SANTA CLARA, sábado, 24 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el saludo que dirigió el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, a los representantes del clero, religiosos y laicos y en el obispado de Santa Clara en la tarde de este viernes.
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Querido Señor Obispo de Santa Clara,
Queridos Hermanas y Hermanos todos en el Señor:
Agradezco vivamente el calor humano y el esmero con que han preparado este acto y la deferente acogida que me han dispensado. Expreso mi cordial gratitud por las afectuosas palabras de bienvenida en nombre de los sacerdotes, religiosos y laicos que trabajan en el Obispado, y les manifiesto con sinceridad el gozo que siento por volver a estar aquí, para compartir con Ustedes su alegría al recordar la visita del Papa Juan Pablo II a esta ciudad hace diez años.
Precisamente en Santa Clara, en el Campo de Deportes del Instituto Superior de Cultura Física «Manuel Fajardo», que tuve la oportunidad de visitar, el Papa celebró su primera Misa en tierras cubanas, ante una Asamblea de fieles exultantes de poder celebrar su fe junto al Sucesor de Pedro.
Con la inauguración del Monumento en honor de Juan Pablo II, no sólo se hará perdurable la memoria de su presencia en esta ciudad, sino que también será una ocasión para recordar continuamente la perenne actualidad de su mensaje lleno de fe y de esperanza y, de modo especial, sus palabras a favor del matrimonio y la familia.
En efecto, cada día experimentamos con mayor claridad la importancia de la familia, tanto en nuestra propia vida personal como en la sociedad en general. La Iglesia, que es la gran familia de los hijos de Dios, siente de modo especial todo lo que daña o perjudica al matrimonio, oscureciendo su auténtica naturaleza, y lucha con todas sus energías para que resplandezca siempre la belleza y la bondad de su vocación al servicio de la vida y del ser humano.
Quisiera que mis palabras fueran de aliento para todos Ustedes que, trabajando en el Obispado de Santa Clara, se entregan al servicio de la Iglesia para colaborar, cada uno con su vocación específica y con una tarea concreta, en la obra de evangelización que lleva a cabo la entera Comunidad Diocesana. Es un gran don de Dios, y al mismo tiempo, una gran responsabilidad, poder servir a la Iglesia y a nuestros hermanos. De esta manera, vivimos nuestra vocación de discípulos de Aquel que no vino a «ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28).
Los animo a realizar siempre sus tareas con alegría, conscientes de que la importancia y el valor de los trabajos se mide sobre todo por el amor con que se llevan a cabo.
Por último, los invito a trabajar siempre muy unidos a su Obispo como colaboradores cercanos en su misión pastoral, experimentando así el gozo de sentirse miembros vivos y activos de la Iglesia de Cristo.
De nuevo, les agradezco su calurosa acogida y les manifiesto la seguridad de mi oración por todos Ustedes y sus familias, así como el aliento y la cercanía espiritual que el Papa Benedicto XVI me ha encargado de transmitirles.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.