AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras de bienvenida que dirigió a Benedicto XVI en la antigua basílica del Memorial de Moisés en el Monte Nebo.

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Santo Padre, le doy la bienvenida en nombre de todos los frailes menores que viven en Tierra Santa y de toda la Orden con el saludo de san Francisco: ¡Que el Señor le dé la Paz!

Aquí, sobre el Monte Nebo, a las puertas de la tierra prometida, le damos la bienvenida en el comienzo de su peregrinación a Tierra Santa. Aquí Moisés, al finalizar el éxodo, tuvo la garantía de que vería la tierra que el Señor había prometido a su pueblo. La promesa de Dios se hacía finalmente realidad. Moisés había guiado a Israel durante cuarenta años, durante cuarenta años había sido la voz de Dios para el pueblo y la voz del pueblo ante Dios. Él recibió del Señor la ley y la consignó al pueblo de Israel para que la observara. Ayudó al pueblo a crecer en la fe, exhortándolo y sosteniéndolo en los momentos de desánimo, pero también amonestándolo y reprendiéndolo cuando la tentación de las cebollas que comían en Egipto se hacía más fuerte. Gracias a Moisés Israel había aprendido a conocer mejor a su Señor: un Dios providente que no abandona jamás a su pueblo; que durante el camino es la luz que alumbra en las tinieblas y descanso en las fatigas; que va al encuentro de sus hijos con el maná caído del cielo y con el agua de la roca; que desciende a una tienda para estar en medio de ellos y con ellos se hace peregrino. Moisés de esta forma no sólo guió al pueblo de la Alianza hacia esta tierra sino que, sobre todo, lo condujo hacia su Señor y Salvador.

Santo Padre, usted hoy ha querido hacerse peregrino, recordándonos que esta es la condición del pueblo de Dios. En este viaje no está solo. Queremos acompañarle, queremos seguirle, como en un tiempo el pueblo de Israel siguió a Moisés y se dejó conducir por él. También nosotros hoy nos sentimos como en el desierto y tenemos necesidad de que alguien que nos conduzca hacia el Señor, de alguien que nos ayude a conocerlo siempre más como un Padre providente y misericordioso, como nuestro Señor Jesucristo nos lo ha revelado. Con frecuencia nos invade el desánimo y el miedo cuando el camino se hace áspero y duro. Hay veces en que parece que el mal prevalece. Dondequiera que dirijamos la mirada, vemos guerras y violencia. Una gran parte de la humanidad está sometida bajo la pobreza mientras que los derechos humanos más elementales son pisoteados. Por la sed de riqueza y de poder los hombres no dejan de devastar la creación, que se les había entregado para que la cuidaran. La fe en la promesa de la tierra donde fluyen leche y miel, del Reino que crece sin hacer ruido, como el pequeño grano de la mostaza, corre el riesgo de desvanecerse en nuestros corazones y nos invade la tentación de dejar el arado y volver la vista atrás. Aquí, sobre este monte, un hermano nuestro, fray Michele Piccirillo, al que hace poco el Señor ha llamado a su seno, ha dedicado la vida entera para permitirnos gustar la belleza de estos lugares, sacando a la luz obras maestras perdidas y sepultadas desde hace siglos. Su obra, además de un inmenso valor científico, nos enseña que está en la naturaleza profunda del hombre el caminar siempre a la búsqueda de la verdadera belleza.

Santidad, en esta peregrinación nos confiamos a usted. Lleve nuestras súplicas al Señor y diríjanos una vez más aquella Palabra, que es la única que nos puede dar la salvación. Ayúdenos a descubrir la belleza de nuestra vocación, la belleza de ser discípulos del Resucitado. Entonces, como los discípulos, tendremos el valor de dejar a nuestras espaldas nuestro vivir cómodo y seguro para ponernos de nuevo en marcha por los caminos del mundo, testimoniando a todos la alegría de la Pascua.

Fray José Rodrígez Carballo ofm
 Ministro general