el nombre de ‘Reginaldo’, cursó estudios filosóficos, y se trasladó a Salamanca para los estudios teológicos. Fué ordenado sacerdote el 10 de junio de 1933.

Durante la carrera, era entusiasta colaborador de las revistas y círculos del estudiantado, y estudió lenguas con afán. Tenía maravillosas cualidades de dibujante y pintor.

Asignado a Santo Domingo el Real de Madrid, comenzó estudios de Derecho en la Universidad Central de la capital de España.

Por encargo de la Acción Católica Española, escribió un «Enchiridion» sobre la familia, y tenía preparado otro libro sobre «la guerra y la paz».

«Afabilísimo y caritativo, de carácter alegre, mortificado, respetuoso y obediente, humilde y servicial, con temple y alma de apóstol, se salía del nivel ordinario de la religiosidad», dice la biografía oficial de la Orden de Predicadores.

Disuelta la comunidad en el mes de julio, permaneció en el convento. Después intentó acogerse a la embajada de México pero, recibidas sus pertenencias, le cerraron las puertas por su condición de sacerdote.

Se refugió entonces en una familia y llevó una vida muy piadosa, dispuesto a morir por Dios y ganar el cielo. Quería emular a los sacerdotes perseguidos y ejecutados por la fe en México.
Detenido el 13 de agosto de 1936, después de confesar abiertamente que era «el religioso mexicano a quien buscaban», fue llevado a la checa (centro de detención) de Lista, Madrid, y ejecutado el mismo día.

La checa de Lista fue instalada por Agapito García Atadell, vituperado por sus propios correligionarios políticos por su extrema crueldad, en un palacio del Paseo de la Castellana de Madrid y, al igual que otras checas, empleó archivos oficiales para su particular persecución, en momentos en los que el desgobierno facilitaba la acción de escopeteros voluntarios dispuestos a realizar los crímenes. Esta checa realizó numerosos saqueos en viviendas y oficinas y se benefició de una red de delatores.

«Pidamos al señor que el ejemplo de santidad de los nuevos mártires alcance para la Iglesia en las naciones de las cuales algunos de ellos eran originarios, muchos frutos de auténtica vida cristiana’, auguró el cardenal Tarcisio Bertone en su homilía del lunes siguiente a la beatificación.

A raíz de su beatificación, el arzobispo de Guadalajara, México, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, recordó que al igual que hubo mexicanos que murieron en España como los dos nuevos beatos, en este país también hay españoles que fueron sacrificados por su fe en México.

«Aquí en México una persecución sangrienta fue de 1926 a 1929 y en España, fue exactamente diez años después, de 1936 a 1939», añadió.

El cardenal Sandoval recordó que entre los 13 mártires que fueron beatificados en Guadalajara, el 20 de noviembre de 2005, había precisamente un catalán, Andrés Solá Molist (1895-1927), originario de Taradell (Barcelona).

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ZENIT Staff

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