AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI lanzó este sábado un llamamiento a superar los obstáculos para la reconciliación entre judíos y cristianos desde el Monte Nebo, la puerta de la Tierra Santa, donde según la tradición murió Moisés.
Con la visita a la antigua Basílica del Memorial de Moisés en el Monte Nebo, atendida por la Custodia Franciscana de Tierra Santa, en el segundo día de su visita a Jordania, el Papa comenzó su peregrinación espiritual, disfrutando de la misma visión, desde una altura de 800 metros, que pudo apreciar el profeta después de 40 años de Éxodo desde Egipto.
«Que este encuentro –dijo el Papa– inspire en nosotros un renovado amor por el canon de la Sagrada Escritura y el deseo de superar todos los obstáculos a la reconciliación entre cristianos y judíos, en el respeto recíproco y en la cooperación al servicio de aquella paz a la que la Palabra de Dios nos llama».
El obispo de Roma fue recibido en la Basílica, que se remonta al siglo IV, por el ministro general de la Orden de los Hermanos Menores, fray José Rodríguez Carballo, a quien el Santo Padre agradeció en nombre de la Iglesia su presencia secular en estas tierras, en fidelidad al carisma de san Francisco.
«Es justo que mi peregrinación comience en esta montaña, donde Moisés contempló desde lejos la Tierra Prometida», aseguró
El Papa se asomó al mirador desde el que en esta ocasión no pudo llegar a ver Jerusalén a causa de la niebla, aunque pudo apreciar otros muchos lugares bíblicos.
«Sobre estas alturas –reconoció–, la memoria de Moisés invita a ‘elevar los ojos’ para abrazar con gratitud no sólo las obras maravillosas de Dios en el pasado, sino también a mirar con fe y esperanza al futuro que tiene reservado para nosotros y para el mundo entero».
«Sabemos, como Moisés que no veremos el pleno cumplimiento del plan de Dios en nuestra vida», advirtió.
«Y, sin embargo –aclaró–, estamos convencidos de que, llevando a cabo nuestra pequeña parte y siendo fieles a la vocación que cada uno ha recibido, contribuiremos a enderezar los caminos del Señor y saludar el alba de su reino».
«Siguiendo las huellas de los innumerables peregrinos que nos han precedido a lo largo de los siglos, estamos llamados a apreciar cada vez más el don de nuestra fe y a crecer en aquella comunión que trasciende todos los límites de lengua, raza y cultura», concluyó.