La causa de división no es la religión sino su manipulación, advierte el Papa

Tras visitar la mezquita nacional de Jordania

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AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- La causa de la división en el mundo no es la religión sino su «manipulación ideológica, en ocasiones con objetivos políticos», pues cuando la razón es purificada por una fe genuina promueve la concordia, considera Benedicto XVI.

Este es, en resumen, el mensaje que dejó tras visitar la mezquita nacional jordana en el encuentro con los jefes religiosos musulmanes, el cuerpo diplomático, y los rectores de las universidades de ese país.

Las palabras de saludo al Santo Padre fueron pronunciadas por el príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal, primo y consejero del rey, presidente de Instituto al-Bayt para el Pensamiento Islámico, quien le acogió como «hombre de valentía moral para hablar y actuar en conciencia más allá de las modas del momento».

Al visitar la mezquita, según ha revelado el padre Federico Lobardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, Benedicto XVI se recogió en silencio unos momentos, aunque no se trató de una oración.

Era la tercera vez que un pontífice visitaba una mezquita: Juan Pablo II estuvo en la Mezquita de los Omeyas en Damasco, en 2001, y Benedicto XVI admiró la Mezquita Azul de Estambul, en noviembre de 2006.

En esta ocasión el Papa Joseph Ratzinger visitaba la mezquita Al-Hussein Bin Talal, inaugurada en abril de 2006, en honor del padre del actual rey, Abdalá II.

En su discurso, pronunciado en inglés, el obispo de Roma expresó su preocupación al constatar que cada vez más personas consideran la religión como «causa de división en nuestro mundo», «y por este motivo afirman que lo mejor es prestar la menor atención posible a la religión en la esfera pública».

«Por desgracia –reconoció–, no se pueden negar las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas».

Por este motivo, siguió diciendo, «musulmanes y cristianos, a causa del peso de nuestra historia común tan frecuentemente marcada por incomprensiones, tienen que comprometerse hoy por ser conocidos y reconocidos como adoradores de Dios fieles a la oración».

Del mismo modo, es una obligación para los fieles de las dos religiones «comportarse y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es justo y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad de cada persona humana, que constituye la cumbre del designio creador de Dios para el mundo y la historia».

Cristianos y musulmanes tienen hoy, aseguró, un mismo desafío: «cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencial de la razón humana».

«Cuando la razón humana consiente humildemente ser purificada por la fe no se debilita; al contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más allá de los propios límites. De esta manera, la razón humana se refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o restringirlo».

«Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la comprensión humana. Esto protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello».

«Juntos, cristianos y musulmanes, están llamados a buscar todo lo que es justo y recto –subrayó–. Estamos comprometidos a sobrepasar nuestros intereses particulares y a alentar a los demás, en particular los administradores y líderes sociales, a hacer lo mismo para experimentar la satisfacción profunda de servir al bien común, incluso en detrimento de uno mismo».

El Papa concluyó explicando que dado que la «dignidad humana constituye el origen de los derechos humanos universales, éstos son válidos para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos religiosos, sociales o étnicos».

Por este motivo, aseguró, «tenemos que subrayar que el derecho a la libertad religiosa va más allá de la cuestión del culto e incluye el derecho –en particular de las minorías– del justo acceso al mercado del empleo y a las demás esferas de la vida civil».

Al final del encuentro, en el momento del intercambio de regalos, el Papa entregó junto a las medallas del pontificado un cuadro con un mosaico de Palomas, producido por el Estudio del Mosaico Vaticano, que reproduce un detalle de la decoración presente en el Mausoleo de Gala Placidia de Rávena, un edificio que se remonta al siglo V después de Cristo.

Por Mirko Testa

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ZENIT Staff

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