ROMA, domingo, 25 mayo 2007 (ZENIT.org).- La sociedad actual admira a una mujer que vive por sí misma, realiza su propio camino en el mundo y construye una carrera de éxito. Incluso impresiona más una mujer que no sucumbe a las angustias de los enredos sentimentales, que sabe lo que quiere en una relación y no se conforma con menos.
Pero cuando esta mujer emancipada y promocionada se revela como una virgen consagrada, esas mismas caras de admiración se cambian en cejas levantadas y expresiones burlonas.
«La palabra ‘virgen’ se ha convertido en embarazosa para la gente en este tiempo –comenta a Zenit Judith Stegman, virgen consagrada y encargada de prensa en la Orden de las Vírgenes Consagradas–. La palabra está tan mezclada con la sexualidad que ha llegado la hora de que reivindiquemos el sentido de esta palabra».
Quinientas vírgenes consagradas vinieron a Roma en días pasados para asistir a un congreso internacional y peregrinación convocadas por el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica.
Estas mujeres vinieron de 52 países de todo el mundo para compartir su testimonio y experiencias unas con otras y con la jerarquía de la Iglesia.
Mientras que esta oportunidad tiene un significado especial para todas las participantes, Stegman señaló que para las «vírgenes consagradas que viven en países musulmanes, era su primera posibilidad de hablar abiertamente sobre una vocación que han vivido en secreto».
«Se dieron lazos de amistad inmediatos entre todas las vírgenes consagradas –dijo Stegman–. Todas compartíamos la misma sonrisa gozosa, el mismo conocimiento de nuestro amor esponsal a Cristo».
Ha sido la segunda vez que las vírgenes consagradas de todo el mundo han sido llamadas a reunirse. Se encontraron con cardenales y arzobispos, aunque el punto álgido de su visita fue su audiencia privada con el Papa Benedicto XVI.
El tema del encuentro fue «Virginidad consagrada vivida en el mundo: un don en la Iglesia y para la Iglesia», tomado de los escritos del cardenal Joseph Ratzinger antes de su elección al pontificado.
Las vírgenes consagradas viven una vocación particula en la Iglesia; viven en el mundo, escogen sus propias profesiones y son responsables de sus propias necesidades materiales. Cada virgen consagrada está bajo la dirección de un obispo y lleva un anillo como signo de su consagración en virginidad perpetua, pero ninguna otra forma de hábito.
«Es una vocación pública, expresada en una ceremonia pública a la que todos están invitados –aclara Stegman–. Nosotras mostramos que el amor de Cristo como esposo es el que todas experimentaremos un día en el cielo».
La virginidad consagrada es una de las más antiguas formas de vida consagrada en la Iglesia. Las quinientas mujeres oraron en Roma en las iglesias de las santas Inés, Lucía y Cecilia, heroicos modelos para las mujeres consagradas de hoy.
Las vírgenes mártires defendieron el don de su virginidad a Cristo hasta la muerte y son todavía celebradas y honradas en las más bellas iglesias de Roma.
Pero las vírgenes consagradas tienen un especial amor a María cuya decisión de entregarse completamente al Señor en virginidad fue el principio y la inspiración de la virginidad consagrada en la Iglesia.
«Juan Pablo II habló sobre el amor como don completo de sí mismo, y la Virgen María se do enteramente a Cristo –dijo Stegman–. Ella tuvo un papel activo, es más fácil encerrarse en una misma, permanecer distante pero María se permitió ser abierta y vulnerable».
Tras los primeros años de la Iglesia, la virginidad consagrada fue ensombrecida por la vocación a la vida religiosa en comunidad. Muchas mujeres jóvenes que sintieron la llamada a la virginidad consagrada serían dirigidas en cambio a los conventos.
«En vez de ser reconocidas como esposas de Cristo como era en la Iglesia primitiva, las mujeres llamadas a la virginidad consagrada eran vistas como anticomunitarias».
«Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II fue restaurar el rito de consagración en 1970 –considera Stegman–. Ayudó a la gente a ver que la virginidad consagrada es una vocación plena, no una piedra de paso para algo más».
Obispos de todo el mundo fueron invitados al congreso para lograr una mejor comprensión de las vírgenes consagradas y su vocación. El arzobispo Raymond Burke de San Luis, que es moderador episcopal de la asociación de vírgenes consagradas de Estados Unidos, se dirigió a las mujeres reconociendo su forma particular de vida.
El arzobispo Jean-Pierre Cattenoz de Avignon, Francia y el obispo Demetrio González de Tarazona, España, hablaron a la asamblea exponiendo la historicidad y sacramentalidad de la vocación de la virgen consagrada.
El número de vírgenes consagradas está en aumento con unas tres mil en todo el mundo actualmente. En ello ha tenido que ver mucho la sencillez y alegre testimonio de las mismas vírgenes.
«Cuando dejo a otros que me presenten como virgen consagrada, a menudo hay risitas y ojos asombrados –explica Stegman–. Pero cuando yo tomo la iniciativa, y usando una ocasión en la que otra mujer puede decir que está casada con hijos, digo que soy una virgen consagrada, la gente me trata con respeto e interés».
Para más información sobre virginidad consagrada: www.consecratedvirgins.org.
Por Elizabeth Lev, traducido del inglés por Nieves San Martín