BURGOS, lunes, 12 mayo 2008 (ZENIT.org).- Se puede hablar de una «revancha de la parroquia, pues «ha sobrevivido a todos los ataques y a todas las profecías de desaparición».
Así lo defiende Eloy Bueno de la Fuente, catedrático de la Facultad de Teología del Norte de España (Burgos), institución que cumple 40 años estos días y de la que este teólogo ha sido decano.
Aunque el pensamiento moderno la consideraba una «institución obsoleta» y la sensibilidad postmoderna se inclinaría por una «red de comunidades», la parroquia sigue teniendo su lugar y su sentido.
Lo argumenta en su disertación «Movimientos de renovación parroquial en los últimos 40 años», publicada dentro del libro «A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas», de la editorial Verbo Divino.
La ponencia fue pronunciada en la XVIII Semana de Teología Pastoral del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.
«La parroquia constituye el rostro más visible de la Iglesia» y «sigue atravesada por una tensión», pero «tal vez el milagro de la parroquia consiste en su ambivalencia, en el propio dinamismo que la constituye en cuanto cuerpo de la Iglesia en la carne y en la sangre de los hombres reales», afirma.
«No resulta ni exagerado ni aventurado decir que la parroquia se ha convertido en el escenario en el que se han planteado enormes disputas y tensiones, proyectos y alternativas», constata el autor.
«El período inmediatamente posterior al Concilio muestra la confrontación radical de dos posturas sobre la parroquia: la deslegitimación que procede desde varios frentes y su consideración como ámbito privilegiado de recepción o aplicación de la reflexión conciliar», ilustra.
Eloy Bueno de la Fuente explica que «la concepción de la parroquia vigente desde el Concilio de Trento hasta el Código de Derecho Canónico de 1917 se ve como «inviable» cuando llegan los movimientos de renovación del siglo XX».
Uno de ellos fue el «Movimiento litúrgico», que redescubre el significado de la asamblea litúrgica y su protagonismo. La centralidad de la eucaristía comunitaria y la participación en la oración de la Iglesia pretenden superar «las tentaciones de individualismo» y «las posibles desviaciones de las devociones particulares».
Otro fue el «Movimiento misionero», que constituyó un «factor decisivo en los proyectos de renovación». La parroquia «debía» recuperar «la lógica de la misión». Se habla de «militante» y «comprometido» como figuras cristianas «privilegiadas» de frente a la figura del «practicante» y «burgués».
Por otra parte -prosigue el catedrático– surgió el «Movimiento comunitario» para el cual «sólo podía ser misionera una parroquia que viviera como comunidad». Se denunciaba así una parroquia como conglomerado carente de relaciones interpersonales. En este sentido los movimientos juveniles, especialmente en Alemania, jugaron un gran papel.
En este contexto la parroquia adquiere un «mayor rango teológico al ser vista en la analogía del dinamismo de la Iglesia local». Se va tematizando la triple dimensión que constituye la vida parroquial (Palabra, liturgia, servicio).
El Concilio no trató expresamente el tema parroquial, recuerda este teólogo: «La parroquia no formó parte de las grandes preocupaciones del Concilio. De hecho, algunas alusiones en los textos fueron desapareciendo a lo largo del itinerario conciliar».
En este sentido cabe recordar la Sacrosanctum Concilium, que en el número 42 alude a la parroquia con fuerte contenido teológico. Se destaca allí la importancia de la comunidad, su carácter local y su referencia a la diócesis.
En la Lumen Gentium (26 y 28) se hablará de comunidad de personas radicadas en un lugar en el seno de la Iglesia local.
Los movimientos de renovación de la parroquia se inspirarán en la eclesiología conciliar, pero «la recepción no fue pacífica ni sosegada», confiesa el teólogo español.
«La parroquia debió cargar con las acusaciones más radicales, hasta decretar su muerte, porque representaba un pasado del que había que salir», explica dando voz a algunas posiciones.
La parroquia, entonces, vive una «tensión» entre diversos modelos: el de comunidad misionera y el de agencia de servicios religiosos.
El autor concluye considerando que «hay que aceptar y articular el hecho de que en la parroquia existen aquellos que asumen como vocación la lógica que localiza a la Iglesia y la abre a la situación misionera», mientras que otros «simplemente participan en los acontecimientos más importantes». Por último están quienes «simplemente se acercan, se sitúan en el umbral y se sienten de paso».
Por Miriam Díez i Bosch