CIUAD DEL VATICANO, martes, 19 febrero 2008 (ZENIT.org).-  Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este lunes, 18 de febrero, a los miembros del Consejo Ejecutivo de las Uniones Internacionales de los Superiores y Superioras Mayores, reunidos en el Vaticano para reflexionar sobre «algunos aspectos particularmente actuales e importantes de la Vida Consagrada».

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Queridos hermanos y hermanas:

Al final de esta mañana de reflexión común sobre algunos aspectos particularmente actuales e importantes de la vida consagrada en nuestro tiempo, quisiera ante todo dar las gracias al Señor que nos ha ofrecido la posibilidad de este encuentro sumamente provechoso para todos. Hemos tenido la posibilidad de analizar juntos las potencialidades y las expectativas, las esperanzas y las dificultades que hoy encuentran los institutos de vida consagrada.

He escuchado con gran atención e interés vuestros testimonios, vuestras experiencias y he tomado nota de vuestras peticiones. Todos advertimos que en la sociedad moderna globalizada cada vez es más difícil anunciar y testimoniar el Evangelio. Si esto es válido para todos los bautizados, con mayor razón es válido para las personas que Jesús llama a su seguimiento de manera más radical a través de la consagración religiosa. El proceso de secularización que avanza en la cultura contemporánea no ahorra, desgraciadamente, ni siquiera a las comunidades religiosas.

Sin embargo no hay que descorazonarse porque, cómo habéis recordado, si las nubes se adensan en el horizonte de la vida religiosa, también surgen y están en constante aumento las señales de un despertar providencial que suscita motivos de esperanza. El Espíritu Santo sopla con fuerza en la Iglesia suscitando una fidelidad nueva en los institutos históricos, junto a formas nuevas de consagración religiosa en consonancia con las exigencias del tiempo. Hoy, como en todas las épocas, no faltan almas generosas dispuestas a abandonar a todos y a todo para abrazar a Cristo y su Evangelio, consagrando a su servicio su existencia dentro de comunidades caracterizadas por el entusiasmo, la generosidad y la alegría. Lo que caracteriza a estas nuevas experiencias de vida consagrada es el deseo común de pobreza evangélica practicada radicalmente, de amor fiel a la Iglesia, de dedicación generosa al prójimo, sobre todo a esas pobrezas espirituales típicas de la época contemporánea

Al igual que mis venerados predecesores, en varias ocasiones yo también he querido subrayar que los hombres de hoy experimentan una fuerte atracción religiosa y espiritual, pero sólo están dispuestos a escuchar y a seguir a quien testimonia con coherencia su adhesión a Cristo. Y es interesante constatar que tienen riqueza de vocaciones aquellos institutos que han conservado y han escogido un tenor de vida con frecuencia muy austero y fiel al Evangelio vivido «sine glossa».

Pienso en tantas comunidades de fieles y en las nuevas experiencias de vida consagrada que vosotros conocéis muy bien; pienso en el trabajo misionero de muchos grupos y movimientos eclesiales, de los que surgen muchas vocaciones sacerdotales y religiosas; pienso en las muchachas y en los jóvenes que lo dejan todo para entrar en monasterios y conventos de clausura. Es verdad, lo podemos decir con alegría, también hoy el Señor sigue mandando obreros a su viña y enriqueciendo a su pueblo con muchas y santas vocaciones. Le damos las gracias por esto y le pedimos que al entusiasmo de las decisiones iniciales --muchos jóvenes de hecho emprenden la senda de la perfección evangélica y entran en nuevas formas de vida consagrada tras conmovedoras conversiones-- le siga el compromiso de la perseverancia en un auténtico camino de perfección ascética y espiritual, un camino de verdadera santidad.

Por lo que se refiere a las órdenes y congregaciones con una larga tradición en la Iglesia, se constata, como vosotros mismos lo habéis subrayado, que en las últimas décadas en casi todas --tanto las masculinas como las femeninas-- se ha dado una difícil crisis debida al envejecimiento de sus miembros y a una disminución, más o menos acentuada de las vocaciones, y a veces incluso a un "cansancio" espiritual y carismático.

Esta crisis, en ciertos casos, ha sido incluso preocupante. Junto a situaciones difíciles, se dan también signos de recuperación positiva, sobre todo cuando las comunidades deciden volver a sus orígenes para vivir más de acuerdo con el espíritu del fundador. En casi todos los últimos capítulos generales de los institutos religiosos, el tema recurrente ha sido el redescubrimiento del carisma fundacional para encarnarlo de forma nueva en el presente. Redescubrir el espíritu de los orígenes, profundizar en el conocimiento del fundador y de la fundadora, ha ayudado a imprimir a los institutos un nuevo y prometedor impulso ascético, apostólico y misionero. De este modo se han revitalizado obras y actividades de siglos; hay nuevas iniciativas de auténtica actuación del carisma de los fundadores. Es necesario seguir caminando por este camino, rezando al Señor para que lleve a pleno cumplimiento la obra que Él comenzó.

Al entrar en el tercer milenio, mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II invitó  a toda la comunidad a «volver a comenzar desde Cristo» (carta apostólica Novo millennio ineunte, números 29 ss.). ¡Sí! También los institutos de vida consagrada, si quieren mantener o volver a encontrar su vitalidad y eficacia apostólica, tienen que «volver a comenzar desde Cristo»¸ continuamente. Él es la roca firme sobre la que tenéis que construir vuestras comunidades y cada uno de vuestros proyectos de renovación comunitaria y apostólica.

Queridos hermanos y hermanas: gracias de corazón por atención que prestáis al cumplimiento de vuestro comprometedor servicio de guía de vuestras familias religiosas. El Papa está junto a vosotros, os alienta y asegura a cada una de vuestras comunidades un recuerdo cotidiano en la oración.

Al terminar este encuentro, quisiera una vez más saludar con afecto al cardenal secretario de Estado y al cardenal Franc Rodé, así como a cada uno de vosotros. Os pido que saludéis a todos vuestros hermanos en religión, en particular a los ancianos que han servido durante mucho tiempo a vuestros institutos, a los enfermos que contribuyen a la obra de redención con sus sufrimientos, a los jóvenes que son la esperanza de vuestras diferentes familias religiosas y de la Iglesia. A todos os encomiendo a la maternal protección de María, modelo excelso de vida consagrada mientras os bendigo cordialmente.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

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