Discurso del Papa a los obispos nombrados este año en territorios de misión

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CASTEL GANDOLFO, lunes 22 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos el discurso pronunciado por Benedicto XVI el sábado por la mañana pronunciado durante la audiencia a los obispos nombrados este año, que han participado estos días en Roma en el Curso de preparación promovido por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

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¡Queridos hermanos en el episcopado!

Os recibo con alegría, con ocasión del seminario preparatorio propuesto por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Agradezco sentidamente el saludo fraterno que me ha dirigido el Prefecto, el cardenal Ivan Dias, en nombre de todos vosotros. El Congreso en el que participáis se sitúa en el Año Paulino, que estamos celebrando en toda la Iglesia con la intención de profundizar en el conocimiento del espíritu misionero y de la personalidad carismática de san Pablo, considerado por todos el gran Apóstol de los gentiles.

Estoy seguro de que el espíritu de este «maestro de los gentiles en la fe y en la verdad» (1 Tm 2,7; cfr 2 Tm 1,11) ha estado presente en vuestra oración, en vuestras reflexiones y puestas en común, y que no dejará de iluminar y enriquecer vuestro ministerio pastoral y episcopal. En la homilía de la inauguración del Año Paulino, comentando la expresión «maestro de los gentiles», observaba cómo esta palabra se abría al futuro, proyectando el alma del Apóstol hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es para nosotros simplemente una figura del pasado, que recordamos con veneración. Es también nuestro maestro, el apóstol de Jesucristo también para nosotros. Sí, el es nuestro maestro y de él debemos aprender a mirar con simpatía a los pueblos a los que hemos sido enviados. De él debemos también aprender a buscar en Cristo la luz y la gracia para anunciar hoy la Buena Noticia; a ejemplo suyo, debemos rehacernos para recorrer incansablemente los senderos humanos y geográficos del mundo de hoy, llevando a Cristo a aquellos que ya le han abierto el corazón y a aquellos que aún no le han conocido.

Vuestra vida de Pastores en muchos aspectos se parece a la del apóstol Pablo. A menudo el campo de vuestro trabajo pastoral es muy vasto y extremadamente difícil y complejo. Geográficamente, vuestras diócesis son, en su mayor parte, muy extensas y a menudo les faltan carreteras y medios de comunicación. Esto hace difícil llegar a los fieles más alejados del centro de vuestras comunidades diocesanas. Además, en vuestras sociedades, como en otros lugares, se abate cada vez con más violencia el viento de la descristianizacción, de la indiferencia religiosa, de la secularización y de la relativización de los valores. Esto crea un ambiente frente al cual las armas de la predicación pueden parecer, como en el casto de Pablo en Atenas, faltos de la fuerza necesaria. En muchas regiones los católicos son una minoría, a veces muy exigua. Esto os lleva a confrontaros con otras religiones más fuertes y no siempre acogedoras hacia vosotros. No faltan, finalmente, situaciones en las cuales, como pastores, deberéis defender a vuestros fieles ante la persecución y los ataques violentos.

No tengáis miedo y no os desaniméis por estos inconvenientes, a veces duros, sino dejaos aconsejar e inspirar por san Pablo, que tuco que sufrir mucho por las mismas causas, como se desprende de su segunda Carta a los Corintios. Recorriendo los mares y las tierras, sufrió persecución, flagelaciones e incluso la lapidación; afrontó los peligros del viaje, el hambre, la sed, ayunos frecuentes, frío y desnudez, trabajó sin cansarse viviendo hasta el final la preocupación por todas las Iglesias (cfr 2 Cor 11,24ss). Él no rehuía las dificultades y los sufrimientos, porque era muy consciente de que éstas forman parte de la cruz que como cristianos hay que llevar cada día. Entendió profundamente la condición a la que expone al discípulo la llamada de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Por este motivo, recomendaba a su hijo espiritual y discípulo Timoteo: «soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio» (2 Tm 1,8), indicando de esta forma que la evangelización y su éxito pasan a través de la cruz y del sufrimiento. El sufrimiento une a Cristo y a los hermanos y expresa la plenitud del amor, cuya fuente y prueba suprema es la misma cruz de Cristo.

Pablo había llegado a esta convicción tras la experiencia de las persecuciones que había tenido que afrontar en la predicación del Evangelio; pero había descubierto por este camino la riqueza del amor de Cristo y la verdad de su misión de Apóstol. En la homilía de la inauguración del Año Paulino decía a propósito de esto: «La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado merecía para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a los demás este amor». Sí, Pablo fue un hombre «conquistado» (Fil 3,12) por el amor de Cristo y todo su obrar y sufrir se explica sólo a partir de este centro.

¡Queridos hermanos en el episcopado! Estáis al comienzo de vuestro ministerio episcopal. No dudéis en recurrir a este potente maestro de la evangelización, aprendiendo de él a amar a Cristo, a sacrificaros en el servicio a los demás, a identificaros con el pueblo en medio del cual habéis sido llamados a predicar el Evangelio, a proclamar y a dar testimonio de la presencia del Resucitado. Son lecciones para cuyo aprendizaje es indispensable invocar con insistencia la ayuda de la gracia de Cristo. Pablo hace referencia continuamente a esta gracia en sus Cartas. Que vosotros, como sucesores de los Apóstoles sois continuadores de la misión de Pablo de llevar el Evangelio a las gentes, sepáis inspiraros en él para comprender vuestra vocación en estrecha dependencia de la luz del Espíritu de Cristo. Él os guiará por los caminos a menudo impracticables, pero siempre apasionantes, de la nueva evangelización. Os acompaño en vuestra misión con mi oración y con una afectuosa Bendición Apostólica que imparto a cada uno de vosotros y a todos los fieles de vuestras comunidades cristianas.

[Traducción de Inma Álvarez

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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