MÉXICO, lunes, 18 mayo 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Del 12 al 14 de mayo, en la sede de la Universidad Pontificia de México, diversos investigadores y docentes participaron en las Jornadas de Historia: Iglesia, Independencia y Revolución. Fue un momento para reflexionar sobre la participación de la Iglesia en la historia mexicana, con motivo del Bicentenario del Inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución.
Pronunció el discurso inaugural monseñor Alberto Suárez India, vicepresidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y presidente de la Comisión del Episcopado para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, según informa a ZENIT José Félix García Benavente de la Universidad Pontificia de México.
Monseñor Suárez India resaltó, en primer lugar «la importancia de recuperar la memoria histórica, ya los antiguos mexicas sentenciaban que un pueblo sin historia no es pueblo, seríamos como un árbol sin raíces como un edificio sin cimientos. Un eminente eclesiástico decía recientemente: si un pueblo ignora su historia, otros dirigirán su futuro».
«Si queremos comprender y reafirmar nuestra identidad cultural –subrayó–, debemos volver a los acontecimientos significativos, a nuestros orígenes fundacionales. Y no basta describir esos hechos pasados, hay que saber interpretarlos, asimilarlos, como se ha dicho con sentido crítico, con la mayor objetividad y serenidad posibles».
En concreto la Independencia nacional y la Revolución Mexicana, según monseñor Suárez, «son hechos complejos que fácilmente dan pie a la polémica».
Y recordó que los obispos mexicanos en la carta colectiva del año 2000 afirmaron que, para superar la permanente tentación de la confrontación y la violencia y para abrir caminos nuevos en los que todos puedan participar para construir el futuro de la nación, «es necesario crear espacios de encuentro, de diálogo y de reflexión en los que partiendo de la realidad y de la identidad de nuestra nación, debemos revisar qué es lo que nos une como mexicanos, cuales son nuestros referentes comunes y donde están los principales problemas que nos han contrapuesto, de manera que podamos encontrar los caminos para crecer en un clima de reconciliación, de justicia y de paz».
Según monseñor Suárez, este es «un momento privilegiado para reconocer que superando prejuicios y descalificaciones, evitando dualismos y reducciones, hemos de integrar esas ricas realidades que forman parte de nuestra historia».
«En particular –subrayó–, la participación de la Iglesia en estos acontecimientos dramáticos que ahora conmemoramos es motivo de juicios contrapuestos, de discusiones a veces enconadas, pero una cosa es innegable nos guste o no, los hombres de iglesia y no sólo los llamados ‘eclesiásticos’, obispos, sacerdotes, sino también laicos, miembros por el bautismo del pueblo fiel, fueron protagonistas en la gestación y en la consumación de la Independencia; eran iglesia los Insurgentes y era iglesia los realistas».
A su juicio, era «muy comprensible en el contexto de la época, que los obispos, prácticamente todos, peninsulares, promovidos por la Corona Española en virtud del patronato regio, se opusieran a cualquier intento de Independencia, pero muy significativo también, que un sector importante de la iglesia, incluidos algunos clérigos, esgrimieran argumentos aún de tipo teológico, para defender el movimiento armado cuando se cerraban las posibilidades de un cambio pacífico que, por otro lado, se veía necesario por el crecimiento desequilibrio social, la marginación de los nacidos acá y la inequidad injusta».
«Es interesante saber –aseguró– que apenas se retiraron la mayor parte de los regalistas por parte de la iglesia, se reconoció en forma oficial y solemne, no sólo a los consumadores, sino también a los iniciadores del Movimiento Insurgente con una celebración apoteótica en la Catedral de México en 1823 con motivo de las exequias y depósito de los restos mortales de los primeros caudillos de la Independencia».
Un capítulo aparte, en su opinión, que merece un acucioso estudio, es el tema de «las excomuniones», especialmente, de Hidalgo y Morelos, por lo que la Conferencia Episcopal ha encomendado a un equipo de reconocidos historiadores una investigación al respecto.
Igualmente, añadió, «si hubo entre los católicos quienes se opusieron en ciertos momentos a la Revolución iniciada en 1910, se debía, en parte, a la postura anarquista anticlerical que asumieron algunos revolucionarios, habiendo padecido tanto la patria por guerras intestinas durante el siglo XIX, no pocos obispos defendía como un valor superior, la paz y la concordia».
Pero, subrayó que no se puede olvidar que «desde antes del estallido, también hubo obispos, sacerdotes y laicos, que abogaban por una mayor justicia y equidad social a la luz de la doctrina de la iglesia propuesta por el Papa León XIII, en la Rerum Novarum. De hecho, se estudió y difundió esa doctrina social, en varios congresos realizados en diversas ciudades de México».
Valdría la pena también resaltar, dijo, como algunos artículos de la Constitución de 1917 reflejan esas tesis de la doctrina social de la Iglesia.
«Hoy, con esta iniciativa -aseguró–, el episcopado mexicano, la Universidad Pontificia de México, todos quienes han participado en la preparación de este evento creemos que los católicos con humildad, pero también con seriedad y valentía ofrezcamos nuestra aportación, que no nos automarginemos, que no permanezcamos como simples espectadores que ven pasar desde la ventana el desfile de los acontecimientos que van construyendo la historia».
«En un diálogo sereno queremos hacer oír nuestra palabra, buscando caminos de reconciliación en la justicia y la verdad», añadió.
Y concluyó afirmando «desde la fe que toda historia humana y por lo mismo también nuestra historia patria es el lugar donde se realiza el misterio de la salvación».
México reflexiona sobre la participación de la Iglesia en la historia
En el Bicentenario del Inicio de la Independencia y Centenario de la Revolución