ROMA, jueves 28 de agosto de 2008 (ZENIT.org).- "La educación para Edith Stein es el supremo arte cuyo maestro es el Espíritu Santo y en el que el hombre es el humilde colaborador", dice Eric de Rus, profesor asociado de filosofía, que acaba de publicar en francés un segundo volumen dedicado a esta santa titulado "El arte de la educación según Edith Stein. Antropología, educación y vida espiritual "(Cerf, Ed del Carmelo, Ad-Solem).
En una entrevista publicada por la edición francesa de Zenit, Eric de Rus explica que la dimensión educativa “es una dimensión esencial de su mensaje”.
Edith Stein manifestó su preocupación por la educación ya en su etapa universitaria de Breslavia (1911-1913). “El interés persiste en los años posteriores durante sus estudios en la Universidad de Göttigen. Después de su conversión, y antes de ingresar en el Carmelo de Colonia, mantendrá un doble compromiso como profesora y conferenciante”, añade De Rus.
Ya carmelita, “destaca la pedagogía de la santa reformadora Teresa de Ávila. Sus propios textos espirituales dan testimonio de este interés por la educación que profundiza la importancia de revelar la dimensión mística”La investigación que De Rus está desarrollando sobre Edith Stein, muestra, explica el propio autor, “la unidad del enfoque existencial, filosófico y espiritual de esta autora, demostrando que existe una relación vital entre la antropología, la educación y la vida espiritual”.
Así, "el pensamiento sobre la educación" aparece en Edith Stein como "el punto focal donde se unifican su antropología, la tradición mística y espiritual, de San Agustín a Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, y su experiencia personal de los caminos de Dios".
La filósofa alemana, “desde el momento en que ve la educación como 'la formación del ser humano en su totalidad, en todas sus fortalezas y capacidades con el fin de que sea lo que debe ser', entonces implica ya una cierta idea del hombre”, explica De Rus.
“Como Edith Stein escribe: Toda la labor educativa que se centra en educar a los hombres viene acompañada de una idea precisa de qué es el hombre, su lugar en el mundo y su misión en la vida, así como de las oportunidades prácticas ofrecidas para formarlo”.
Edith Stein, explica, “considera al hombre como una unidad de cuerpo, alma y espíritu y demuestra que el hombre tiene un interior inviolable que es el fundamento de su dignidad, el espacio sagrado de encuentro con Dios y inseparablemente, el lugar de la conciencia de que pueden elevarse decisiones libres y un verdadero diálogo con el mundo”.
“Formar al hombre significa tener el coraje para servir a esta interioridad. Edith Stein da una formulación muy luminosa de este vínculo entre el interior y la educación cuando escribe: Es la vida interior el fundamento último: la formación se lleva a cabo desde el interior hacia el exterior", añade.
Precisamente, señala De Rus, la insistencia de Benedicto XVI en la educación, como el reciente documento de la Congregación para la Educación Católica titulado "Educar en una escuela católica. Misión compartida por las personas consagradas y los laicos" (septiembre de 2007) “no es una coincidencia”.
“El desafío hoy es realmente un desafío antropológico: ¿Quién es el hombre, qué es vivir auténticamente en el sentido de su ser? Pero esto nos pone precisamente al corazón de la misión educativa que sirve a lo mejor de la persona”.
“Educar es acompañar el despliegue completo de una humanidad en el cumplimiento de su vocación natural y sobrenatural. Esta es la única forma en que la sed de sentido que caracteriza a la persona humana, puede satisfacerse”.
Para Edith Stein, explica, la educación “es el supremo arte en el cual el Espíritu Santo es el maestro y en el cual el hombre es el humilde colaborador”
“Edith Stein nos recuerda que el hombre no se convierte en plenamente humano a menos que corra el riesgo de una gran aventura: la santidad que es la obra del Espíritu Santo. Quien se abandona a la acción educativa del Espíritu y se deja configurar a Cristo participa misteriosamente en su obra de salvación consagrando el mundo a Dios”, concluye.
Por Anita S. Bourdin, traducido por Miriam Díez i Bosch