Escuelas de Evangelización, «escuelas de divinización»; según uno de sus fundadores

Intervención del padre Daniel Ange en un encuentro con jóvenes en Florencia

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FLORENCIA, lunes, 25 febrero 2008 (ZENIT.org).- El Espíritu Santo es «el iconógrafo» que restaura el icono, la imagen de Dios en el hombre, explica el padre Daniel Ange.

En una jornada de formación para jóvenes, celebrada el 17 de febrero pasado en Florencia, y organizada por «Centinelas de la Mañana de Pascua», el padre Ange, fundador de la escuela de Evangelización «Jeunesse Lumière», propuso una reflexión titulada «Los santos del año 2000, ¿por qué no despertarlos?».

Hablando de la Iglesia como terreno para crecer en santidad, el sacerdote recordó que la Iglesia está hecha de «tres continentes diversos pero relacionados entre sí: la Iglesia en la tierra, en el purgatorio y en el cielo».

El padre Ange explicó que «la Iglesia de la tierra es el lugar de Pentecostés donde el Espíritu fabrica a los santos», «el purgatorio es la Iglesia de la cuaresma, de la última purificación»; y por último «la Iglesia del cielo es la Iglesia de la Pascua eterna».

«La Iglesia en la tierra está en la noche, pero su cielo está constelado de estrellas que son los santos –añadió–. El purgatorio no es ya la noche sino la aurora. Y el cielo es el sol de mediodía de Jesús resucitado».

Considerando a la Iglesia en su misterio añadió: «La Iglesia no tiene inicio ni fin porque la Iglesia prototipo es la santa Trinidad que existe desde siempre, y será la Jerusalén del cielo. La Iglesia es eterna sin inicio ni fin».

Pasando a hablar de los santos, afirmó que «los santos son las estrellas que iluminan la noche de la tierra mostrándonos nuestro futuro, el lugar hacia el que vamos, y que apuntan hacia el Oriente, el lugar donde se eleva el Sol».

«Los santos están en la eterna juventud de Jesús» y «no son ya hombres y mujeres de ayer, sino al contrario son siempre hombres y mujeres del mañana, del porvenir evangélico de la Iglesia».

«Los santos son la realización de la belleza que Dios ha soñado para Adán y Eva, porque Dios ha creado al hombre y la mujer para transfigurarse en la belleza de los Tres», añadió.

«Tras el terremoto del pecado, Jesús ha venido para derramar su sangre para restituirnos toda la gloria de Dios, y los santos nos dan la prueba de que la obra de Jesús no ha sido un fracaso», «que la sangre de Jesús ha producido su fruto», afirmó.

«Un santo es un rostro de Jesús. Y todos los santos juntos forman el único inmenso rostro de Jesús».

Pero, al mismo tiempo, «cada santo es una obra maestra del Espíritu Santo –añadió–, el cual es como un iconógrafo que viene a restaurar el icono viviente de Jesús en nosotros».

Recordando el ejemplo de Juan Pablo II, el padre Daniel Ange recordó la invitación incesante que el pontífice dirigía a los jóvenes a ser «los santos del tercer milenio», y recordó que «las gracias de santidad son donadas sólo a una Iglesia de oración».

«Nosotros somos ya santos y todo el problema es el de llegar a ser lo que ya soy. Toda nuestra vida nos es donada para esto: desarrollar nuestro código genético bautismal», explicó.

«Cuando Jesús dice que sólo los niños entran en el reino de los cielos, quiere decir que toda mi vida es un crecimiento hacia mi nueva infancia, mi infancia eterna –añadió–. Dios se ha hecho un niño pequeño para donarme su infancia».

«¿Y cómo se ha hecho niño? –se preguntó–, ¡en el seno de María! Por tanto también yo, elijo crecer en la infancia divina allí donde Dios mismo creció en su vida humana», y «recibo la vida divina donde Jesús mismo recibió la vida humana», dijo destacando la importancia de María en el camino hacia la santidad.

Hablando por último de las Escuelas de Evangelización, explicó que en el fondo son «escuelas de divinización» porque la vida fraterna «es un camino extraordinario de santidad, porque se aprende la mirada profética de unos sobre otros, porque se estrecha un pacto de confianza recíproca, porque soy celoso de la santidad de los hermanos, porque no se va al cielo solos sino todos juntos».

Daniel Ange fundó en 1984 «Jeunesse Lumière», la primera escuela católica internacional de oración y evangelización en Europa (junto a la Comunidad del Emmanuel en Paray Le Monial).

La escuela fue reconocida canónicamente por el arzobispo de Albi, como asociación privada de fieles en 1994. Ha sido además reconocida ‘de facto’ por el Consejo Pontificio para los Laicos.

«Los Centinelas de la Mañana de Pascua» son un grupo de jóvenes, con diversos estados de vida, nacido tras el llamamiento de Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Juventud de Roma, en 2000, en la que invitaba a los jóvenes a ser los primeros testigos hacia los propios coetáneos, los «centinelas de la mañana» en el nuevo milenio que estaba comenzando.

El grupo tiene una estrecha relación con «Jeunesse Lumière» y nació tras la participación durante tres años de un joven, Gianni Castorani, hoy seminarista, en tal escuela. A su regreso a Italia, Gianni contó la propia experiencia al cardenal Ennio Antonelli que lo animó a poner en marcha una experiencia similar en Florencia. Así se formó un núcleo de chicos y chicas que se mostraron disponibles al Señor y a la diócesis para hacerse evangelizadores de sus coetáneos, con el objetivo también de estimular el renacimiento de una nueva sensibilidad misionera entre los jóvenes de la Iglesia de Florencia.

El 1 de noviembre de 2005, en la solemnidad de Todos los Santos, 15 jóvenes confirmaron esta disponibilidad en las manos del cardenal Antonelli con promesas temporales de pobreza con alegría, castidad con alegría y obediencia con alegría, según las exigencias de la común vocación cristiana. Un año después, 18 jóvenes renovaron o emitieron por primera vez las mismas promesas.

[Más información en los siguientes enlaces: www.sentinelledipasqua.it y www.scuoladievangelizzazione.it]

Por Robert Cheaib, traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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