NUEVA YORK, martes 24 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la reflexión de Cuaresma que ha escrito por Mario J. Paredes, presidente de la Asociación Católica de Líderes Latinos (CALL) de los Estados Unidos, miembro del comité presidencial de enlace de la Sociedad Bíblica de los Estados Unidos con la Iglesia católica, quien representó a esta institución en el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra celebrado en octubre en el Vaticano.
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Cada año, con el llamado «Miércoles de Ceniza», los católicos iniciamos el tiempo de la Cuaresma, tiempo en el que la liturgia de la Iglesia católica nos invita a una reflexión y actuación sobre nuestras vidas, sobre su sentido, su origen, su misión, su destino último.
Se trata, por tanto, de un tiempo «fuerte» para la «metanoia»o «conversión» que – en teología y vida cristiana – significa una adecuación de nuestro ser, existir y actuar a la misma vida de Jesucristo, a su evangelio, a sus valores, a sus convicciones, a su propuesta de vida: gastar la vida en servicio al evangelio, es decir, a favor de los otros, especialmente de los más necesitados, para obtener la vida eterna, la vida feliz, la vida plena.
Por ello, la Cuaresma es un camino bíblico, pastoral, litúrgico y existencial para cada creyente personalmente y para la comunidad cristiana en general que comienza con la ceniza y concluye con la noche del lucernario, la noche del fuego y de la luz: la noche santa de la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
La Cuaresma simboliza, nos señala y recuerda un «paso», una pascua, un itinerario a seguir de manera permanente: el paso de la nada a la existencia, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de lo insignificante a la vida abundante en Dios, por medio de su Hijo Jesucristo. Y es que convertirnos significa destruir, dejar atrás, quemar, volver cenizas el «hombre viejo», el hombre-sin-Cristo para revestirnos del hombre «nuevo», el hombre-en-el-espíritu, que es fuego nuevo en el mundo.
El Miércoles de Ceniza, mientras el ministro impone la ceniza al penitente dice estas dos expresiones alternativamente: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» y/o «Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver.» Signo y palabras que expresan muy adecuadamente nuestra creaturalidad, nuestra absoluta dependencia de Dios, nuestro peregrinaje hacia una patria definitiva, nuestra caducidad.
Miércoles de Ceniza en particular y Cuaresma en general son un tiempo litúrgico y una invitación a volver nuestra mirada y vida a Dios y a los principios del Evangelio. Así, si Cuaresma es tiempo para la conversión, para mejorar en el proceso de humanización personal y comunitario, entonces la Cuaresma coincide con la vida misma de todo creyente, con el ser y misión de toda la Iglesia y con la vocación de la entera comunidad humana.
Cuaresma es una invitación a cambiar aquello que tenemos que cambiar en la búsqueda de ser mejores y mas felices, una invitación a construir en vez de destruir y a mirar y volver hacia formas de vida más justas, más solidarias, más humanas. Cuaresma es una llamada para buscar diligentemente nuevas formas de ser y hacer Iglesia siendo mejores y más auténticos discípulos de el Crucificado Resucitado.
El tiempo litúrgico de la Cuaresma – como nuestra propia existencia – lo recorremos con la mirada puesta en la Pascua de Resurrección y en la Pascua definitiva en Dios. Pascua de vida abundante que se opone a toda forma de discriminación y de envilecimiento del ser humano, de su dignidad, a toda forma de atropello y violencia, a toda forma de mentira, maldad y muerte, a toda forma de corrupción y división, a toda forma de marginación y opresión. Porque la Pascua, como punto de llegada, culmen y superación de la Cuaresma, es absoluta novedad de vida, de la vida abundante que Dios nos ofrece y a la que Dios nos invita en este tiempo y en todo tiempo.