CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Al ordenar este domingo diecinueve sacerdotes, Benedicto XVI constató que "el mundo", entendido en el sentido evangélico, también contamina la Iglesia.
En la homilía de la celebración eucarística, presidida en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el pontífice ofreció pistas para vivir una vida de santidad a los nuevos presbíteros de la diócesis de Roma.
La mitad de los hasta ahora diáconos procedían de la ciudad eterna o de su provincia; otros tres eran italianos, y seis de diferentes países: Nigeria, Haití, Croacia, República Checa, Chile y Corea del Sur.
El Papa les alentó a vivir una vida de entrega total a Dios, como la de los apóstoles que cambiaron el curso de la historia anunciando la salvación en el nombre de Cristo.
"El discípulo, y especialmente el apóstol, experimenta el mismo gozo de Jesús al conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor al ver que Dios no es conocido, que su amor no es intercambiado", explicó el Santo Padre.
"Por una parte exclamamos, como Juan en su primera Carta: 'Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!'; y por otra parte, con amargura, constatamos: 'El mundo no nos conoce porque no le conoció a él' (1 Juan 3,1)".
"Es verdad --reconoció el Papa--, y nosotros, los sacerdotes, lo sabemos por experiencia: el 'mundo', en la acepción de Juan, no comprende al cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. En parte, porque de hecho no conoce a Dios; y en parte, porque no quiere conocerlo".
"El mundo no quiere conocer a Dios y escuchar a sus ministros, pues esto lo pondría en crisis", aclaró.
El mundo, dijo, insistiendo en el sentido evangélico de este término, " insidia también a la Iglesia, contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados".
El "mundo", subrayó, "es una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar incluso a la Iglesia, y de hecho la contamina, y por tanto exige constante vigilancia y purificación".
"Estamos 'en' el mundo, y corremos también el riesgo de ser 'del' mundo. Y, de hecho, a veces lo somos".
Para poder tender a la entrega total a Dios, a la santidad, el Papa recomendó a los nuevos sacerdotes vida de oración, "ante todo, en la santa misa cotidiana".
"La celebración eucarística es el acto de oración más grande y más alto y constituye el centro y la fuente de la cual también las demás formas de oración reciben la 'savia': la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo Rosario, la meditación".
"El sacerdote que reza mucho y reza bien, va quedando progresivamente despojado de sí mismo y queda cada vez más unido a Jesús, Buen Pastor y Siervo de los hermanos", aseguró el Papa.
"En conformidad con él, también el sacerdote 'da la vida' por las ovejas que le han sido encomendadas", concluyó.