El cardenal Ruini explica qué es la poesía mística

En el XXVII Premio Mundial Fernando Rielo

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ROMA, viernes, 14 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió el cardenal Camillo Ruini, obispo vicario del Papa para la diócesis de Roma, en la ceremonia de entrega del XXVII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, que tuvo lugar este viernes en la embajada de España cerca de la Santa Sede.

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San Juan de la Cruz es -según la más autorizada crítica- el prototipo de la poesía mística. La maestría del lenguaje, en el que imprime su experiencia de unión con Dios en el amor, lejos de una supuesta imitación de imágenes incorporadas del Cantar de los Cantares, de la lírica amatoria y de la poesía pastoril italianizante, hace de los poemas sanjuanistas un estilo personal e irrepetible. Esta experiencia espiritual, que, elevada a arte, desborda cualquier expectativa en una sana y culta sensibilidad, es tan íntima, tan vital, tan concluyente, que el poeta místico, contrariamente al llamado poeta religioso, nunca se preguntará, ni siquiera como recurso estético, por la existencia o no existencia de Dios, ya que Dios no es, para aquel, conocimiento que cuestiona, sino vida que celebra en íntima experiencia de amor. Afirma F. Rielo en su discurso para el XV Premio Mundial de Poesía Mística: «La poesía mística me es concelebrada experiencia divina a la que el ser supremo nos invita por medio del poeta. No puede haber celebración sin experiencia mística, ni es tampoco suficiente el sólo conocimiento cultural de la mística porque ésta es experimental ágape de amor: con el estudio teológico -viene a decir San Juan de la Cruz- pueden entenderse las verdades divinas con la mística, que es ejercicio de amor, no sólo se conocen, sino que también se experimentan».

Más que poesía mística, lo que sí se ha dado en todas las edades y culturas ha sido lo que el polígrafo español Dámaso Alonso denomina «poetas líricos a lo divino», a los que, más bien, habría que decir «poetas religiosos» -«arraigados» unos, «desarraigados» otros- sin una honda experiencia de la unión mística. La historia de la poesía es sobreabundante en poemas aislados que, si no son místicos, pueden considerarse paradigmas de la poesía religiosa. ¿Qué poeta, independientemente de su creencia o descreencia, no ha escrito algún poema religioso?

La poesía mística es mucho más que la poesía religiosa. Si ésta la puede hacer cualquier poeta, la poesía mística sólo puede hacerla quien tiene experiencia mística. Por eso, la poesía mística hay que entenderla como el arte de expresar, por medio de la imagen estética tallada con la palabra, la experiencia de la progresiva unión amorosa con lo divino. El místico puede encontrar, de este modo, en la literatura, más que en el discurso filosófico, el mejor cauce para expresar esta honda experiencia de unión con Dios. No podemos, empero, circunscribir el estilo de un poeta místico dentro de unos moldes clásicos ya agotados. San Juan de la Cruz, hijo aventajado de la cultura de su tiempo, hizo Humanidades en los jesuitas de Medina, y artes y teología en la Universidad de Salamanca. Estos estudios le sirven para adquirir aquella sensibilidad cultural que le ayudaría a expresar con gran maestría su experiencia mística por medio de romances, coplas, glosas, letrillas y canciones en verso heroico con imágenes de la poesía amatoria, pastoril y de las Sagradas Escrituras, sobre todo del Cantar de los Cantares. Hoy un poeta místico no debe hacer tópico del modelo sanjuanista; antes bien, encontrar otros cauces expresivos a los que se incorporen los múltiples, variados y nuevos estilos que cada generación va recreando.

La poesía ha conquistado, después de San Juan de la Cruz, bastante terreno en los últimos siglos y, especialmente, en el siglo XX, donde nuestros poetas suelen por lo general conocer, además de su propia historia literaria, las diversas literaturas que, desde los cinco continentes, les llegan traducidas a sus lenguas vernáculas. Cuanta mayor cultura posea el místico, más recursos poéticos encontrará en su expresividad estética, que, de todos modos, quedará desbordada por lo que tienen de inefable, más allá de todo discurso, los inmensos universos del dolor del amor evocados en las hilvanadas imágenes que se suceden bordadas con la platería de la palabra en el poema.

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ZENIT Staff

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