Homilía del cardenal Bertone en el monasterio de las Carmelitas de La Habana

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LA HABANA, viernes, 22 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, al celebrar en la mañana de este viernes la misa en el monasterio de Santa Teresa de las Carmelitas Descalzas de La Habana.

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Queridas hermanas en el Señor:

Es para mí motivo de gran alegría poder celebrar la Santa Misa de la fiesta de la Cátedra del Apóstol San Pedro en este Monasterio de Carmelitas Descalzas, juntamente con la Madres Dominicas presentes en esta querida Nación.

La confesión del Pescador de Galilea, apenas proclamada en el Evangelio, y la respuesta de Cristo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia« (Mt 16,18), resuenan hoy, con particular énfasis, en nuestros corazones y nos invitan a unirnos desde estas tierras cubanas al Sucesor de Pedro, con esa íntima cercanía de quien está muy dentro «en el corazón de la Iglesia» (Vita consecrata, 46).

El ejemplo de Pedro, su encuentro personal con Jesucristo, su firmeza en la fe y sus enseñanzas deben ser estímulo para renovar el entusiasmo por vivir según los criterios del Reino de Dios y dar testimonio del amor al Evangelio. La Iglesia, tal y como les exhortaba el recordado Papa Juan Pablo II, hace ahora diez años, espera de Ustedes una existencia transfigurada por la profesión de los consejos evangélicos, que crean comunión tanto en la comunidad, como en la Iglesia y en el mundo (Encuentro con el clero, religiosos y religiosas, seminaristas y laicos en la catedral metropolitana de La Habana, 25.01.2005).

Efectivamente, la Iglesia y el mundo esperan su entrañable acompañamiento, con su oración incesante, en los grandes y pequeños acontecimientos, tanto de la Iglesia universal como de la sociedad concreta en la que viven. A sus rezos se encomiendan especialmente las actividades evangelizadoras y de apostolado, y cuantos están encargados de llevarlas a cabo. No se puede concebir ninguna acción pastoral sin el sustento de la oración (Cf. CARD. TARCISIO BERTONE, Carta a los Monasterios contemplativos, 15.09.06).

Por ello, han de ofrecer plegarias muy especialmente por el Santo Padre, como Pastor de toda la Iglesia. También sus claustros han de ser como santuarios donde, cum Petro et sub Petro, se viva en plenitud el misterio de la Iglesia, esposa de Cristo, con las peculiaridades de sus propios carismas, y se exprese un testimonio de inmolación y de unidad.

Asimismo, sus renuncias y sacrificios deben transformarse también en ofrenda agradable al Señor, que sostenga especialmente a los numerosos pastores, sacerdotes y religiosos, así como a tantos laicos que, desde la inquebrantable fidelidad a Cristo y a su Iglesia, acompañan con su entrega generosa a los hermanos en todas sus vicisitudes, defendiendo los derechos inalienables de la persona y la dignidad que le es propia como ser creado a imagen de Dios.

La tarea es vital y apasionante, pues consiste en colaborar, desde lo recóndito del claustro, en la construcción de una auténtica sociedad, muchas veces herida y desarmada de valores, privada de identidad, invertebrada, escasa de fe y lejana de Dios. Les exhorto vivamente a ser artífices, de este modo a veces incomprendido, de una nueva humanidad. Les aliento a vivir santamente su vocación, para ser ejemplo, modelo e inspiración para todos los cubanos, ayudándolos en todo momento a dar vigor a su profundo espíritu religioso, a la vez que los acompañan en sus aspiraciones, alegrías y sufrimientos.

Al animarles, Hermanas, a esta misión, no desconozco las dificultades del mundo actual y los dramas que sufre cotidianamente la sociedad. Por ello, que su oración consista «en amar mucho» (Cf. SANTA TERESA, Castillo Interior, IV,1,7). Comprométanse cada día a amar más y a dar testimonio, con gozo y esperanza, desde el silencio de la vida cotidiana, de la belleza de Dios, que todo lo puede y todo lo transforma.

Rueguen también sin cesar para que el Señor ilumine las conciencias de los que tienen en sus manos la responsabilidad de proporcionar una vida digna a los ciudadanos, de instaurar la paz y la justicia, promoviendo la solidaridad en favor especialmente de los más necesitados. Pidan ardientemente para que se favorezca el desarrollo de los valores humanos, éticos y religiosos, cuya ausencia afecta particularmente a los jóvenes. Y nunca se olviden de las familias, para que sigan siendo depositarias de un rico patrimonio de virtudes cristianas y transmisoras de la fe y de los grandes valores que manan del Evangelio.

Finalmente, imploro de la divina misericordia que a través de su vida sencilla y transparente, el Señor bendiga abundantemente sus Monasterios. No se dejen vencer por el cansancio o el desánimo, aún cuando surjan obstáculos y sinsabores. Prorsus in Domino! Recen por sus propias comunidades contemplativas y por las vocaciones, para que se acreciente en Cuba el inestimable testimonio de una entrega total al Señor en la vida recogida de los Monasterios que siguen las huellas profundas del carisma carmelitano y dominico. Pidamos a Dios que su oración y su presencia despierte en muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada.

Ayuden al pueblo cubano a mirar el futuro con la esperanza que solo se encuentra en Cristo.

Queridas hermanas, antes de finalizar quiero renovar el llamado que hice a todos los Monasterios contemplativos al principio del trabajo que como Secretario de Estado me fue confiado por Su Santidad Benedicto XVI. Acompáñenme con sus plegarias. Sigo confiando mi ministerio a sus oraciones.

Gracias por su presencia en esta tierra, caracterizada por una historia tan singular. Cuba las necesita porque los cubanos, como todos los hombres, necesitan a Dios. A semejanza del Príncipe de los Apóstoles, muéstrenle que sólo Cristo es «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Mt 16, 16).

Su Santidad les asegura su cercanía espiritual y su afecto, y las encomienda a la protección maternal de la Santísima Virgen bajo la advocación del Monte Carmelo, así como a la intercesión de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santo Domingo de Guzmán y Santa Catalina de Siena.

Qué Dios las bendiga.

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ZENIT Staff

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