Benedicto XVI traza un balance de las relaciones entre la Santa Sede e Israel

En el discurso al nuevo embajador de ese país

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 12 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este lunes al nuevo embajador de Israel ante la Santa Sede, Mordechay Lewy.

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Excelencia:

Con gusto le doy la bienvenida en el inicio de su misión y presentación de las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del Estado de Israel ante la Santa Sede. Le doy las gracias por sus amables palabras y le pido que transmita al presidente Shimon Peres mis respetuosos saludos y mis oraciones por las personas de su país.

Una vez más, transmito mis mejores deseos con motivo de la celebración de los sesenta años del establecimiento del Estado de Israel. La Santa Sede se une a usted en la acción de gracias al Señor por el hecho de que se hayan cumplido las aspiraciones del pueblo judío a tener una casa en la tierra de sus padres, y espera poder ver pronto un tiempo de mayor regocijo, cuando una paz justa resuelva finalmente el conflicto con los palestinos. La Santa Sede valora particularmente sus relaciones con Israel, establecidas hace 15 años, busca desarrollarlas, fortaleciendo el respeto, la estima y la colaboración que nos une.

Entre el Estado de Israel y la Santa Sede hay numerosas áreas de interés mutuo que pueden ser exploradas con provecho. Como usted ha señalado, la herencia judeocristiana debería inspirarnos para promover múltiples formas de actividades sociales y humanitarias en todo el mundo, entre otras, luchando contra toda forma de discriminación racial. Comparto el entusiasmo de su excelencia por los intercambios culturales y académicos llevados a cabo entre las instituciones católicas de todo el mundo y las de Tierra Santa, y yo también deseo que estas iniciativas se desarrollen aún más en los próximos años.  

El diálogo fraterno que tiene lugar a nivel internacional entre judíos y cristianos está dando mucho fruto y tiene que continuar con compromiso y generosidad. Las ciudades santas de Roma y Jerusalén son importantísimas fuentes de fe y sabiduría para la civilización occidental y, por consiguiente, los lazos entre Israel y la Santa Sede tienen una resonancia más profunda que los derivados formalmente de la dimensión jurídica de los mismos.

Excelencia, sé que usted comparte mi preocupación por la alarmante disminución de la población cristiana en Oriente Medio, incluyendo Israel, a causa de la emigración. Desde luego, los cristianos no son los únicos que sufren los efectos de la inseguridad y de la violencia como resultado de los diferentes conflictos en la región, pero en muchos aspectos son particularmente vulnerables en estos momentos.

Rezo para que, como consecuencia de la creciente amistad entre Israel y la Santa Sede, se encuentren formas para tranquilizar a la comunidad cristiana de manera que recobre esperanza en un futuro seguro y pacífico en sus hogares ancestrales, sin sentir la presión de tener que emigrar a otros lugares del mundo para edificar nuevas vidas.

Los cristianos en Tierra Santa han disfrutado desde hace mucho tiempo de buenas relaciones tanto con los musulmanes como con los judíos. Su presencia en su país y el libre ejercicio de la misión y la vida de la Iglesia en él, representan un potencial para contribuir significativamente a cicatrizar la separación entre ambas comunidades. Rezo para que así sea e invito a su Gobierno a seguir explorando caminos para aprovechar la buena voluntad de los cristianos, ya sea a favor de los descendientes naturales del pueblo que escuchó en primer lugar la Palabra de Dios ya sea a favor de nuestros hermanos y hermanas musulmanes, que desde hace siglos viven y practican el propio culto en la tierra que las tres tradiciones religiosas definen como «santa».

Me doy cuenta de que las dificultades de los cristianos en Tierra Santa están también ligadas a la tensión continua entre las comunidades judía y palestina. La Santa Sede reconoce el derecho legítimo de Israel a la seguridad y a la propia defensa y condena firmemente cualquier forma de antisemitismo. Además, sostiene que todos los pueblos tienen derecho a que se les concedan las mismas oportunidades para desarrollarse. Por tanto, pido a su gobierno que haga todos los esfuerzos posibles para aliviar las dificultades que sufre la comunidad palestina, dándole la libertad necesaria para llevar a cabo sus actividades legítimas, incluyendo el acceso a sus lugares de culto, para que disfruten de una mayor paz y seguridad.

Obviamente estos temas sólo pueden afrontarse en el contexto más amplio del proceso de paz en Oriente Medio. La Santa Sede acoge el compromiso expresado por su Gobierno de continuar con el impulso que se ha vuelto a activar en Annapolis y reza para que las esperanzas y las expectativas suscitadas en aquella sede no sean decepcionadas. Como observé en mi reciente discurso en las Naciones Unidas, en Nueva York, es necesario recorrer toda senda diplomática y prestar atención «a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación» si se quieren resolver añejos conflictos. Cuando todas las personas de Tierra Santa vivan en paz y armonía, en dos estados soberanos independientes, el beneficio para la paz del mundo será inestimable e Israel será realmente «luz entre las naciones» [el Papa ha escrito esta expresión en caracteres hebreos que no podemos transcribir por razones técnicas, ndt.] (Isaías 42, 6), un luminoso ejemplo de resolución de conflictos que el resto del mundo podrá seguir.

Mucho trabajo se dedicó a formular los acuerdos que desde entonces fueron firmados por Israel y la Tierra Santa y es de desear que las negociaciones relativas a cuestiones económicas y fiscales logren pronto una conclusión satisfactoria. Gracias por sus palabras tranquilizadores sobre el compromiso del gobierno de Israel por una solución positiva y rápida de los problemas que todavía quedan por resolver. Soy consciente de que hablo en nombre de muchos cuando expreso la esperanza de que estos acuerdos puedan ser integrados pronto en el sistema jurídico interno israelí y sentar así el fundamento duradero para una  cooperación fecunda.

Dado el interés personal que su excelencia tiene por la situación de los cristianos en Tierra Santa, y que es sumamente apreciado, sé que comprende las dificultades causadas por las continuas incertidumbres sobre sus derechos y status legal, en particular, a propósito de a cuestión de las visas del personal eclesiástico. Estoy seguro de que hará todo lo que pueda para facilitar la resolución del resto de los problemas de una manera aceptable para todas las partes en causa. Sólo cuando se superen estas dificultades la Iglesia podrá desarrollar libremente sus obras religiosas, morales, educativas y caritativas en la tierra en la que nació.

Excelencia, rezo para que la misión diplomática que comienza hoy refuerce ulteriormente los vínculos de amistad entre la Santa Sede y su país. Puede estar seguro de que los diferentes dicasterios de la Curia Romana estarán siempre dispuestos a ofrecerle ayuda y apoyo en el cumplimiento de sus deberes. Con mis mejores deseos, invoco para usted, para su familia y para todo el pueblo del Estado de Israel las abundantes bendiciones de Dios.

[Traducción del original inglés realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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