Arzobispo Celli: Desafíos de la comunicación eclesial

Intervención del presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales

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MADRID, martes, 12 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció el arzobispo Claudio María Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, ante la asamblea de Delegados Diocesanos de Medios de Comunicación Social de España que se celebra en Madrid del 11 al 13 de febrero sobre el tema: «Pantallas grandes y pequeñas: Internet y cine».

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Saludo con afecto a S.E. Mons. Juan del Río, Presidente de la Comisión de Medios de Comunicación en la Conferencia Episcopal Española, y al Padre José María Gil, Secretario de la misma, así como a todos ustedes presentes hoy aquí. Les agradezco mucho esta invitación, que me permite conocer más de cerca a las personas que día a día se dedican a lograr una presencia comunicativa de la Iglesia en las diversas diócesis españolas.

Me han pedido hablar de un tema que viene siendo como una constante nota de fondo en todos los encuentros en los que he participado desde que me fue confiada la tarea de presidir el Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales: ¿qué debe hacer la Iglesia en la hora presente en materia de comunicación?. No hay una respuesta unívoca a esta pregunta. Los diversos contextos y culturas requerirán distintos modos de presencia y lenguaje. Pero una cosa es cierta. Si bien la visibilidad de la Iglesia en los medios no garantiza que esté evangelizando, una ausencia de visibilidad es en cierto modo signo de deficiencia en la evangelización. Es necesario conocer cómo la imagen de la Iglesia es percibida por la gente, pues esta percepción condiciona nuestra capacidad de cumplir bien la misión que tenemos encomendada. Hemos de saber estar presentes y visibles en los medios, no tanto por nuestra estructura o quehaceres, cuanto por la manera en que inculturemos el mensaje del Evangelio para que ilumine las preocupaciones más profundas de las personas de hoy.

Analizando los desafíos que la cultura mediática nos plantea, y escuchando a mucha gente de diversos ambientes, he ofrecido ya algunas pistas que pueden enriquecer el diálogo eclesial. Por ejemplo, en Tegucigalpa (Honduras), con la RIIAL, en septiembre pasado; o en el mes de octubre para el Congreso Latinoamericano de Comunicadores celebrado en Ecuador. Pero no es mi intención repetir aquí aquellas sugerencias, sino avanzar en la reflexión sobre dos bases importantes. La primera y principal es el Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la 42ª. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. La segunda es el campo concreto que ustedes han elegido para este encuentro: Pantallas grandes y pequeñas: Internet y cine.

El valor de los medios y la corresponsabilidad

Creo que el Mensaje del Papa es muy iluminador y coloca a los comunicadores y a la sociedad misma ante la necesidad de tomar decisiones. Primero, por el sincero aprecio que expresa por los medios en sí mismos como servidores de una sociedad libre, informada, abierta al diálogo, democrática y participativa (cfr. Mensaje.., 2). Creo que este aprecio debe ser comprendido y aplicado en particular respecto a las personas que trabajan en esos medios y que en ellos dejan todos los días sus energías, su esfuerzo y creatividad. ¡Cuántos operadores de la comunicación social -dentro y fuera del ámbito eclesial- ejercen su tarea de manera incansable y dedicada, no siempre valorados o comprendidos en sus esfuerzos de servicio a la verdad! E incluso, en algunos países, al costo de su propia vida. Para el ámbito eclesial el aprecio de los medios implica que la proclamación del Evangelio no puede prescindir de la comunicación profesional en todas sus formas.

         Por otra parte, este Mensaje -al igual que el tema elegido por ustedes- nos sitúa a todos en un contexto de co-responsabilidad. Hoy en día, decir «comunicación» es decir «interactividad»: «Todos somos usuarios y a la vez operadores de la comunicación social. Los nuevos medios, en particular la telefonía e Internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación y tal vez ésta es una maravillosa ocasión para rediseñarlo y hacer más visibles, como decía mi venerado predecesor Juan Pablo II, las líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana» (Mensaje, n. 5).

         Rediseñar el rostro de los medios… ¡qué gran desafío! El propio Santo Padre señala cómo: rediseñarlos, no en orden a un protagonismo entendido como poder ególatra, sino al servicio auténtico de la sociedad, de las personas concretas que hoy pueblan el planeta. Un servicio que no puede desvincularse de la búsqueda sincera de la verdad.

Esto nos coloca de lleno en el tema que ustedes me asignaron. ¿Qué debe hacer la comunidad eclesial en materia de comunicación? Hemos de recordar que la Iglesia está constituida por todos los bautizados y bautizadas en comunión con sus Pastores y con el Sucesor de Pedro. Todos tenemos el encargo del Señor de ir por todo el mundo y proclamar la Buena Noticia (cf. Mt 28, 19). Así pues, nadie está exento de la gran tarea de permear capilarmente el mensaje del Evangelio en la cultura actual. Para ello es necesario permanecer en comunión con el Señor y su Iglesia, siendo muy creativos en la diversidad de ámbitos, culturas, lenguajes y estilos que el ecosistema comunicativo nos ofrece.

Pantallas grandes y pequeñas

La sociedad hoy en día tiene mucha relación con las pantallas, sobre todo por que se han convertido en auxiliares cotidianos con los que nos topamos tarde o temprano. Las pantallas grandes y pequeñas tienen mucho en común y también varias diferencias importantes. Ambas usan lenguajes audiovisuales de manera muy diversa, pero de algún modo se influyen mutuamente.

Medios como computadoras, teléfonos móviles, palmares y otros artilugios portátiles con pantallas muy pequeñas, son altamente interactivos, verdaderos medios de comunicación. Ellos mismos han ido impulsando un cambio en el modo de comunicar, al abreviarse los mensajes y condensarse unas pocas ideas en el menor tiempo y espacio posible. Pensemos en la lógica de los sms, los videos breves, los video-clips, spots publicitarios… que en breves imágenes y escasos segundos nos transmiten conceptos que no pasan desapercibidos por nuestro intelecto.

Es diferente la televisión, pantalla pequeña pero unidireccional, y más aún la pantalla gigante del cine, donde el lenguaje icónico tiene otra temporalidad; incluye efectos especiales cada vez más sofisticados, una construcción narrativa compleja, la capacidad de presentar como reales las fantasías más insospechadas -a veces usando la tecnología de las pantallas pequeñas-; el tiempo y el espacio en el medio cinematográfico son distintos en cuanto a la producción del mensaje audiovisual en sí mismo.

¿Seremos capaces de dar continuidad a la riquísima tradición icónica de la Iglesia, reelaborándola hoy en formas diversas, como video-clips, microvideos, cortos cinematográficos, series de televisión o hasta largometrajes? ¡Cuánta creatividad hay en nuestros jóvenes! Con la formación adecuada, ellos han de ser invitados a ofrecerla a manos llenas a la sociedad y a la Iglesia de su tiempo. Hasta los teléfonos móviles son usados para elaborar narraciones brevísimas y publicarlas. Todo ello, además, en un contexto de red que facilita el trabajo de equipo de manera más ágil y dinámica. ¿Se imaginan ustedes el bien que puede hacerse transformando los riquísimos contenidos de la cultura católica en formatos audiovisuales adecuados al espectador-usuario de hoy?

Animación y formación

Por ello es muy de agradecer el esfuerzo que se está realizando desde numerosas instituciones eclesiales y diócesis del mundo para entrar en este nuevo campo. Son de
gran interés los concursos y certámenes en el campo audiovisual, los sitios web de análisis de películas, los talleres sobre cine y espiritualidad, la formación superior especializada en imagen, las diversas ofertas formativas en materia percepción crítica y edu-comunicación. Hace años que nuestro Pontificio Consejo anima y estimula esta actividad educativa, aunque debemos reconocer que tarda todavía mucho en consolidarse esta materia en las escuelas como parte esencial de la preparación de los alumnos a ser partícipes responsables en la cultura de nuestro tiempo. Asimismo este habría de ser un capítulo importante en la preparación de los seminaristas, religiosos y religiosas, según afirmaba la Congregación para la Educación Católica en un importante documento publicado en 1986.

         Más aún, en la última Asamblea Plenaria de nuestro Dicasterio en el año 2007, los Miembros y Consultores señalaron la como primera prioridad en la labor de la Iglesia en este campo. Nosotros mismos estamos organizando para el próximo mes de mayo un encuentro con representantes de las Facultades católicas de comunicación social para encontrar luces en este sentido y animar una reflexión común que dé nuevos ánimos a esta labor universitaria. La colaboración en todos estos ámbitos logrará, si Dios quiere, potenciar la actividad de todos.

         Una formación integral en materia de comunicación no puede ser reducida al uso de instrumentos, ni siquiera al de uso de lenguajes, aunque sean éstos muy importantes. Se trata de comprender las claves de una cultura, sus signos y símbolos, los significados, valores y anti-valores que en ella se gestan, de modo que las nuevas generaciones no se encuentren sumergidas de forma acrítica en una marea de mensajes inconexos. Si me permiten, tenemos que fijarnos no sólo en los contenidos -aunque siempre sean importantes- sino también y sobre todo en las formas mismas de la comunicación, en el telón de fondo que configura la cultura mediática. Y nos corresponde tender un puente entre ésta y el núcleo mismo de la comunicación como emerge de la Revelación que hemos recibido en Cristo, Palabra del Padre hecha carne, signo visible e imagen elocuente en sí misma. Toda una pedagogía de Dios que hemos de contemplar para poder seguirla y anunciarla sin descanso.

         El cine e Internet, en una relación nueva de interacción y mutua influencia, cuyas características nos ilustrarán los profesores en la mesa redonda que se celebrará inmediatamente, son espacios maravillosos para el encuentro, para la belleza como orientadora de la libertad, como mensajeros de lo inefable.

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ZENIT Staff

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