AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI rindió un tributo a la contribución que ofrecen a la Iglesia universal y a la sociedad, los cristianos de tradición oriental que en Oriente Medio constituye en general pequeñas comunidades en medio de la mayoría musulmana.
La celebración de las Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y movimientos eclesiales en la catedral greco-melquita de San Jorge, en la tarde de este sábado, mostró la belleza de un rito, desconocido en buena parte en occidente, en el que las plegarias se elevaron sobre todo en árabe y griego.
La Iglesia greco-melquita, de rito bizantino, es una iglesia particular de la Iglesia católica que goza de autonomía y está en plena comunión con el obispo de Roma, y que en Oriente Medio y en la diáspora cuenta con un millón y medio de fieles, casi todos de lengua árabe.
Pero en el encuentro no sólo había greco-melquitas, sino también representantes de los diferentes ritos de la Iglesia en Jordania: maronita, siro, armenio, caldeo y latino.
La acogida que recibió el Papa de los 1.500 presentes fue tan desbordante que alarmó en algunos momentos a los hombres de seguridad, al ver cómo fieles, pero también religiosas y sacerdotes se abalanzaban para saludar al Santo Padre. Benedicto XVI sonreía particularmente satisfecho.
Dio la bienvenida al Santo Padre Sua Beatitudine Gregorios III Laham, patriarca de Antioquía de los greco-melquitas (se considera un mismo sucesor del apóstol san Pablo), con un emocionante discurso en el que recordó que está tierra forma parte de los orígenes del cristianismo y exclamó dos veces: «No emigraremos nunca», primero en francés y luego en árabe.
Según explicó, el conflicto actual en Oriente Medio constituye la primera causa de la emigración de estas tierras y, advirtió, si esta emigración continua, Oriente Medio carecerá de la presencia cristiana. Por eso, subrayó, es importante «una paz justa y duradera», dijo, agradeciendo al Papa lo que hace por Tierra Santa, el Líbano, Siria, e Irak.
Por su parte, en el discurso, el Papa explicó que «así como hace dos mil años en Antioquía los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos, del mismo modo también hoy, como pequeñas minorías en comunidad diseminadas por estas tierras, también vosotros sois reconocidos como seguidores del Señor».
«Todos los cristianos están llamados a responder activamente al mandato de Dios», subrayó, «para llevar a los demás a conocerle y amarle».
El Papa concluyó su discurso dirigiéndose a los jóvenes para alentarles a seguir el camino del sacerdocio o la vida religiosa y a todos les dijo: «no tengáis miedo de dar vuestra contribución sabia, acompasada y respetuosa a la vida pública del reino. ¡La voz auténtica de la fe siempre traerá integridad, justicia, compasión y paz!».