LA HABANA, miércoles, 27 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos a declaración final que pronunció el 26 de febrero el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, al despedirse de Cuba, al final de la visita en la que recordó los diez años de la peregrinación apostólica de Juan Pablo II a la isla.
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Al acercarse el momento de mi partida, deseo expresar mi profunda gratitud a quienes hicieron posible las magníficas jornadas pastorales que he podido vivir en esta querida Nación para conmemorar el X Aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba.
Agradezco de modo especial al señor cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, a monseñor Juan García, arzobispo de Camagüey y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, a los Obispos de las Diócesis que he visitado: Santiago de Cuba, Santa Clara y Guantánamo-Baracoa, y a todos mis hermanos obispos, con quienes he compartido el pan de la eucaristía, así como los retos pastorales, las angustias y aspiraciones de la Iglesia en Cuba. He visto en cada uno de ellos al buen pastor que conoce a sus ovejas, es decir al pueblo de Dios que les ha sido confiado, hombres probados en su fidelidad al Sucesor de Pedro y en el servicio a su patria. Asimismo llevo en mi memoria los encuentros con la vida religiosa y los seminaristas.
Quiero manifestar también mi reconocimiento a los representantes del gobierno por su solicitud y atenciones. Deseo ver en estas jornadas un nuevo impulso en el camino de las relaciones entre la Iglesia y las autoridades de Cuba. Estas relaciones serán siempre desafiantes, pero también llenas de oportunidades para promover el bien común de los cubanos.
Deseo también significar mi agradecimiento especial al Presidente de la República de Cuba, Raúl Castro Ruz, quien tan gentilmente ha querido escuchar al enviado del Santo Padre Benedicto XVI. Al inicio de su nueva responsabilidad, le he deseado éxitos en esta misión al servicio de su país y le he confirmado el compromiso de la Santa Sede de promover el acercamiento del mundo a Cuba y compartir convergencias sobre temas internacionales. Juntos, en un diálogo personal, hemos hablado sobre la Iglesia, sobre Cuba y los cubanos en el momento actual, con particular referencia a los retos que presenta el mundo de los jóvenes. Como todos saben, muchas personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu manifiestan sus aspiraciones y anhelos a la Iglesia Católica, tanto en Roma como en Cuba. Atendiendo a estas peticiones, y en el máximo respeto de la soberanía del país y de sus ciudadanos, he expresado al Presidente Raúl Castro la preocupación de la Iglesia para con los presos y sus familiares.
En estos días, de gran intensidad física y espiritual, he recibido numerosos regalos. Espero sepan perdonarme si destaco el regalo que más me ha conmovido: el cariño de los cubanos. He sentido este cariño en cada una de las diócesis que he visitado, en las celebraciones eucarísticas públicas que he presidido, en el rezo del Santo Rosario con los jóvenes en el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en los caminos, calles y plazas donde centenares de personas saludaban al enviado del Santo Padre Benedicto XVI. En este regalo aprecio, además, cuán vivos están el mensaje y la imagen del Papa Juan Pablo II en los hijos de esta tierra, a quienes él quiso de un modo especial. Tengo la particular satisfacción de haber podido inaugurar y bendecir en Santa Clara un bello y expresivo monumento en honor del recordado Papa, fruto de una sana colaboración entre la Iglesia y las autoridades civiles. Además, como significativo momento de encuentro con el mundo cultural cubano, he apreciado la posibilidad de pronunciar una conferencia en la Universidad de La
Habana sobre «La Cultura y los fundamentos éticos del vivir humano», así como el encuentro con profesores y alumnos de la Escuela Latinoamericana de Medicina.
He visto también en esas muestras de cariño la alegría de un pueblo que necesita y quiere vivir la esperanza. Como Secretario de Estado de Su Santidad, y junto a mis hermanos obispos de Cuba, soy consciente del particular momento de la historia de vuestro país en que hemos celebrado juntos el décimo aniversario de la visita del Siervo de Dios Juan Pablo II a esta Isla. Me voy, como lo hizo él hace diez años, con «una gran confianza en el futuro de su patria» (Juan Pablo II, Discurso de despedida, La Habana, 25 de enero de 1998), deseando que los hijos de Cuba hagan crecer su esperanza en Dios, inspirador de toda bondad, y en sus coterráneos, con quienes comparten el espacio y el destino común. En nombre del Papa a todos les digo: la esperanza salva.
Renuevo a todos los cubanos, ciudadanos y autoridades, creyentes y no creyentes, la cercanía de la Iglesia y la certeza de la oración y el cariño del Santo Padre Benedicto XVI.
¡Dios bendiga a Cuba y a su pueblo, que tanto ama a la Virgen de la Caridad!
La Habana, 26 de febrero de 2008.