QUERÉTARO, sábado, 24 noviembre 2007 (ZENIT.org–El Obseravador).- «En México, el cardenalato está unido estrechamente con el martirio», escribe en el artículo que publicamos a continuación monseñor Mario De Gasperín Gasperín, obispo de Querétaro, al respecto del reciente nombramiento como cardenal de la Iglesia Católica del arzobispo de Monterrey, monseñor Francisco Robles Ortega.
Recordando el siglo XX y, concretamente, el artero asesinato del cardenal de Guadalajara, monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1993, el obispo de Querétaro recuerda que este crimen todavía espera ser aclarado por todos los mexicanos y que los recientes acontecimientos de violencia en la Catedral de la Ciudad de México, contra el cardenal Norberto Rivera Carrera, son indicios claros de que México es país «regado por la sangre del martirio».
ROJO PÚRPURA
El haber sido nombrado cardenal de la santa Iglesia católica significa «la entera disponibilidad que debo tener para derramar mi sangre, si fuera el caso, por la fe en Jesucristo, por la Iglesia, en estrecha comunión con el Papa», confesó el señor arzobispo de Monterrey Mons. Francisco Robles Ortega. En efecto, eso significa según la tradición de la Iglesia católica, el rojo púrpura de su vestimenta; el rojo evoca, en el uso de los colores litúrgicos, la sangre de los mártires.
La Iglesia en el siglo pasado se tiñó de rojo por todo el mundo. Nunca habían sido canonizados tantos mártires como en el siglo que acaba de pasar y en lo que llevamos de éste, herencia de aquél. El grupo más numeroso fue el de cerca de quinientos Mártires de la persecución española (dos mexicanos entre ellos) recién beatificados en la Plaza de san Pedro, en Roma, precedido por los Mártires mexicanos de Cristo Rey y de Santa María de Guadalupe durante la persecución religiosa de Calles. Con razón dijo el Papa Juan Pablo II que la Iglesia había vuelto a ser «la Iglesia de los mártires». En ninguna época, ni menos en la actual, la Iglesia –ni el cristiano- puede excluir el martirio de su horizonte.
En México, el cardenalato está unido estrechamente con el martirio. Cuando se nombró al primer cardenal mexicano, el elegido fue el señor arzobispo de Guadalajara Monseñor José Garibi Rivera, sin duda por sus copiosos méritos, pero sobre todo en reconocimiento a esas tierras regadas por la sangre del martirio. Es digno de notarse que el cardenal recién nombrado es también originario de esas regiones, como él mismo lo expresa: «Soy precisamente de un pueblo que goza de uno de esos mártires, canonizado recientemente por el Papa Juan Pablo II, San José María Robles Hurtado: Mi paisano». De tierra y pueblo de mártires es el nuevo cardenal mexicano.
No es fortuito –para el creyente nada sucede al acaso- que el señor cardenal de Guadalajara Monseñor Juan de Jesús Posadas haya sido cobardemente asesinado en esas tierras y que el esclarecimiento de su muerte sea aún cuenta pendiente de las autoridades con el pueblo católico, el primer ofendido; menos lo es que los señores cardenales actuales, tanto el de la ciudad de México como el de Guadalajara, hayan sido y sean constantemente objeto de hostigamientos y agravios. La profanación de la Catedral Metropolitana (escenas que, para vergüenza nuestra, han dado la vuelta al mundo), la amenaza a los fieles y a los sacerdotes reunidos en oración, no son más que otro eslabón de la cadena con que quieren los autores, fautores y encubridores (aunque se autonombren «creyentes»), aprisionar a la Iglesia en la persona de sus pastores. Por eso, junto con la felicitación que hacemos llegar al señor cardenal de Monterrey Monseñor Francisco Robles Ortega por su nombramiento, le ofrecemos nuestras oraciones por el fiel cumplimiento de su alta misión.
+Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro