LINZ, lunes, 5 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Padre de familia martirizado a los 36 años en tiempos de Hitler, Franz Jägerstätter, por sus firmes convicciones, representa un aliento en la actualidad, en la que no faltan manipulaciones de conciencia, advierte el prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos.
El cardenal José Saraiva Martins presidió en la catedral de la Inmaculada de Linz, en Austria, el pasado 26 de octubre, el rito de beatificación de este joven campesino austriaco que se opuso al nazismo.
Haciéndose eco de las palabras del purpurado, «Radio Vaticano» difundió que es precisamente el indómito valor del beato Franz Jägerstätter el que hace de él un ejemplo para los cristianos de hoy.
Y es que en un tiempo como el nuestro –según apuntó el cardenal Saraiva–, en el que no faltan condicionamientos e incluso manipulaciones de las conciencias y de las inteligencias, su camino es un reto y un aliento para vivir con coherencia y compromiso radical la fe hasta las consecuencias extremas, si fuera necesario.
Había nacido en 1907. Casado con Franziska y padre de tres hijas, Franz Jägerstätter permaneció fiel a las enseñanzas del Evangelio.
«Llamado a las armas en el ’43 en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología hitleriana y luchar en una guerra injusta», y «todos sabían –sus amigos y también su párroco— adónde le llevaría esta postura», explica en la emisora pontifica el postulador de su causa, el abogado Andrea Ambrosi.
Ante los intentos de quienes querían convencerle de que no arriesgara su vida, su párroco, Josef Karobath, admitió: «Siempre nos venció citando las Escrituras».
Ya había rechazado la alcaldía que se le ofreció en 1938, tras la anexión de Austria a la Alemania nazi.
El nuevo beato había leído la encíclica «Mit Brenneder Sorge» («Con ardiente preocupación)» de 1937, la más dura crítica que la Santa Sede ha expresado hacia a un régimen político.
En ella, Pío XI escribió: «Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo».
En conjunto se puede aprender de Franz Jägerstätter «que no se alienó por la vida, sino que se ocupaba de las tareas cotidianas normales»; «buscaba con honestidad y seriedad poner en orden su vida y vivirla de una forma determinada, según el dictado evangélico», subraya su postulador.
«Su mayor aspiración era testimoniar su exclusiva pertenencia a Dios –añade–, siendo capaz de dar la propia vida por esta indefectible fidelidad»; así que «la aceptación del momento culminante «fue coherente con toda su vida»: se le pidió que la diera y lo hizo «gustosamente».
En la cárcel también oraba el nuevo beato. «Escribo con las manos atadas –se lee en su testamento, fechado en julio de 1943–, pero prefiero esta condición a saber encadenada mi voluntad. No es la prisión, las cadenas ni una condena las que pueden hacer perder la fe a alguien o privarle de la libertad».
El beato Franz Jägerstätter suscita gran interés, entre las causas de martirio generadas en época nacional-socialista, «porque era un laico, un padre de familia, verdaderamente empapado de fe, que entendía que el régimen» político de entonces «llevaría a la destrucción, especialmente de la idea de Cristo, de la fe», constata Andrea Ambrosi.
«Por ello, aún amando tremendamente a su esposa, a sus hijas, dejó todo y con su coherencia hoy nos brinda un gran testimonio», concluye.
Fue guillotinado el 9 de agosto de 1943, en Berlín.
El día de su martirio, había dirigido una carta a su familia; su viuda aún la conserva: «Queridísima esposa y madre: os agradezco de corazón todo lo que habéis hecho por mi en la vida, por el amor que me habéis dado y por los sacrificios que habéis ofrecido por mí […]»; «no me ha sido posible ahorraros los sufrimientos»; «rogaré al buen Dios, en cuanto llegue al cielo, que os reserve un sitio a todos».
El pasado 1 de junio Benedicto XVI autorizó la publicación del decreto que reconoció su martirio, abriendo así la puerta a su beatificación.
Por Marta Lago