CIUDAD DEL VATICANO, lunes 4 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI subrayó, este lunes en un discurso dirigido a los participantes de la decimoquinta reunión Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, la centralidad de los derechos humanos en la enseñanza social católica.
Al recibir a los participantes, encabezados por la profesora estadounidense Mary Ann Glendon, presidenta de la Academia, el Papa celebró que las reflexiones de la plenaria hayan girado hacia la cuestión de los derechos humanos, pues estos constituyen, afirmó, el «punto de encuentro entre la Doctrina de la Iglesia y la sociedad contemporánea».
Especialmente, el Papa reflexionó sobre el actual problema de «la conciencia creciente -que ha surgido en parte con la globalización y a presente crisis económica- de un flagrante contraste entre la atribución equitativa de los derechos y el acceso desigual a los medios para lograr esos derechos».
«Para los cristianos que con regularidad pedimos a Dios que «nos de el pan de cada día», es una tragedia vergonzosa que una quinta parte de la humanidad pase hambre», añadió.
El Papa exhortó a los líderes mundiales a «a trabajar de buena fe, respetar la ley natural y promover la solidaridad y la subsidiariedad con las regiones y pueblos más débiles del planeta, como estrategia más eficaz para eliminar las desigualdades sociales entre países y sociedades y para aumentar seguridad global».
Validez de la ley natural
«La Iglesia siempre ha afirmado que los derechos fundamentales, por encima y más allá de las diferentes formas en que han sido formulados y los diferentes grados de importancia que hayan tenido en los diversos contextos culturales, deben ser mantenidos y concedido el reconocimiento universal porque son inherentes a la naturaleza misma del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios», afirmó el Papa.
En este sentido, recordó la historia del derecho de gentes que se basa en la «universalidad de los derechos humanos», basándose en su dignidad por haber sido creados por Dios.
La época moderna «ayudó a dar forma a la idea de que el mensaje de Cristo -porque éste proclama que Dios ama a todo hombre y mujer y que todo ser humano está llamado a amar a Dios libremente- demuestra que todos, independientemente de su condición social y cultural, por naturaleza merece la libertad».
Se refirió también a la ratificación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos tras las dos guerras mundiales, y mostró cómo la Iglesia ha estado siempre de parte de esta intuición humana universal.
«Estrictamente hablando, estos derechos humanos no son verdades de fe, a pesar de que pueden descubrirse – e incluso iluminarse plenamente – en el mensaje de Cristo», explicó.
Esa capacidad racional de «distinguir no sólo entre lo verdadero y lo falso, sino también entre el bien y el mal, entre lo mejor y lo peor, entre la justicia y la injusticia», explicó el Papa, «hace a toda persona capaz de aprehender la ley natural».
«La ley natural es una guía universal reconocible por todos, sobre la base de que todo el mundo puede comprender y amar recíprocamente a los demás. Los Derechos Humanos, por tanto, están en última instancia enraizados en una participación de Dios, que ha creado a cada ser humano con inteligencia y libertad».
«Si esta sólida base ética y política se ignora, los derechos humanos se debilitan ya que han sido privados de sus fundamentos», añadió.
Por último, el Papa recordó que, precisamente por pertenecer a la ley natural, esos derechos «pueden ser presentados a toda persona de buena voluntad, independientemente de la afiliación religiosa que pueda tener».
Por Inma Álvarez