Nuevo Amanecer, un barrio que cambia vidas en Perú tras el terremoto

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LIMA, domingo, 31 agosto 2008 (ZENIT.org).- «Cáritas empezó las primeras obras y son las primeras en terminar». A Baltasar Lantaron, director regional de educación de Ica (Perú) no se le escapó este detalle en su discurso cuando tres directivos de Cáritas Española y el obispo del lugar monseñor Héctor Vera inauguraron la escuela «Carlos Cueto Fernandini» el pasado 22 de agosto en una de las zonas más afectadas por el terremoto que asoló esta región peruana hace un año y que empieza a recuperarse.

Este instituto es parte de los 14 que Cáritas del Perú lleva varios meses reconstruyendo en las provincias de Chincha, Pisco e Ica con el apoyo de Cáritas Española. Pero para su directora Gina Figueroa esta labor es mucho más que poner ladrillos y argamasa: «No sólo habéis reconstruido nuestro colegio, sino que nos habéis devuelto la motivación para seguir trabajando», dijo al recordar que en breve 982 alumnos podrán beneficiarse de sus recién levantadas 10 aulas nuevas, laboratorio e instalaciones deportivas.

Durante el mismo acto, el secretario general de Cáritas Perú Jorge Lafosse recordó una frase de Benedicto XVI que habla de la expresión del amor a través de la educación.

El 28 de agosto concluyó la visita de diez días a Cáritas Perú del delegado episcopal de Cáritas Española Vicente Altaba, su director general José Luis Pérez Larios y el obispo de Barbastro-Monzón Alfonso Milián, responsable de esta institución que desde el año pasado ha aportado casi 4 millones de euros a tareas de emergencia y reconstrucción. Según declaraciones distribuidas por Cáritas Española, monseñor Milián explica: «Hemos hecho simplemente lo que nos dice el Evangelio, ayudar a nuestros hermanos compartiendo lo nuestro con ellos cuando estaban  pasando necesidad».

Esta ayuda procede de las distintas Cáritas diocesanas de España y también de Cooperación Española, Ayuntamiento de Madrid, El Mundo, Real Madrid y BBVA entre otros donantes.

Entre sus beneficiarios se encuentran los habitantes de Tántara, un pueblo de la sierra peruana ubicado en el departamento de Huancavelica con una larga tradición de emigración a la costa por parte de los jóvenes. Debido a esto la mayor parte de sus habitantes son personas mayores, además de familias muy pobres que han venido de otras zonas más altas buscando trabajo y que viven alquiladas en las viviendas de las familias que emigraron a la costa. Debido al terremoto del 15 de agosto de 2007 muchas de las casas donde vivían quedaron en ruinas.

«Después del terremoto nuestras casas eran inhabitables y el quedarnos allí era muy peligroso» dice Roger Acuña, uno de sus pobladores que relata cómo estos primeros momentos en los que durmieron a la intemperie fue el inicio de una singular iniciativa llamada «Nuevo Amanecer». «En esta situación vivíamos hasta que llegó Cáritas y nos dijeron que no podíamos vivir en chozas porque nuestros niños corrían el riesgo de enfermarse», explica Luis Ramírez, otro de los damnificados.

Nuevo Amanecer fue el nombre que eligieron para el nuevo barrio que empezaron a construir y que habría de cambiar sus vidas de arrendatarios pobres a dueños de su pequeña propiedad. Según señala monseñor Isidro Barrio, obispo de Huancavelica: «Desde Cáritas sabíamos que se debía trabajar cuanto antes con la gente que estaba sin techo, sin casa, sin nada… procurar darles un cobijo porque estaban realmente desamparados. Nos pusimos en contacto con las autoridades a través de Cáritas Huancavelica y en seguida que obtuvimos un poquito de financiación empezamos a trabajar».

El proceso de construcción no fue fácil, ya que el terreno era agreste, las condiciones climáticas eran duras y se acercaba la temporada de las lluvias, pero los pobladores de Nuevo Amanecer trabajaron muchas horas al día construyendo ellos mismos sus propias casas con ayuda de un ingeniero que dirigió las obras.  Según Haydeé de , coordinadora de local: «La gente empezó a motivarse, y los hijos, las mujeres, los padres, todos se sacrificaron y trabajaron hasta altas horas de la noche».

Hasta el momento hay ya 90 familias empadronadas que ya habitan en los módulos construidos. Uno de sus nuevos pobladores es  Luis Ramírez, que reconoce: «Ahora mi familia está más unida porque vivimos dignamente».

«Ahora que estoy en esta casa me siento orgullosa», comenta Claudia Violeta López. «Esto es mío y ya nadie me saca de aquí porque es mi esfuerzo, mi sudor y lo que he puesto con mis manos. Agradezco a Dios por lo que me ha permitido ver y vivir».

Los pobladores de Nuevo Amanecer no sólo trabajaron con sus manos para levantar los muros de sus viviendas. También aprendieron a organizarse, dialogar y participar en un proceso en el que las autoridades estuvieron involucradas. Gracias a esta confianza adquirida en sus capacidades ahora siguen planificando para que sus viviendas cuenten con calles, plazas, agua y luz y que sus hijos tengan un futuro mejor.

A veces trabajar juntos no sólo cambia un paisaje agreste y pelado, sino que también transforma a las personas por dentro.

Gloria Morrón, otra de las nuevas vecinas de Nuevo Amanecer, lo explica así: «Siento que ya no soy lo que era antes. Ahora mis hijos se sienten felices de ver su casa bonita».

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ZENIT Staff

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