Benedicto XVI en Estados Unidos: Una Iglesia de la vergüenza a la esperanza

Entrevista con el teólogo y escritor Michael Novak

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WASHINGTON, viernes, 9 mayo 2008 (ZENIT.org).- Estados Unidos ha dado un cálido recibimiento a Benedicto XVI al llegar a la nación, y esto le ha sorprendido al Papa, afirma Michael Novak.

Novak teólogo y antiguo embajador estadounidense ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, es autor de cerca de 30 libros, incluyendo su próximo título «No One Sees God» («Nadie ve a Dios»).

–¿Qué piensa de la repetida mención del Papa a la crisis de los abusos que ha sacudido a la Iglesia de Estados Unidos?

–Novak: El titular del Washington Times del lunes, 21 de abril, fue «La visita del Papa calma la crisis de los abusos». Los periodistas alabaron mucho la forma hábil y seria con la que Benedicto XVI expresó su vergüenza, arrepentimiento y cariño sobre estos abusos.

Al principio, como a muchos otros, me sorprendió que Benedicto sacara la crisis de los abusos en el avión. Luego volvió a mencionarla después casi en todos los lugares.

El lema de la peregrinación del Papa fue «Cristo nuestra esperanza», y nos ha convocado a la renovación. Para que la renovación tenga efecto, lo correcto es comenzar con la confesión del pecado. Creo que es verdad que todos estamos avergonzados. Creo que no hay habido nada en mi vida que me haya avergonzado más que el comportamiento de los sacerdotes, casi siempre con jóvenes.

–El Santo Padre, con el corazón de un profesor, se dirigió a los rectores de los institutos y universidades católicas. ¿Qué piensa de esto?

–Novak: El discurso del Papa consideraba que el rector de un centro universitario católico debe tener una buena mezcla de estímulos. «Estás haciendo muchísimo bien», y como acusación indirecta y callada: «Considera, si te has tomado la fe en serio». El Papa parecía estar diciendo: Si estás en una institución católica, entonces tu primera tarea es proporcionar a todos los que viven y estudian allí la experiencia del Dios vivo. Tienes que vivir de acuerdo a lo que significa ser «católico».

El Papa tiene un método de enseñanza absolutamente maravilloso. Habla de la dura verdad, y luego te gira en la dirección de la esperanza. Lo que es en realidad es el mismo significado del cristianismo, tomar el mal y transformarlo en el bien.

El Papa utilizó este método con los rectores universitarios, diciéndoles llanamente: «Haya algunas cosas malas a las que prestar atención, y lo tenemos que hacer mejo. No obstante, quiero animaros y respaldaros porque lo que estáis haciendo – en vuestras más de 200 universidades católicas – no tiene paralelismos en el mundo, y estáis haciendo muchas cosas bien. Sed animosos, tened confianza».

–¿Cuál ha sido su reacción al discurso del Papa a las Naciones Unidas?

–Novak: Parte de su declaración era estándar, y una repetición de declaraciones pasadas, pero otra parte fue muy original y penetrante. El Papa puso énfasis en que lo que es crucial para las Naciones Unidas y para el mundo del futuro es la protección de la libertad religiosa. La libertad religiosa es la más básica de todas las libertades porque protege la preciosa conciencia de cada persona. Habló de la necesidad de proteger a las minorías religiosas. Implícitamente, defendió el concepto de igualdad ante la ley, y sus comentarios versaron sobre el establecimiento del imperio de la ley – y probablemente así, de democracias pluralistas, de aquellas que respetan los derechos humanos.

Pero no se paró en la libertad religiosa. Las Naciones Unidas, decía, deben trabajar para crear un lugar en el que las personas religiosas puedan expresar su fe y argumentar desde su fe en la arena pública. La arena pública no sólo pertenece a las personas laicas.

Estos pasajes traen a la mente su intercambio de cartas con el presidente del senado italiano, Marcello Pera, en un volumen titulado «Sin Raíces: Occidente, el Relativismo, el Cristianismo, el Islam». Allí, el Papa apuntaba que en Norteamérica la separación de la iglesia y el estado no es negativa, sino positiva. Por ejemplo, el estado no intenta controlar la arena pública, sino que deja lugar a las personas religiosas para que se expresen plenamente en la esfera religiosa. Mientras la iglesia y el estado están separados en sus funciones, en la vida actual no puede haber separación entre religión y dimensión política de la vida. Cada persona humana es al mismo tiempo un ser religioso y político.

En aquellos ensayos, también distinguía la idea norteamericana de la separación de la iglesia y el estado de la idea europea, que es muy negativa. Lo que los europeos hacen es dar al estado todo el poder e intentar sacar fuera la religión, limitándola al dominio de la conciencia privada. Resulta raro que unos europeos vean de forma tan claro la diferencia entre Europa y Norteamérica, y al menos a este respecto, asumir el lado norteamericano del tema. Este ha sido el espíritu que parece haber animado muchas de sus apreciaciones en Norteamérica.

En un momento, en la Casa Blanca, el presidente citaba a San Agustín y al Papa Benedicto. Y por su parte, el Santo Padre citaba a George Washington. Era algo que estaba bien. No recuerdo a un Papa que haya analizado un texto norteamericano de una forma tan erudita pero fácil de comprender. Uno no suele escuchar que el Vaticano haga tales distinciones.

Juan Pablo II era muy pro-norteamericano. Amaba Norteamérica. No le importaba regañarnos cuando pensaba que lo estábamos haciendo mal, pero él apreciaba verdaderamente «la fenomenología de Norteamérica». Verdaderamente apreciaba el sentido del conjunto, así como algunos detalles. Pero Benedicto se ha hecho la pregunta de modo más cuidadoso – con la famosa capacidad alemana para la labor analítica – «¿Qué es lo que hace a este país diferente? ¿Qué es lo que hace que la libertad se dé mejor aquí? ¿Qué es lo que crea una arena pública en la que tanto religión como política viven con plenitud juntas, y en la que la fe de millones todavía prospera?».

En la Casa Blanca, entre periodistas, y en muchos otros lugares, Benedicto XVI debe haber visto cómo muchos católicos están presentes en importantes cargos de la vida pública. También debe haber visto los vitales en lo que han llegado a convertirse ciertas ideas católicas como «la cultura de la vida», «la subsidiariedad», «el bien común», «la conciencia de la debilidad humana y el pecado», y la oposición al aborto. Dos veces, durante la Misa en el Yankee Stadium en Nueva York, la multitud estalló en fuertes aplausos durante su homilía cuando el Papa habló directamente en contra del aborto; el sentimiento pro-vida es inusualmente poderoso en Norteamérica.

En las Naciones Unidas, un punto expuesto por el Papa Benedicto es que no es suficiente entender por libertad religiosa el derecho de los individuos a seguir el culto que deseen, o a seguir su conciencia. La libertad religiosa también significa un espacio público para las actividades religiosas.

En otros lugares, el Papa alabó todo el bien público que hacen los católicos en Norteamérica. Hay unas 220 universidades católicas, y son públicas. Mencionaba el sólido sistema de hospitales católicos, y a los muchos misioneros católicos que trabajan con los pobres en América Latina y en África. Todos estos son servicios públicos. Un buen estado tiene que dejar lugar para que las personas religiosas proporciones todos estos bienes.

–La juventud fue siempre muy leal a Juan Pablo II, incluso llegó a conocerse como la «generación JPII». ¿Cómo cree usted que han recibido los jóvenes a Benedicto XVI?

–Novak: Peggy Noonan escribía el otro día en el Wall Street Journal que el Papa Juan Pablo fue el Papa perfecto para la era de la televisión, porque era muy dramático y tenía un rostro que ganaba, gestos, ingenio, era rápido con los pies. Irradiaba afecto en la forma en que
puede hacerlo un buen acto. Pero, decía, Benedicto es el mejor Papa para la era de Internet. Los blogs van y vienen sobre lo que quiso decir con esto o con aquello. Las discusiones duran meses.

El debate sobre lo que Benedicto XVI dijo e hizo en Regensburg, por ejemplo, todavía no ha acabado; todavía se sondea y se discute sobre ello.

Creo que el Santo Padre ha tomado la «generación JPII» como suya. Ahora es la generación JPII/Benedicto. No hay ruptura entre ellas.

Benedicto solía encontrarse cada viernes durante una o dos horas de discusión con Juan Pablo II. Seguían la misma senda filosófica y teológica, y básicamente se reforzaban el uno al otro. Considerándolo, este es el año 29 del pontificado de Juan Pablo II.

Benedicto XVI es un hombre diferente con un estilo diferente, con una serie diferente de prioridades y una manera diferente de actuar, pero en él, todo esto está perfectamente desarrollado. Muchos analistas en Norteamérica han alabado su sinceridad y autenticidad. Parece contento de ser quien es, y no intenta ser otro distinto. Un periodista reticente decía a Peggy Noonan, tras algunos días de disentir del Papa: «¡Es un buen chico!». Los norteamericanos admiran la autenticidad. Benedicto XVI tiene el derecho de ser diferente de Juan Pablo mientras siga en la misma línea de renovación y re-evangelización. Creo que estamos gozando de los mejor de ambos mundos, dos en uno.

Por Garrie Gress

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ZENIT Staff

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