SANTA CLARA, domingo, 24 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, pronunció en la mañana del sábado, en Santa Clara, con ocasión de la inauguración del monumento dedicado a Juan Pablo II a los diez años de su visita a Cuba.

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Querido Señor Obispo de Santa Clara,

Amados Hermanos en el Episcopado,

Honorables Autoridades,

Señoras y Señores.

Nos hemos reunido aquí para un acto con el cual se quiere hacer visible y duradera la singular y emocionante experiencia vivida por la Iglesia y el pueblo cubano con la visita a esta bendita isla del Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II, hace diez años. Ya el lugar mismo es particularmente significativo, pues en Santa Clara celebró su primera misa en estas tierras, dejando aquí la primera huella de su intenso camino como «mensajero de la esperanza» por otros lugares del País para compartir con los cubanos «su profundo espíritu religioso, sus afanes, alegrías y sufrimientos, celebrando, como miembros de una gran familia, el misterio del Amor divino y hacerlo presente más profundamente en la vida y en la historia de este noble pueblo» (Discurso de llegada, 21-1-1998, 3).

El monumento erigido aquí al recordado Pontífice es también un signo de que aquella peregrinación suya sigue iluminando hoy a la Iglesia y a los cubanos que anhelan los más altos valores espirituales para ellos y su querida Patria.

Saludo cordialmente a los Hermanos Obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a las Autoridades aquí presentes y a cuantos han querido participar en este acto. Agradezco a los que han hecho posible la realización de este hermoso Monumento al querido Papa Juan Pablo II, a la Diócesis de Santa Clara, en particular a su querido y valiente Obispo, Monseñor Marcelo Arturo González Amador, a las Autoridades del País, a los realizadores del proyecto, a los artistas que lo han plasmado y a los benefactores que han colaborado en esta hermosa iniciativa.

El elemento más importante de este monumento, una estatua Juan Pablo II sobre el fondo de una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, esta cargado de significado. Refleja la profunda devoción del recordado Papa a nuestra Madre del cielo, a quien confió su ministerio apostólico, como rezaba su mismo lema episcopal, "Totus tuus". Bajo su amparo maternal emprendió su visita a Cuba, y encontró también aquí a la Patrona de los cubanos, que envuelve a todos bajo su manto, los une y los protege. Se perfila así un espléndido programa para dar a entender a quienes anuncian a Cristo, único salvador de la humanidad, que cuentan con la protección de aquella Mujer singular, a la que Dios confió la acogida en el mundo de su Hijo, los cuidados maternales durante sus primeros pasos en la tierra y que Cristo, ya en la cruz, nos entregó como Madre de todos los creyentes.

La evocación de María, Madre de Dios y madre nuestra, hace pensar de manera natural en la familia, en nuestras familias. Juan Pablo II habló de ellas con pasión precisamente aquí, en Santa Clara, haciendo una ardiente llamada: «¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!» (Homilía en Santa Clara, 22-1-1998, 7). Y poco después añadió: «En el proceso de construir su futuro con todos y para el bien de todos, la familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad» (ibíd.). Éste es un mensaje crucial también hoy y válido para el futuro de toda nación y de la familia humana misma.

Desde ahora, este espacio monumental recordará a los cristianos que por aquí transiten un acontecimiento que marcó un hito en la historia de la Iglesia y de Cuba, indicándoles al mismo tiempo el compromiso de ser testigos de la verdad del Evangelio y de transmitirla a las nuevas generaciones. Es de esperar que este monumento no se reduzca a un objeto de contemplación o admiración, sino que sea un motivo de reflexión y de inspiración para proseguir por el camino de fe y de la construcción de un mundo mejor y más fraterno, que es la razón por la cual ha sido erigido. Para muchos será también una llamada a la esperanza de que el pueblo cubano ensanche su corazón para dejar que entre Dios y para que los más altos valores humanos plasmen cada vez más su querida Patria.

Durante las jornadas en que Juan Pablo II estuvo en Cuba, el mundo entero pudo seguir con interés y emoción los acontecimientos que aquí se desarrollaban, dándose así un paso en el deseo ferviente que Juan Pablo II expresó apenas llegar: «Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba» (Discurso de llegada, 21-1-1998,5). Con este Monumento, Cuba cuenta con algo más que la embellece para sus moradores y que puede mostrar con afabilidad a quienes la visitan. También éste puede ser un buen fruto, tanto de la visita del venerado Pontífice hace diez años como de este monumento que ahora se inaugura.

Quisiera terminar con lo que, en realidad, es lo primero: cumplir fielmente el encargo que me ha sido encomendado como Secretario de Estado para la inauguración de este monumento en el décimo aniversario de la presencia de Juan Pablo II en Cuba, y que consiste en transmitirles, queridos hermanos y hermanas, el saludo cordial del Santo Padre Benedicto XVI. Antes de iniciar este viaje, me dijo: «Haz presente a la Iglesia y al pueblo de Cuba la paternal cercanía del Papa y la certeza de mi oración constante por los hijos de esa querida Nación. Ellos recibieron con afecto a mi venerado Predecesor y él los invitó a colaborar para conseguir un mundo mejor. Todo un mensaje de esperanza que no ha perdido su actualidad. Llévales como prenda de mi amor pastoral la Bendición Apostólica».

Muchas gracias.